Daniel Feierstein, nuevo titular de la Asociación Internacional de Estudios sobre Genocidio. Quién fuera titular del Centro de Estudios sobre Genocidio de la Untref analiza su llegada al organismo internacional como un reconocimiento a su trabajo, pero también al desarrollo de los juicios en Argentina.
Por Ailín Bullentini
El antropólogo Daniel Feierstein analizó su llegada a la Asociación Internacional de Estudios sobre Genocidio (IAGS, por sus siglas en inglés) desde una perspectiva pluralista. Con él, asume la titularidad del organismo más importante de análisis de prácticas genocidas a nivel global la manera en que América latina –y los casos que golpearon a los países que la integran– analizan esa práctica de exterminio. “Mi trabajo y el de mis colegas de la región durante 25 años, que se expresa también en los juicios en la Argentina, tiende a incluir la dimensión de la opresión, una mirada más foucaultiana de las tecnologías de poder y un cuestionamiento sobre el tipo de identidades y grupos que confrontan en un proceso genocida. Además, quien hasta hace poco fuera el titular del Centro de Estudios sobre Genocidio de la Universidad Nacional de Tres de Febrero califica su flamante cargo como “un desafío”.
–Es una gran responsabilidad, un desafío, pero también una oportunidad.
IAGS reúne a investigadores de todo el mundo y, tanto en el campo del derecho como las ciencias sociales, nuestras visiones sobre el genocidio colisionaban con una interpretación muy primaria, construida en los años ’70 por la academia norteamericana, europea e israelí vinculada a una visión de conflicto social como la oposición entre grupos radicalmente distintos y el rol del odio en la construcción de ese enfrentamiento. Mi trabajo y el de mis colegas de la región durante 25 años, que se expresa también en los juicios en la Argentina, tiende a incluir la dimensión de la opresión, una mirada más foucaultiana de las tecnologías de poder y un cuestionamiento sobre el tipo de identidades y grupos que confrontan en un proceso genocida. El voto masivo de los investigadores de todo el mundo nos da fuerzas en esta línea que se ha expandido en lugares como Camboya, Bangladesh, Canadá, Colombia, Chile, Uruguay, España, Italia o Alemania. También es un reconocimiento a los logros en los juicios, donde por primera vez hubo tribunales dispuestos a una interpretación más profunda y sociológicamente fundada de la Convención sobre Genocidio.
–¿Qué desafíos le plantea esta nueva labor?
–Siempre planteé el contenido político de la investigación, su necesidad de vincularse con las necesidades de la sociedad de la que proviene, particularmente en universidades públicas, financiadas por esa misma sociedad. Ha sido una discusión muy fuerte en el campo académico y también en IAGS, frente a un grupo muy relevante de personas que sigue creyendo en el viejo paradigma positivista de la neutralidad valorativa del asunto. El mayor desafío será demostrar que se puede sostener un nivel de excelencia en investigación, una mirada profundamente crítica y un compromiso irrenunciable con los que sufren, particularmente en nuestro campo de estudios, con las víctimas de la opresión estatal e incluso neocolonial. El otro desafío será seguir ampliando el diálogo con los juristas, que nunca es fácil, pero ha sido cada vez más enriquecedor.
–¿Qué aportes considera que podrá realizar al trabajo de la IAGS?
–IAGS ha sido históricamente una asociación con una presencia importante de abogados. Por de pronto, el presidente del período 2009-2011 fue William Schabas, un jurista de la Universidad de Galway, Irlanda, que sigue sosteniendo la visión más cerrada con respecto a la definición jurídica del delito de genocidio. La elección de un antropólogo en 2011 (Alex Hinton, de Rutgers University) y ahora la mía expresan esta apertura de miradas y el desafío será correr más las fronteras.
–¿Se puede comprender su llegada a la IAGS como la de las experiencias latinoamericanas en cuanto al genocidio?
–Sin duda, creo que el reconocimiento es doble. Por un lado, a mis 25 años de trabajo en la temática. Pero no me cabe duda de que también pesó en la decisión el rol de los tribunales argentinos, la postura más compleja del bloque regional latinoamericano frente a la “responsabilidad de proteger”, la sensación de que en derechos humanos nuestra región se ha convertido en una especie de vanguardia del planeta. Vanguardia en cuanto a los fallos jurídicos, en cierta oposición a las iniciativas neocolonialistas y en la institucionalización de sistemas de protección de derechos humanos, lo cual no quita que todavía tengamos muchísimo por lo que luchar y que tanto en Argentina como en América latina los derechos humanos se sigan violando cotidianamente.
–A nivel mundial, ¿cuál es la comprensión de los procesos y las prácticas genocidas?
–Se trata de un campo muy complejo, pero nuevo y fértil a la vez. Y dependerá mucho de la presión que las sociedades puedan ejercer sobre sus investigadores. Las discusiones son muy ricas y duras, y por supuesto que hay análisis diversos, tanto provenientes de disciplinas distintas como vinculadas a objetivos diferentes en los modos de elaboración del trauma, en los tipos de utilización de los procesos de memoria y en las propuestas de acción a futuro. Es difícil realizar un estado de situación o me llevaría algunas horas, pero quizá pueda resumirse en la creciente complejidad, riqueza y confrontación en los modos de interpretar y actuar frente a los fenómenos genocidas. Quizá valga destacar otra iniciativa, que es la reactivación del Tribunal Permanente de los Pueblos, que reunirá en Roma el próximo septiembre a muchos de las figuras más reconocidas en la defensa de los derechos humanos en el mundo y a investigadores para analizar los desafíos de este siglo, la posibilidad de crear un nuevo Estatuto de los Pueblos y un ámbito que pueda erigirse como una contrapartida popular que pueda a la vez entrar en diálogo y en confrontación con la institucionalidad de las Naciones Unidas.
–¿Se puede pensar en mecanismos similares de funcionamiento del genocidio en diferentes partes del mundo, o en cada sitio adquiere características distintivas?
–Diría que la riqueza del trabajo con los procesos genocidas es que la respuesta es doble. De una parte hay mecanismos comunes que dan cuenta de las tecnologías de poder específicas de cada momento histórico y que, con la globalización, tienden a ser más y más similares. Durante 500 años el Estado nación ha sido la estrategia fundamental de dominación de los pueblos. A fines del siglo XX, sin embargo (y como ilustra el caso yugoslavo o el intento de secesión en Bolivia), la estrategia es la destrucción del Estado, en tanto el mismo se ha transformado en el último límite a la expansión ilimitada del poder económico transnacional. Y eso es lo que nos señala la complejidad de los procesos que estudiamos. En otro sentido, sí, las diferencias culturales e históricas introducen distinciones más que significativas que no podemos ignorar.
–¿Y las consecuencias? ¿Se pueden agrupar en conjuntos similares?
–No, en este caso es más variado aún, más allá de que pueda haber elementos estructurales comunes. Porque a la variedad cultural e histórica se suman las características de la resistencia de cada pueblo. Esto es: ya no sólo se trata de diferentes objetivos de los genocidas sino también de que, más allá de sus planes, las sociedades, los pueblos, no son elementos estáticos. Se defienden, reaccionan, elaboran el pasado, actúan sobre el mismo. Ello implica que cada caso es particular.
Fuente: Pagina/12
No hay comentarios:
Publicar un comentario