domingo, 28 de julio de 2013

LA MEMORIA DEL POETA

Con el escueto título de Hoy, Juan Gelman presenta casi 300 textos breves que define como prosa poética. Habla del dolor, del exilio, de su hijo asesinado en la dictadura, de su nieta recuperada. De la política, de las guerras, del hambre. De las sensaciones de una vida.

Por Raquel Roberti.

Elegir siempre es una tarea difícil. Pero cuando se trata de elegir entre poemas de Juan Gelman –o prosa poética, la alternativa que él mismo brinda para nombrar sus textos– se convierte en una tarea no deseada. ¿A cuál dar prioridad, por qué ese y no el que sigue? No existen respuestas razonables, salvo que es una cuestión de afinidad. De ideas, de objetivos, de miradas, pero sobre todo y fundamentalmente, de sensaciones. Esa es la razón primordial por la que los poemas que acompañan este texto son esos y no otros, esa es la causa por la que Veintitrés pubica un adelanto exclusivo de Hoy (Seix Barral), el último libro de Gelman que llega en estos días a las librerías.

En este libro de prosa poética, habla de sus sensaciones ante un mundo que se le presenta cambiante y a la vez atemorizante. Habla de política como siempre lo hizo: desde las consecuencias. Así, aparecen las zonas en guerra, el hambre, pero también habla de las sensaciones de una vida, la suya, que nunca abandonó el humor como tampoco dejó de lado el dolor por la pérdida de un hijo o la desesperación (y la alegría) por encontrar una nieta. La vida de un hombre que vivió la muerte de su madre en el exilio y sin embargo, se permitió preguntarse: “¿Soy el único exiliado de sus cosas? ¿Y la gente que no puede volver, por ejemplo, a los restos de los hijos que perdió?, ¿y la gente que no puede volver a la justicia que se le debe, al salario, a la cultura, a los servicios sanitarios, a la educación que se le debe y a la que no puede volver?”.

Gelman nació en el barrio de Villa Crespo en 1930, de padres inmigrantes judíos ucranianos, que soñaban con verlo convertido en profesional. Pero él tenía cuerpo de poeta: antes de los diez años escribió sus primeros poemas, destinados a una vecina a la que jamás pudo conquistar: “Me encantaban sus rodillas sucias… De ese desplante y de ser hincha de Atlanta, me quedó la tristeza para toda la vida”.

A los 25 años, con varios compañeros de la Juventud Comunista, donde militaba, fundó el grupo de poesía Pan Duro, con el cual publicó su primer libro, Violín y otras cuestiones, bajo el sello Gleizer. Abandonó la Facultad de Química y se dedicó a manejar camiones, transportar muebles o vender partes automotrices. Dice que con las facturas de esos trabajos descubrió el paso del lápiz a la tinta y de allí a la máquina de escribir, pero de ahí en más lo tomó con más cautela y todavía mira la computadora con desconfianza. O con pereza, teniendo en cuenta sus dichos: “Seguro que escribo poesía de puro holgazán, porque la ventaja de los versos es la brevedad”.

Renunció al Partido Comunista en 1964 y durante años no adscribió a ningún partido político, hasta que la muerte del Che Guevara lo impulsó a entrar a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), que luego se fusionaría con Montoneros. Compartió redacciones, horas y debates con Paco Urondo y Rodolfo Walsh, y cuando la Triple A lo condenó a muerte decidió exiliarse en París, donde rompió con Montoneros: “No me echaron porque me fui: me condenaron a muerte. Condenado por los dos lados: la Triple A y los Montoneros. ¡Qué cosa rara! Yo era una especie de happy hour para la condena a muerte”.

Militancia, fútbol, café, billar, la milonga del barrio donde iba a bailar y a “hacer esas cosas que se hacen pero no se dicen” formaron parte de su juventud y lo moldearon en el hombre que es. El que nunca manifestó odio ante los militares que secuestraron a su hijo, Marcelo, y a su nuera, María Claudia García –ambos de 20 años–, en 1976. Ante los que asesinaron a Marcelo de un balazo en la nuca y metieron su cuerpo en un tanque de grasa de 200 litros, con arena y cemento y lo arrojaron al río San Fernando. Ante quienes mantienen desaparecida a María Claudia, ante aquellos que se apropiaron de su nieta y la alejaron de su vida durante 23 años. Por el contrario, la lucha de Juan Gelman, y de su esposa, Mara, transcurrió por sendas tranquilas pero sólidas, consecuentes, invencibles. “Acaso lo más admirable en su poesía es su casi impensable ternura allí donde más se justificaría el paroxismo del rechazo y la denuncia, su invocación de tantas sombras desde una voz que sosiega y arrulla, una permanente caricia de palabras sobre tumbas ignotas”, señaló alguna vez Julio Cortázar.

En su búsqueda de María Claudia y de la nieta –Macarena, que encontró en el año 2000–, Gelman declaró ante la Audiencia Nacional española en los procesos abiertos en España contra militares argentinos. Investigó toda pista que se le cruzó en el camino con la ayuda de periodistas como Gabriel Mazzarovich, del diario La República, y el apoyo de escritores como José Saramago y Gunter Grass. Y ante la imposibilidad de accionar en Uruguay, donde fue trasladada María Claudia, entabló un juicio contra el Estado uruguayo ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El 22 de marzo de 2012 José Mujica, presidente de Uruguay, reconoció la responsabilidad institucional por la desaparición forzada de María Claudia y en la supresión de la identidad de Macarena Gelman. “Este es un día sumamente importante y que no marca ni un principio ni un fin de nada. Podemos empezar a construir algo mejor”, señaló Macarena ese día. A su lado, su abuelo Juan destacó la paradoja de que el presidente de Uruguay, víctima de la dictadura, reconociera en el nombre del Estado la responsabilidad de sus victimarios. “Para eso hace falta coraje moral”, dijo.

Gelman ha escrito para diarios y revistas en todo el mundo, entre ellos Confirmado, Primera Plana, Crisis, La Opinión, Noticias, Prensa Latina, Milenio y Página 12, para el cual continúa escribiendo. De su extensa producción literaria pueden mencionarse Velorio del solo (Nueva Expresión, 1959); Gotán (La Rosa Blindada, 1962); Si dulcemente (Lumen); Interrupciones (I y II, Libros de Tierra Firme, 1988); País que fue será, Visor, 2004), y El emperrado corazón amora (Tusquets, 2011), entre muchos otros. En 2007 recibió el Premio Cervantes, considerado el Nobel de las letras en español, de manos del rey Juan Carlos, en una ceremonia en la que estuvo acompañado por sus cuatro nietos, Macarena, Jorge, Andrea e Iván, además de su esposa, Mara, y la hija de esta, Paola.

Este hombre que jamás escribió “en legítima defensa, sólo en defensa de la poesía” y que milita únicamente para la paz y los derechos humanos, contó que tituló su último libro Hoy porque “me pareció que ese era el tema. Son 290 o 300 textos breves, muy condensados, para no molestar al lector”. Si bien en esas páginas está la génesis de la desaparición de Marcelo, hay algo más que, según dijo al diario El País, de España, se relaciona con los sentimientos: “Entre los culpables del asesinato de mi hijo había un general que fue condenado a prisión perpetua. Cuando dictaron la sentencia algunos jóvenes que ni siquiera habían vivido la dictadura saltaban de alegría. Pero yo no sentí nada. Ni odio, ni alegría ni nada. Y me pregunté por qué y eso me llevó a escribir, para explicarme qué había pasado (…). Quité los textos iniciales, porque eran testimoniales y eso es periodismo. Pero surgió el tono poético necesario para escribir un resumen de lo que sé, o creo que sé, de los 35 años que pasaron desde la muerte de mi hijo”. También reconoció que “este momento me atemoriza mucho. No sólo por la crisis económica, sino la crisis espiritual, y no me refiero a la religión. Pareciera que se ha instalado todo un sistema para recortarnos el espíritu, para convertirnos en tierra fértil de autoritarismos”. Y confesó que no tiene muchas esperanzas de ver que esa situación cambie, aunque llegue a los cien años: “No desdeño la vida, quiero ver casarse a mis nietos, ver si me dan algún bisnieto… Pero también creo que Dios, si existe, debe estar aburridísimo de su eternidad” 
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300 textos breves

III
Dios se fue al vacío que dejó su muerte. La sombra 
traga los regresos y los favores del amor en cualquier
calle se abandonan. La vida se pareció a la vida
alguna vez/ya la mentira ni siquiera vuela. Hay que
barrer el mundo en sucio estado/otra vez ponen huevos
de serpiente/viejos.

IV
La carencia construye mundos habitados/fábulas
del encuentro/constancias del ardor. El deseo no
se quiere morir ante el cadáver del deseo. El yo se dirige
a un vos incomprensible/elude los días cortos/
lo que saca corazón del corazón. El fue de estar interrumpe
la noche/va al centro del párpado cerrado.
La experiencia no tiene conciencia/vaga en sus atributos
como un mendigo rico.

A José Angel Leyva

V
Prometeo nunca dijo cómo se roba el fuego/cómo
la muerte al muerto/cómo las manos a recibir su
nada. Los límites se ahogan en sus límites y nadie
les da un pañuelo para que lloren de una buena vez.

VI
El deseo es y para ser, no es. Somos lo que no somos
en sábanas oscuras. La llanura de la lengua tiene
caballos ciegos, galopan su dimensión qualunque
sin otra esperanza que la nada, el único lugar donde
la unión es posible.

XIII
Llegan los ruidos de la muerte cotidiana/México/
Irak/Pakistán/Afganistán/Yemen/Somalia. Me
miro sin explicaciones/soy el asesino y el asesinado.
Adiós, candor, los restos de la infancia están pálidos/
no hay qué darles de comer. La belleza de un pájaro
dormido me trae agonías y ruego al pájaro que
duerma. Sin árboles de hermosura corpórea, sin largos
días de mayo.

XIV
La cárcel de la feria no tiene puertas de diamante
ni candados de oro. La pena, el hambre, la guerra,
la infamia, la tristeza, hasta la misma muerte/se pasean
a dedos del jilguero que cae malherido. Te olvidaste
del odio, la resignación, la furia, Baltasar. Las
disciplinas de la humillación enfrían la vía pública
y no soplan vientos de salud, los contratos posibles
del encuentro entre los miedos del espíritu y los colores
de una garza. La dignidad canta músicas flacas/
párpados de arena/le clavan la fuente de la sangre. La
indignación olvida sus fulgores. Vida, qué te hacen,
vida, sola ahí, sin techo ni parábolas, en la evaporación
de cualquier sueño. 

A Tomás Segovia

XX
¿Quién dijo que el tiempo petrifica las lágrimas?
Se esconderán por ahí, en las moradas del delirio.
Los huesos pura piel de un niño muerto de hambre
aumentan lodos del espanto. En el careo con la foto
nadie habla. La paridad de los extremos en estaciones
sórdidas crea proyectos de vacío y la desolación
finge ser una que no llora, se ladea el paisaje mental
sin reinvención posible.

XXII
El capitalismo se olvidó de la fiesta. No se sienta
frente al fuego para hablarle, tirarle odios, guerras,
maíz o chocolate, los nudos del pecado. Prohíbe los
caminos de la amargura al dulzor, las desapariciones
de la angustia, un sueño brusco entre dos lunas. No
cree en el deseo que ve su imperfección. Se ampara
en oro ajeno y trabaja eternidades que no existen. 

A Paola

XXVIII
La compasión tiene lotes estériles, necesitan que
secuestro/tortura/asesinato/sean palabras sin materia,
distraídas/retrocedentes/no pegadas a dictadura
militar/a cuerpos vivos tirados al océano. Los inquilinos
del no oír/antes/después/mercadean ansias
oblicuas, desiertos negros, fugas. ¿Y qué hacer con
las palabras otras/salvajerías del capitalismo/niños
que mueren antes de su niño?/¿Sabés tu saber, niño?
preguntaba Benn. Soportar las estaciones crudas/
alumbran cuando pueden/dan animales vestidos de
civil como si fuera tanto.

XXX
El caudillo de las desapariciones premia al país
donde los balazos son éstos. El alma acude a su reunión
con los otros/los del bien/los del mal. El aguacate
le da verde a confesiones musicales/mienten cada
nota. Lo que se esconde en lo vedado es el derecho a
las batallas furiosas del gemido. El daño ajeno toca
al propio con sus chisporroteos de calvario. El tamaño
del dolor no cubre nada. Ahí se lo ve, cambiando
flores, vuelos, la mesa de la madre/los cubiertos de
cobre del Mar Negro. Lo que fue mide el deseo de la
noche y el deseo del día con un reloj que anda mal.

XXXI
El verano recoge restos de explicaciones y los
quema con candor. Víctimas y verdugos se juntan
en un rincón insoportable. En las perplejidades de
un planeta borrado por la hora cada momento es un
aujero con silbos de no acepto el mal/lengua atrapada
en filos de la puerta. Su pérdida es un soñar despierto.
Hay hojas de tabaco con humos del retraso,
espantapájaros de padre, reemplazos de la muerte
que la conocen mal.


XXXII
¿La naturaleza expulsa cualquier remedio de tu
pérdida? ¿Aplazo el acto de enterrarte, aunque llevé
lo que de vos quedaba junto al descanso de mis padres?
Tu sombra cuida mensajes sin reloj. La memoria
tiene pastos que siempre te comés y pañales que
no sé cambiar. El eslabón más duro te une al que te
visita y está cruz y fijado.

XXXVI
Se abren rostros feroces cuando el amor conoce
los instrumentos de su muerte. Rincones de la palabra
se desbaratan en incertidumbres, mares sin playa,
pisan la transparencia de un diamante. La razón
levanta fierros sin temblor, analfabeta de la dicha que
hubo. Un ave come el canto de una acacia y vuela
en contenidos fijos sin puerta ni salida. La furia
nace sola/recuerdan a dos jóvenes los tilos/sus paseos
en noches que volvían suaves/entre balazos de
la época. Pasean hoy mismo como sombras y no dicen
por qué.

LV
¿Cómo se relacionan el encubrimiento de la
muerte y la alternancia del adentro? ¿A dónde fue a
parar el vino que investigó salivas de la luna? La botella
está vacua en una cama gris. Algún pedazo de
la naturaleza cambia su maestría por traiciones que
no podrá reconocer. Vale la pena frecuentar los desamparos
que protegen el siendo. Dónde si no cantara
la crudeza de estar. Rocío seco en el pulso de un
niño dejó el vuelo.

LVI
La muerte no interpreta sus textos, no lee lo que
se va a llevar. Si alguna prisionera en Campo Mayo
recién nacida a madre con los ojos tapados que ni a
su hijo vio. Si un petirrojo que tenía deseos. Si un joven
que tocaba entrañas de la música. Si el que transforma
el tiempo en un qué es. Si la dolor de un hombre
que llora para adentro.

LXXI
El azar corta las entrañas de la corrupción, pasa
el Poder y cierra la heridaza. Laten adentro impotencias
del pobre, las letras de lo inefable huido, tratados
de la razón domada. Al lado de los derechos humanos
del pasado sangran sin abrigo los derechos humanos
del presente. La crueldad usa uñas buenas.
Los agujeros del país las pintan con esmalte rojo y las
instituciones felicitan de pie. Tiembla el jardín que
Amor regaba. De qué vale la vida que no se perdió
en sales del futuro. Cuida sus ruinas y sobrevive así.

LXXVI
Que repeluznen lo perdido, que el mercurio no
diga lo que sabe, vivat, vivat, que las sopas me traigan
a la madre de movimientos húmedos. En los colores
del espectro falta el que tuerce iras de la lucha.
El mundo gris en especulaciones grises y el pobre
mira astros que no entran en su casa. Los destellos
de Ruth dicen vete de vos a vos mismo y músicas de
la miseria brillan en cantos sin contorno. La pólvora
que huele el enemigo tiene jazmines sin perdón.

A Eduardo  Galeano

LXXXIX
Un árbol de la ciudad cantó en mi infancia. Sus
brotes jóvenes pensaron lo que no sé pensar. Entre
la mesa y la mirada nace el tiempo del frío, de la
bondad, del miedo, huellas, marcas, cupo el espanto
alguna vez. Alguien enjuga lágrimas que le crecieron
en la mano. La tarde recluta restos del mercado,
círculos sin denominación, exteriores de los viejos
combates, la vihuela borrosa del propósito para que
noche sea y su animal espléndido.

A Joaquín Sabina

XCIV
Sin saber hasta cuándo me despedí de vos. Volví
con agujeros donde callaban compases del exilio,
una música que no se deja recrear, un árbol del que
caen hojas que asustan a los pájaros. Vuelven a nubes
que me quedan. Tiros del pecho siguen jóvenes,
libres de su vergüenza, neblinas que llovieron.

XCV
En la mano que disparó al enemigo hay restos
de maldad. ¿Con qué bondad se mata a la injusticia?
El pájaro que come flores mancha actos del tiempo/
el mar no acepta amor que mal termina. El espíritu
económico es carne de esclavitud violenta. Viola
el paisaje que le fue rey de niño. Morirá sin honor
cuando Beowulf vuelva a blandir su espada contra
los fuegos venenosos/las primaveras malparidas/nadie
en la sala de los nombres.

XCIX
Las ruinas del refugio cultivan seres ciegos.
¿Qué reordena la memoria en su deseo? El azar desorganiza
símbolos y en una flor anclan restos de la
pasión más sola, la medianoche que los ve. Migra el
paisaje a su invisible, quieto en trabajos de la lengua.
El gemido murió y elige los recuerdos, la frente que
rompía muros para mirar arriba, mañanas sigilosas
de la lucha, las evaporaciones del temor. El futuro
retiene soga a soga al humilde milagro de la espera
que no visitan calendarios. Hilos de fierro cosen
lo que se acaba con lo que se acabó y en la ropa escriben
otra cosa.

CCLXXI
En las entrañas de la línea sueña una mujer.
Cruza saturaciones del escuche/accidentes de la procuración/
el calor de la cama. ¿A dónde van sus partes
hasta el amanecer? Qué importa si odia las traiciones
del día/rencores que se pudren/la carroña infame
que cantó Baudelaire. Oh, padre del después/el
pago ido/corazón que no quiso socorro. Ganó palabras
para que dijeran los partos de la muerte.

CCLXXVI
Oigo poemas que no se escribirán/su vuelo pasa
sobre la mano quieta/goce de su insatisfacción.
¿Cómo tocar los números que erizan/el pasado que
va a venir/repeticiones del deseo? Seca/airosa/la imposibilidad
deja rostros en un rincón perdido. Las dotaciones
del silencio muestran su envés en déjame ser
tuyo/que mía seas. El hueso tiene túnicas que perderá
sin verte/nadie te atrapa, corazona. Bienvenida a
la noche donde verdea tu nunca en ser.

CCLXXX
Hoy duele sin distracción posible, ni el pájaro
que consolaba lo consuela/ni lo que será fue/ni fuentes
del endecasílabo/ni premios de la ternura/ni el
mundo que se pudre/ni los balazos que no lo hirieron
de verdad/ni la polenta de la infancia/ni el miedo
a la vuelta de la esquina/ni cicatrices de rincón
oculto/ni llorar por lo no sido/las vueltas del paisaje
amado hoy en el corazón.

CCLXXXI
Me cavo para no encubrirte más con visiones de
tu abrigo largo. Un parpadeo dura mucho cuando se
aparta el ser de sí en vuelos sin rumor. Libre aún entre
muros de cemento y cal viva/arrojado a que nunca
fueras certidumbre.

A Marcelo

CCLXXXV
Lo que hay que decir no está dicho y flota en
marismas del estruendo mundial. Ahí mesmo, abajito,
donde un astro fabrica caballos del Parnaso, cavan
lágrimas, guerras, dolores que fueron y se hicieron
hermanos en los parajes del aujero. ¿A dónde va
el fracaso de las tripas dispuestas a morir que nadie
vio volar, ni dar lluvia, ni levantarse porque el invierno
terminó? Húndase la cabeza en tal pantano
para saber qué luz había, qué guitarras, qué música,
cómo el valor desperdiciado tocó un piano sin teclas,
la impostura de ganarle a la muerte. Beber dos tragos
de la novia, el miedo puro, fallos de la conciencia,
el extraño sabor de la ignorancia y enfrente Ella,
la que todo termina y se mece en un niño que canta.
A Boris/Pushkin In memoriam

Fuente: Revista Veintitrés

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