Entrevista a Diego Montón, secretario general del Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI) habló del peligro de los transgénicos y de producir para el mercado interno y conservar autonomía.
Por Felipe Deslarmes
En el acto de la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo-Vía Campesina (CLOC-VC), el encuentro de organizaciones campesinas latinoamericanas que se realizó en la Biblioteca Nacional, participó la agrupación argentina Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI). Su secretario general, Diego Montón, dialogó con Miradas al Sur sobre la dinámica de estos encuentros formales, que se realizan cada cuatro años. En cada reunión, dijo, actualizan la mirada sobre la coyuntura latinoamericana, la dinámica de las transnacionales y los modos de fortalecer los procesos de solidaridad. “Así pudimos actuar para denunciar una masacre reciente en Guatemala”, ilustró. “Gracias a una brigada con campesinos y campesinas de base, se logró primero dar apoyo físico y después romper el cerco mediático y generar un informe para las denuncias internacionales.”
–¿En qué consiste ese cerco mediático?
–Se trata de una situación global, agudizada en América latina: los medios están concentrados y al servicio de la oligarquía y de las transnacionales que montan un enorme relato falso. Lo vemos en Argentina y lo vimos en Paraguay, por ejemplo, en la masacre de Curuguaty, cuando asesinaron a más de diez campesinos y los imputados y procesados son sus mismos compañeros: no hay un policía, un funcionario, un empresario ni siquiera en la lista de sospechosos. Socializamos la experiencia de nuestra ley de medios, pero además fortalecemos una red de radios comunitarias.
–Una preocupación del encuentro fueron los transgénicos. ¿Cuál es el planteo?
–Ser un país libre de transgénicos, como Ecuador, es parte de nuestro modelo. Pero Bolivia es la vanguardia en esos procesos de desarrollo. Cambiar esta idea de “calidad de vida”, que no es sino el nivel de consumo, por la de “vivir bien”. Algo que significa mucho, que habla de un proceso integral con la naturaleza. Pero el tema de los transgénicos no puede plantearse aisladamente. Es una batalla muy dura donde se mezclan las necesidades básicas insatisfechas de nuestros pueblos con las tentaciones y lobbies de las transnacionales. También aparece la colonización cultural de algunas universidades que, bajo el encantamiento de la biotecnología, terminan colaborando con un ensamblado que compromete la soberanía nacional y la democracia.
–Usted habló de “soberanía alimentaria” y puso el contraejemplo de Haití. ¿Por qué?
–Hace cuarenta años, era un país que se autoabastecía de alimentos y hoy depende 100% de lo que envía Estados Unidos. Cuando su modelo empezaba un proceso de industrialización (porque campesino no significa atraso: hay una tecnología y una ciencia, la agroecología), Estados Unidos desarrolló una estrategia para venderle arroz que terminó destruyendo una gran red de pequeños productores. De ahí a la destrucción total fue cuestión de tiempo. Más de 700 mil familias viven aún en campamentos de refugiados. Y el proceso de reconstrucción está en manos de una fundación que dirige Bill Clinton. Pero los campesinos haitianos son conscientes de que eso está en función de los intereses estadounidenses y se están organizando.
–¿Cuáles serán los ejes centrales para oponerse a estrategias geopolíticas como ésa?
–Recuperar la soberanía en nuestras formas de producir alimentos: necesitamos volver a tener la tierra en el marco de un proyecto nacional y social. Por eso hablamos de reforma agraria. A partir de allí, pensar una agricultura para fortalecer el mercado interno. Eso aporta una autonomía que impide que puedan sabotearnos, como ocurre hoy, donde todo el tiempo nos amenazan con que pueden escasear productos. Debemos pensar en los alimentos para abastecer a los pueblos y sólo después pensar en otras funciones, como el intercambio comercial. Hablemos de soberanía alimentaria: pensemos cuál es el sujeto, qué produce, en manos de quién está y cómo reconstituimos la lógica de la distribución, teniendo en cuenta el mercado interno y regulando la exportación en función de un desarrollo nacional. Por eso creemos que ya debe reinstalarse el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI).
Fuente: Pagina/12
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