Rosario, el espejo de la desigualdad. La tragedia social que se esconde detrás del boom inmobiliario y la prosperidad chacarera. Testimonios que desnudan la incompetencia del gobierno local y la complicidad policial con las bandas narcos.
Por Tomas Eliaschev.
Rosario luce esplendorosa a la orilla del río. La costanera repleta de gente sana y satisfecha. Al atardecer, muchos corren, caminan o patinan. O simplemente toman mate, miran el río y la otra orilla, donde la naturaleza hace que el horizonte sea verde. Frente a tan bella vista, se han ido instalando torres espejadas. Edificios lujosos que reflejan imágenes de miseria, la del otro Rosario, la contracara del puerto sojero que emerge de la marginalidad para mostrar su fea cara de violencia, corrupción y muerte. En los últimos días, muchos de estos barrios pobres recibieron la atención de los medios de comunicación debido a la presencia de narcos que usan “soldaditos” cada vez más jóvenes y métodos que entraron en un espiral de violencia cuyo final resulta difícil avizorar.
“Dicen que se parece a Puerto Madero, uno de los pisos es de Messi, le salió millones”, nos comenta el taxista cuando pasamos por las Torres Gemelas, dos edificios ovalados y futuristas, con todas las amenities imaginables y una vista privilegiada al Río Paraná. El destino final de nuestro recorrido es bastante más alejado del centro: Nueva Alberdi, en el extremo noroeste de Rosario, donde la ciudad comienza a convertirse en campo. Este barrio de casas bajas está a la vera del contaminado Arroyo Ludueña, y de la ruta 34, la vía por la que ingresa la cocaína a las grandes ciudades. El jueves 10 de enero, cuando todavía no se había puesto el sol, una disputa por el control de la venta de drogas entre dos grupos de narcos causó tres heridos, uno de ellos grave. Ninguno tenía nada que ver con los bandos en pugna, eran integrantes del Movimiento Evita. Tanto Gastón Arregui, como Carlos y Adrián Ferreyra, hijos de Ramón, referente barrial, son jóvenes que integran esta organización. Ante las amenazas que ocurrieron luego del ataque, la familia Ferreyra, cuyos integrantes declararon este miércoles ante la Justicia federal, tuvo que irse del barrio y entrar al sistema de testigos protegidos. Tras la balacera, los vecinos, furiosos, tomaron el búnker donde durante las 24 horas se vendían distintas drogas y sustancias. En pocos minutos, la precaria casa de ladrillo sin ventanas y con una puerta con una mirilla fue demolida a martillazos.
Al día siguiente, en el barrio Ludueña –otro sector humilde del Gran Rosario–, otro enfrentamiento entre soldados de los narcos dejó una víctima fatal, Mercedes Meche Delgado, catequista, militante social y participante activa del Comedor Comunitario San Cayetano. Escuchó los tiros y fue a ver donde estaba uno de sus hijos, de 13 años. Una bala calada le atravesó la espalda. Los médicos del hospital Centenario no pudieron salvarle la vida. Era compañera de lucha de Claudio Pocho Lepratti, asesinado en la represión del 19 y 20 de diciembre de 2001, inmortalizado en la canción “El ángel de la bicicleta”, de León Gieco, y en las paredes de toda la ciudad, pero sobre todo en el barrio Ludueña, donde Pocho vivía y militaba.
Que los heridos en Nueva Alberdi y la asesinada en Ludueña tengan nombre y apellido, se conozcan sus historias y haya quien reclame justicia, es gracias a que pertenecían a organizaciones sociales. Lo mismo sucedió un año atrás, cuando en la madrugada del 1º de enero, narcos vinculados a la barra brava de Newell’s asesinaron a mansalva a Patom, Mono y Jere, jóvenes militantes del Movimiento 26 de Junio (Frente Popular Darío Santillán).
En una recorrida por estos tres barrios, Veintitrés recabó testimonios unánimes que señalan que en Rosario sucede algo que se asemeja a la película Ciudad de Dios, que muestra cómo en las favelas de Río de Janeiro las bandas de narcos usan a niños cada vez más chicos y armas cada vez de mayor calibre. La situación no llegó al extremo de que sean barrios intransitables para quienes no son de ahí, lo que queda demostrado por los trabajos sociales existentes. El movimiento Giros, con militancia en Nueva Alberdi, lo resumió en un comunicado muy gráficamente: “Rosario no es Sinaloa pero tampoco es Barcelona”, en referencia a la metrópoli europea con la cual muchos rosarinos gustan compararse. También se la ha llamado durante muchos años la Chicago argentina. Inmersa como ningún otro lugar en la superabundancia extraordinaria que genera la soja, a lo que se suma el boom inmobiliario consecuente, esta ciudad es una radiografía exagerada de un país donde las agudas diferencias sociales persisten pese al crecimiento económico y a las políticas sociales. Hay un peligro que preocupa a todos los entrevistados: la inocultable connivencia entre los narcos y la policía provincial, no en vano apodada La Santafesina SA, como lo reflejara Veintitrés en su edición 711, de febrero del 2012.
En Nueva Alberdi reina una tensa calma. Nunca mejor utilizada esta trillada expresión. Es que los vecinos temen que los narcos cumplan sus amenazas como represalia al estallido de furia vecinal que terminó tumbando el centro de expendio de drogas. Incluso se corre el rumor de que una de estas noches podrían prender fuego las casas de quienes participaron de la demolición del búnker. Luego de recorrer este final de pasillo donde ahora reinan los escombros, nos sentamos en la puerta del local del Movimiento Evita, que queda sobre la calle Luzuriaga, a media esquina de Somoza, donde se produjo la balacera. Muchos están con miedo y piden no ser identificados, pero dos mujeres aceptan dar su testimonio y su nombre.
Vilma Jaime hace 15 años que vive en el barrio. Cuenta que “antes, los narcos hacían sus cosas entre ellos, nomás; ahora están poniendo cada vez más puestitos, la gente quiere agarrar más plata y se pone a vender. Si vos vendés, ellos te protegen. Están metiendo a vender a chicos de hasta 8 años. Por eso son tan importantes actividades como el apoyo escolar para que los chicos no anden tanto en la calle”. La mujer, que tiene 4 hijos pequeños, es ama de casa y tiene un marido albañil que hace changas. “Acá los narcos se abusan de las criaturas para vender y para que ‘carpeteen’ el barrio”, relata y agrega que en el barrio “a plena luz del día, de noche, a cualquier hora se agarran a los tiros”. Cuesta definir cuándo se puso tan violenta la ciudad, pero la mayoría de los vecinos consultados asegura que fue hace 5 años. “Antes hacían su negocio con más tranquilidad, no molestaban, ahora ya hacen repartos para todos lados usando a las criaturas. La policía no hace nada, cuando los llamamos porque tenemos un problema, no vienen”, explica. Eso sí, según se queja, se hacen presentes en las protestas. “Bien que cuando hacemos los piquetes, ahí viene la policía”. Los motivos para reclamar suelen tener que ver con las inundaciones, endémicas en el barrio, y con la falta de luz. La última vez que entró agua en las casas fue dos días antes de navidad. Pero no fue tan grave como los 13 días de inundación de 2007, cuando el agua les llegaba hasta la cintura. Esta vez fue un día y el agua les llegaba a las rodillas. Las obras prometidas nunca se ejecutaron. “A los humildes se nos hace difícil que nos escuchen”, suelen quejarse. “Acá en el barrio es contada la gente que tiene trabajo en fábricas o en blanco. El único que está así es el muchacho de enfrente de mi casa, el resto hace changas, la mayoría limpia las casas, vendedor ambulante, cartonea”, observa la mujer. El padre de los Ferreyra tiene un comedor desde hace años, antes vinculado al Partido Socialista, pero desde que el Movimiento Evita llegó al barrio, hace casi 2 años, se sumó a esta organización. Sus hijos –que resultaron heridos– hacían changas, como Arregui, que seguramente cuando salga del Hospital Clemente Álvarez volverá a su trabajo de vendedor de bolsas de residuos. Además de militar en el movimiento, tiene que darle de comer a su pequeño bebé.
Lucila de Ponti, también militante del Evita, señala que desde la organización impulsan “reclamos frente a las autoridades municipales por las inundaciones, porque no hay alumbrado público, no limpian los zanjas, cada vez que llueve a los vecinos les entra un metro de agua a las casas, se inunda el arroyo Ludueña, no llega el agua con la presión correspondiente”. En eso estaban los vecinos cuando sucedió la balacera. De Ponti planteó que “la inseguridad está acá, la viven los sectores populares que no tienen al Estado para protegerlos ante estos grupos que tienen complicidad de la policía y de alguna forma también de las autoridades políticas, que dejan que la policía haga lo que quiera. No hay ningún detenido por la balacera, ningún policía separado de su cargo cuando filtraron información a los narcos: nuestros compañeros declararon en la subcomisaría 2ª y a la hora los estaban amenazando los mismos que los tirotearon”.
En el barrio Ludueña el tiroteo fue también a media cuadra de un local. En la calle Gorriti, donde está ubicado el histórico Centro Comunitario San Cayetano, fundado por el padre Edgardo Montalvo. Allí, un grupo de compañeras de Mercedes “Meche” Delgado, está reunido en la mesa del salón principal, donde una virgen convive con las banderas de la marcha que hicieron a la comisaría 12 para reclamar justicia, y que volverán a repetir el próximo 24, en esta oportunidad a la gobernación y a los tribunales. En este comedor que brinda diferentes talleres para los jóvenes, está más presente que nunca el Pocho Lepratti.
Angélica Gonchaez cuenta su impotencia. “No alcanza con los servicios que le prestamos a la comunidad para luchar contra una mecánica tan poderosa que absorbe a nuestros chicos”, se lamenta.
Meche tenía 6 hijos, 3 de una pareja anterior y 3 que vivían con ella. Había venido de Avellaneda, un pueblito, para rehacer su vida. Hacía 20 años que participaba en el centro comunitario. Su marido tiene una discapacidad en una de sus piernas y su trabajo de albañil es inestable.
A la charla se suma Mirta Barrios que identifica a Mercedes como “la segunda Pocho”. Cuenta que ella era comadre del militante asesinado. Todas lo conocieron y lloraron su muerte, que sucedió cuando les pedía a los policías que dejen de disparar porque había pibes comiendo. “Meche y Pocho se conocieron, como todas lo conocimos a él. Los dos dedicaban todo a los pibes para que salgan de la droga y de la calle.” Ante el drama que describe, pide que “los gobiernos de la Nación, de la provincia y el municipal respondan a las inquietudes, que se pongan los pantalones y gobiernen en serio, que no se tiren la pelota uno al otro”.
Otra de las madres que sostiene este trabajo comunitario, Viviana Gómez, se queja porque “en el barrio todos sabemos quiénes dispararon, pero no hay detenidos”. A ella le tocó la difícil tarea de llevar a su compañera al hospital. En Nueva Alberdi la ambulancia tardó una hora en llegar, en Ludueña nunca llegó y la trasladaron en el pequeño auto del hijo de Gómez.
En el barrio Moreno, los rostros de Jeremías “Jere” Trasante, Adrián “Patom” Rodríguez y Claudio “Mono” Suárez están inmortalizados en varios murales. La muerte y las recientes balaceras que enlutaron el comienzo de año vuelven a abrir las heridas.
Lita Gómez, madre de Mono, no tiene dudas: “Esto sigue pasando porque la policía sigue cubriendo a los narcos”. Eduardo Trasante, padre de Jere y pastor evangélico, plantea que “hay personas que se creen que son los dueños de la zona. Y están siendo cuidados por la policía y la política para hacer sus negocios con tranquilidad, tienen la zona liberada”. Lita, que tiene once hijos, es militante del FPDS como era su hijo, el Mono. Hace 37 años que vive en el barrio y recuerda “cómo cambió el barrio; antes era más tranquilo, estas cosas pasaban pero cada tanto, no se notaba tanto lo de los kioscos, todos los barrios están cambiando, matan pibes inocentes como los nuestros o chicos que andan con el asunto de la droga, mientras ni la policía ni el poder político hacen nada”.
El referente del M26 (FPDS), Pedro Salinas, puntualizó que “nadie está tratando de ver lo estructural, cómo se formaron las bandas que se enquistaron en todos los barrios de Rosario”. Y se pregunta: “¿cómo empuñan las armas que tienen, los autos de alta gama que usan, los abogados penalistas más costosos que los defienden?”.
Salinas destaca que “Rosario tiene dos caras que están relacionadas entre sí”. Según explica “muy difícilmente pueda haber esa violencia en los barrios populares sin los socios capitalistas del narcotráfico que no viven en estos territorios”. El dirigente reclamó “que se investiguen los negocios legales de los narcos, como los concesionarios de autos o los negocios inmobiliarios”. El militante del FPDS plantea que “es difícil visibilizar que a la complicidad de sectores del poder judicial y del poder político y de la corporación policial que está totalmente entregada al narcotráfico hay que agregarle la presencia de los socios capitalistas, actúan por fuera del territorio, es esa Rosario de cara al río”. En la línea de pensar los contrastes, Salinas señala que es “más fácil ver adolescentes y jóvenes de clase media en los búnkers de los barrios comprando drogas que ver compañeros de los barrios en la zona del río. Los que consumen la mayor cantidad de droga en la ciudad son los que viven en el macrocentro”. Consultada sobre si alguna vez visita la costanera, Lita responde que nunca lo hace. “Siento que no tengo nada que hacer ahí. Nos miran con mala cara porque somos pobres, de la villa. Tanto ahí como acá hay gente buena y mala. Pero ellos, como tienen plata, lo tapan. De la villa se conoce enseguida que salen a robar, se drogan, hay prostitución, de todo. En las zonas ricas, también. Pero siempre son los negritos de la Villa los culpables”.
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Una economía pujante pero en deuda
Según datos del Instituto de Formación Política*, el área metropolitana de Rosario cuenta con una superficie de 582 km2 y concentra el 40% de la población provincial. Genera el 60% del producto bruto provincial y alberga al 43% de los establecimientos industriales de la provincia de Santa Fe, que concentran el 53% del empleo provincial. Por sus terminales portuarias sale más del 70% de las exportaciones agroindustriales de nuestro país, con un frente fluvial de 60 Km. y con un dragado de 34 pies más los 2 de seguridad que permiten el ingreso y carga de barcos de aproximadamente 50.000 ton. Rosario cuenta con 9 accesos viales nacionales, 3 de los cuales son autopista, puente vial con acceso a la localidad entrerriana de Victoria, aeropuerto internacional, 3 depósitos fiscales, 2 terminales portuarias que ostentan una insfraestructura que le permite manipular tanto cargas generales como graneles y donde la terminal de cargas generales posee cá- mara de frío, playa para contenedores y enchufes para equipos refeers.
*ONG vinculada al socialismo que, según publica en su página web, apoyó explícitamente al gobierno de Hermes Binner y al actual de Antonio Bonfatti. Datos publicados en agosto del 2011.
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"Dieron la vida por un mundo diferente"
Celeste Lepratti, hermana de Pocho, aporta su mirada sobre la difícil situación que viven los márgenes sociales y culturales de Rosario: “Cuando le toca a alguien tan querido como Mercedes, con esa entrega que tenía, ese servicio a la comunidad, el dolor es algo que no se contiene, pero las compañeras saben que hay que seguir andando”. Su pareja, Gustavo Martínez, dirigente de ATE y compañero de militancia de Pocho, agrega que lo que hace falta es que “haya trabajo, mejoras, que arreglen, que hagan calles, viviendas, que se adelanten a las tomas”. Y remarca que Ludueña es “el barrio más organizado y solidario de la ciudad, donde las demandas han sido más claramente planteadas desde hace mucho tiempo de una forma sistemática”. Como reflexión final, tanto los familiares de Lepratti como las integrantes del comedor que lloraron a Pocho y hoy a Meche dicen que los dos “murieron dando la vida por un mundo diferente”.
Fuente: Revista Veintitrés.
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