El Reino Unido comparte por partes iguales con EE.UU. el espionaje masivo en todo el planeta.
Por Roberto Montoya
Los famosos servicios de Inteligencia británicos nunca están a la saga de los estadounidenses, diría sonriente John le Carré. Y para muestra, las nuevas revelaciones del último garganta profunda, el joven de 29 años Edward Snowden, que desde su refugio en Hong Kong sigue aportando al diario británico The Guardian valiosísimos detalles de cómo opera el espionaje masivo del siglo XXI. Y la realidad supera las mentes más fantasiosas de Hollywood.
Buena parte de los cables de fibra óptica por los que discurren las comunicaciones globales pasan hoy día por Reino Unido… y el Big Brother las intercepta. No podía ser menos. Y el Big Brother no es propiedad exclusiva de Estados Unidos como muchas veces se piensa. Ambos países comparten esa responsabilidad de velar por la seguridad mundial.
El llamado Proyecto Tempora estaría en funcionamiento desde inicios de 2012; es uno de los últimos orgullos de la Inteligencia británica, preocupada en no ser desbordada por la multiplicidad de plataformas de comunicación y la masividad de los datos que discurren diariamente por la Red a nivel mundial. La colaboración entre Inteligencia e investigación tecnológica es cada vez más estrecha.
Según el dossier aportado por Snowden a The Guardian, con Tempora se han pinchado 200 canales de fibra óptica, pudiendo procesar simultáneamente 46 de ellos y cada uno puede potencialmente transportar 21 petabites diarios.
El programa pincha correos electrónicos, la navegación de cualquier usuario de Facebook, Twiter u otras redes sociales y grandes servidores, sus llamadas telefónicas, siguiendo una criba velocísima de billones de datos, en la cual se buscan aleatoriamente palabras clave. Al menos 300 espías británicos y 250 estadounidenses supervisan el trabajo de los ordenadores en turnos de día y noche. La información es mantenida durante un mes mientras pasa todos los filtros y se va descartando todo lo inservible.
La operación se lleva a cabo desde los cuarteles generales de la GCHQ (Agencia Británica de Comunicaciones Gubernamentales), en coordinación constante con la estadounidense NSA (Agencia Nacional de Seguridad), que cuenta con más de 300.000 empleados en todo el mundo y que fue creada en 1952, bajo la Administración Truman.
Ambas agencias forman parte a su vez desde hace años de la llamada comunidad Ukusa, en la que participan también agencias de Inteligencia de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, contando para su labor con antenas regionales y más de 120 satélites.
La Ukusa utiliza desde hace años el macroprograma Echelon que data de los años ’70, y el Carnivore, de los cuales el Prism, revelado por Snowden y que se especializa en meter la lupa en las comunicaciones de los usuarios de Google, Skype, Hotmail, Yahoo, Facebook, Apple, AOL y PalTalk, es una de sus últimas ramas.
Snowden trabajó durante años para una compañía privada subcontratada como muchas más para tareas de espionaje por la NSA hasta que, por un problema de conciencia, según asegura, decidió revelar al mundo los programas secretos con los que se escruta hasta los detalles más íntimos de la vida de cualquier persona.
En un intento por limpiar su imagen y la desconfianza que las revelaciones pueden provocar, Facebook se apresuraba estos días a reconocer que sólo en el segundo semestre de 2012 recibió 17.000 órdenes oficiales para que facilitara información sobre usuarios. Microsoft hizo otro tanto, dijo haberse obligado a atender reclamos de organismos oficiales sobre las cuentas de 32.000 de sus clientes. Todos los grandes servidores estadounidenses están siendo obligados desde hace tiempo a facilitar en cualquier momento que se le requiera todo tipo de información sobre sus clientes, su flujo de navegación y comunicaciones.
Días atrás, tras conocerse las primeras revelaciones de Snowden sobre el Prism, Barack Obama llegaba incómodo a Emniskillen (Irlanda del Norte), para asistir a la cumbre del G-8, el club de los siete países más industrializados del mundo más Rusia. “No podemos garantizar ciento por ciento la seguridad nacional y garantizar a su vez al ciento por ciento la privacidad”, se disculpó el presidente estadounidense, totalmente a la defensiva.
Obama aseguró a los europeos que “sólo se controlan las comunicaciones de los terroristas”, pero ya nadie cree en su palabra. Muchas veces se ha denunciado en los últimos años en la Unión Europea los daños que provoca el espionaje estadounidense en las relaciones comerciales y financieras transatlánticas. La NSA ha facilitado a multinacionales estadounidenses información confidencial clave sobre operaciones de competidores europeos que les ha reportado gran ventaja y enormes beneficios en la Bolsa.
Y mientras Obama daba esas garantías, en el inicio de su más frustrante gira por Europa, nuevas revelaciones de Snowden recibían a los ocho líderes mundiales desde las páginas de The Guardian. El matutino revelaba detalles de cómo la Inteligencia británica había interceptado en 2009 todas las comunicaciones de los líderes que participaron ese año en Londres en una cumbre del G-20.
En este caso, precisamente, no se espió a presuntos terroristas, sino a las delegaciones de países aliados. Se rompieron las encriptaciones y contraseñas para poder conocer en tiempo real sus posturas y tácticas a través de la intercepción de sus correos electrónicos y llamadas telefónicas, de forma de jugar con ventaja. Pero, a pesar de algunas protestas comedidas, la cumbre del G-8 de estos días discurrió como si nada grave hubiera pasado.
El primer ministro, David Cameron, se limitó a declarar que las escuchas eran “legales”, porque estaban amparadas por la Ley de que de 1994, que antepone los intereses británicos –sean estos del tipo que sean– a cualquier norma de conducta de la diplomacia internacional.
Obama ya dijo algo similar días antes: la Comisión de Asuntos Secretos del Congreso estaba al tanto, como también lo estaba el juez del tribunal secreto –el FISA– creado precisamente para menesteres de este tipo en 1978, en plena Guerra Fría.
Y, con ello, tanto Cameron como Obama dieron carpetazo al asunto y siguieron la reunión del G-8 sin más. Pero Snowden, como antes WikiLeaks y mucho antes aún otros garganta profunda como los que hicieron caer a Nixon, amenaza con no parar en sus denuncias. Sabe que con ello se juega la vida y ha reclamado a Hong Kong que rechace cualquier pedido de extradición por parte de Estados Unidos o Reino Unido. El portavoz de WikiLeaks, Julian Assange, ha dicho que sus abogados coordinan las acciones con los letrados de Snowden para impedir su captura.
Precisamente la aparición de este nuevo garganta profunda estadounidense se produce en momentos en que Assange cumple un año exiliado en el interior de la embajada de Ecuador en Londres, y mientras tiene lugar el juicio al soldado Bradley Manning que facilitó a a WikiLeaks cientos de miles de cables sobre conspiraciones de la diplomacia estadounidense y los crímenes de sus tropas en Irak y Afganistán.
Otra vez se trata de matar al mensajero para que prevalezca la inmunidad.
Buena parte de los cables de fibra óptica por los que discurren las comunicaciones globales pasan hoy día por Reino Unido… y el Big Brother las intercepta. No podía ser menos. Y el Big Brother no es propiedad exclusiva de Estados Unidos como muchas veces se piensa. Ambos países comparten esa responsabilidad de velar por la seguridad mundial.
El llamado Proyecto Tempora estaría en funcionamiento desde inicios de 2012; es uno de los últimos orgullos de la Inteligencia británica, preocupada en no ser desbordada por la multiplicidad de plataformas de comunicación y la masividad de los datos que discurren diariamente por la Red a nivel mundial. La colaboración entre Inteligencia e investigación tecnológica es cada vez más estrecha.
Según el dossier aportado por Snowden a The Guardian, con Tempora se han pinchado 200 canales de fibra óptica, pudiendo procesar simultáneamente 46 de ellos y cada uno puede potencialmente transportar 21 petabites diarios.
El programa pincha correos electrónicos, la navegación de cualquier usuario de Facebook, Twiter u otras redes sociales y grandes servidores, sus llamadas telefónicas, siguiendo una criba velocísima de billones de datos, en la cual se buscan aleatoriamente palabras clave. Al menos 300 espías británicos y 250 estadounidenses supervisan el trabajo de los ordenadores en turnos de día y noche. La información es mantenida durante un mes mientras pasa todos los filtros y se va descartando todo lo inservible.
La operación se lleva a cabo desde los cuarteles generales de la GCHQ (Agencia Británica de Comunicaciones Gubernamentales), en coordinación constante con la estadounidense NSA (Agencia Nacional de Seguridad), que cuenta con más de 300.000 empleados en todo el mundo y que fue creada en 1952, bajo la Administración Truman.
Ambas agencias forman parte a su vez desde hace años de la llamada comunidad Ukusa, en la que participan también agencias de Inteligencia de Canadá, Australia y Nueva Zelanda, contando para su labor con antenas regionales y más de 120 satélites.
La Ukusa utiliza desde hace años el macroprograma Echelon que data de los años ’70, y el Carnivore, de los cuales el Prism, revelado por Snowden y que se especializa en meter la lupa en las comunicaciones de los usuarios de Google, Skype, Hotmail, Yahoo, Facebook, Apple, AOL y PalTalk, es una de sus últimas ramas.
Snowden trabajó durante años para una compañía privada subcontratada como muchas más para tareas de espionaje por la NSA hasta que, por un problema de conciencia, según asegura, decidió revelar al mundo los programas secretos con los que se escruta hasta los detalles más íntimos de la vida de cualquier persona.
En un intento por limpiar su imagen y la desconfianza que las revelaciones pueden provocar, Facebook se apresuraba estos días a reconocer que sólo en el segundo semestre de 2012 recibió 17.000 órdenes oficiales para que facilitara información sobre usuarios. Microsoft hizo otro tanto, dijo haberse obligado a atender reclamos de organismos oficiales sobre las cuentas de 32.000 de sus clientes. Todos los grandes servidores estadounidenses están siendo obligados desde hace tiempo a facilitar en cualquier momento que se le requiera todo tipo de información sobre sus clientes, su flujo de navegación y comunicaciones.
Días atrás, tras conocerse las primeras revelaciones de Snowden sobre el Prism, Barack Obama llegaba incómodo a Emniskillen (Irlanda del Norte), para asistir a la cumbre del G-8, el club de los siete países más industrializados del mundo más Rusia. “No podemos garantizar ciento por ciento la seguridad nacional y garantizar a su vez al ciento por ciento la privacidad”, se disculpó el presidente estadounidense, totalmente a la defensiva.
Obama aseguró a los europeos que “sólo se controlan las comunicaciones de los terroristas”, pero ya nadie cree en su palabra. Muchas veces se ha denunciado en los últimos años en la Unión Europea los daños que provoca el espionaje estadounidense en las relaciones comerciales y financieras transatlánticas. La NSA ha facilitado a multinacionales estadounidenses información confidencial clave sobre operaciones de competidores europeos que les ha reportado gran ventaja y enormes beneficios en la Bolsa.
Y mientras Obama daba esas garantías, en el inicio de su más frustrante gira por Europa, nuevas revelaciones de Snowden recibían a los ocho líderes mundiales desde las páginas de The Guardian. El matutino revelaba detalles de cómo la Inteligencia británica había interceptado en 2009 todas las comunicaciones de los líderes que participaron ese año en Londres en una cumbre del G-20.
En este caso, precisamente, no se espió a presuntos terroristas, sino a las delegaciones de países aliados. Se rompieron las encriptaciones y contraseñas para poder conocer en tiempo real sus posturas y tácticas a través de la intercepción de sus correos electrónicos y llamadas telefónicas, de forma de jugar con ventaja. Pero, a pesar de algunas protestas comedidas, la cumbre del G-8 de estos días discurrió como si nada grave hubiera pasado.
El primer ministro, David Cameron, se limitó a declarar que las escuchas eran “legales”, porque estaban amparadas por la Ley de que de 1994, que antepone los intereses británicos –sean estos del tipo que sean– a cualquier norma de conducta de la diplomacia internacional.
Obama ya dijo algo similar días antes: la Comisión de Asuntos Secretos del Congreso estaba al tanto, como también lo estaba el juez del tribunal secreto –el FISA– creado precisamente para menesteres de este tipo en 1978, en plena Guerra Fría.
Y, con ello, tanto Cameron como Obama dieron carpetazo al asunto y siguieron la reunión del G-8 sin más. Pero Snowden, como antes WikiLeaks y mucho antes aún otros garganta profunda como los que hicieron caer a Nixon, amenaza con no parar en sus denuncias. Sabe que con ello se juega la vida y ha reclamado a Hong Kong que rechace cualquier pedido de extradición por parte de Estados Unidos o Reino Unido. El portavoz de WikiLeaks, Julian Assange, ha dicho que sus abogados coordinan las acciones con los letrados de Snowden para impedir su captura.
Precisamente la aparición de este nuevo garganta profunda estadounidense se produce en momentos en que Assange cumple un año exiliado en el interior de la embajada de Ecuador en Londres, y mientras tiene lugar el juicio al soldado Bradley Manning que facilitó a a WikiLeaks cientos de miles de cables sobre conspiraciones de la diplomacia estadounidense y los crímenes de sus tropas en Irak y Afganistán.
Otra vez se trata de matar al mensajero para que prevalezca la inmunidad.
Fuente: Miradas al Sur.
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