Un ambiente que alguna vez supo ser el corazón de una casa actualmente tiende a desaparecer. La tendencia es reducirlo al mínimo: todo en un placard.
Un día, las cocinas no van a existir más. A lo mejor, se van a convertir en un espacio para compartir con los vecinos de un mismo edificio y lo vas a poder usar cuando quieras lucirte con tus amigos. Van a ser como los quinchos, los gimnasios, las piletas y los lavaderos de esas torres exclusivas con amenities. No es chiste, va a pasar. La arquitecta Zaha Hadid, por ejemplo, no tiene cocina en su casa. La iraquí es la más vanguardista de los arquitectos y arquitectas del mundo; así que hay que ir tomando nota. Zaha hace edificios futuristas de formas fluidas que parecen de chicle, aunque son de duro hormigón y acero. Esta innovadora súper estrella del diseño mundial que vive en Londres, clausuró su cocina hace años y come afuera o pide un delivery.
Bueno, ella es una mujer sola, pero algo parecido le pasa a todo el mundo. En casa, ejemplo, el ambiente más frío es la cocina, y eso que se usa bastante. Pero no es como la cocina de mi abuela. Ella tenía las hornallas prendidas desde la mañana con agua para mate primero, cacerola con caldo, salsas o cocidos cerca del mediodía y hasta quemaba cáscaras de naranja para perfumar la casa después de almorzar.
No va a ser raro que en poco tiempo las cocinas se reduzcan a lo mínimo y sean apenas un placard en el living con imanes pegados en las puertas. De hecho, la pieza más importante de la organización hogareña es la puerta de la heladera, donde están los teléfonos del delivery, del súper, del cerrajero y las cuentas a pagar. Las estrellas de la cocina dejaron de ser el horno empotrado y las hornallas con encendido automático, ahora son el freezer y el microondas (y por su puesto, el mejor amigo de la mujer: el lavavajillas).
A principio del siglo XX, las cocinas eran apenas un cuarto al fondo de las casas chorizo. Y a gatas, ocupaban un espacio similar al baño en los viejos ph, esos departamentos por pasillo con patio y un par de habitaciones cuadradas de techos altos. En la cocina apenas entraba el horno y las hornallas, una mini mesada y la pileta de lavar.
El gran cambio fue la popularización de la heladera. Pero, no había dónde ponerlas y muchos refrigeradores, con orgullo, fueron a parar al comedor. En aquel entonces, el sueño de la ama de casa urbana era tener una cocina de campo, con una gran mesa para comer, amasar o hacer los deberes con los chicos. Pero el futuro no les reservaba tanto espacio.
En 1843, más de 100 años antes de que la heladera Siam se convirtiera en un ícono del progreso argentino, la educadora estadounidense Catharine Beecher proponía una cocina basada en las dimensiones del cuerpo humano. Gran avance. Las estanterías estaban en las paredes al alcance de la mano, había superficie de trabajo a la altura indicada y mucho espacio para guardar cacerolas, platos y conservas. Ese fue el comienzo de la cocina moderna, pero tardaría décadas en llegar a nuestras costas.
En 1913, otra yankee, Christine Frederick, propuso usar la lógica de la producción industrial en las cocinas y los primeros que le hicieron caso fueron los alemanes. Trece años después, la diseñadora Margarete Schütte-Lihotzky estableció la dimensión mínima vital e inmóvil de una cocina: 1,90 x 3,40 metros. Fue un escándalo. Todo el mundo criticó la falta de espacio.
La cocina de mi abuela medía algo así como 3 metros por 3 y comíamos contentos, pero apretados. La superficie mínima de las cocinas en la ciudad de Buenos Aires es de 3 metros cuadrados, con un lado mínimo de 1,5 metro. Hoy, la cocina de Schütte-Lihotzky parece un lujo. Y la de mi abuela, un sueño.
Fuente: Clarín.
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