Mirar para abajo en la Ciudad permite ver las tapas de servicios como así también retazos y recordatorios de nuestra historia.
POR BERTO GONZÁLEZ MONTANER
La altura de la mirada habitual es 1,50 metro. Es la que nos permite ver el colectivo que viene, las vidrieras, encontrar los ojos de otro paseante. Admirar el frente de un edificio. Si la levantamos, es muy probable que encontremos sorpresas. Muchas de ellas, bellas como en repetidas ocasiones les conté en esta columna. Pero mirar para abajo, también tiene lo suyo. De chiquito, recolectaba de la vereda elementos desechados y los usaba para hacer artesanías, como las que había visto que hacían los “profesionales” de Plaza Francia. Una vez, con los cables de teléfono (esos bien finitos y de colores) hice un anillo que le regalé a mi hermana. Fue la envidia de sus compañeritas Y decir que en esa época la moda del reciclaje ni existía.
Curiosamente, ahora también se han puesto sobre el tapete las veredas y las calles como un patrimonio urbano a custodiar y como un recurso ambiental a considerar. Si hay que dejar el empedrado o asfaltarlo. Si es válido igualar calzada y vereda en el Casco Histórico de la Ciudad. Y si la aparición de bolardos y equipamientos indiscriminados no terminará haciendo que todos los cascos históricos sean iguales.
Lo cierto es que más allá de las consideraciones patrimonialistas sobre las veredas suele aparecer una fauna bien variada de tapas y tapitas que pertenecen a los diversos servicios. Las hay chiquitas y cuadradas. Son las que pertenecen a la desaparecida Gas del Estado o Metrogas. Otras un poco más grandes, de unos 15 centímetros por 20, de la también extinguida Obras Sanitarias de la Nación (OSN). Bajo la leyenda AySA u Aguas Argentinas hay unas que tendrán 15 por 40. Hay otras que permiten que alguien baje al submundo de las tuberías. Pertenecen a telefónicas u Obras Sanitarias. Son redondas y tienen 0,60 de diámetro. Muchas veces, circunstancialmente, de ellas emerge una escalera y un operario. Las tapas más grandes –excluyendo las grandes cámaras de transformación que invaden la vereda– son las de las compañías telefónicas, de 60 por 140. Pero hay otros elementos que aparecen amarrados al cordón cuneta: son las alcantarillas. Aparecen en las esquinas y/o a mitad de cuadra. Y son los encargados de llevar las aguas de lluvia que corren por el cordón a los caños subterráneos. Todas estas piezas tienen en común el espesor de su material. Claro, para resistir el uso y el tiempo se diseñaban de gran espesor, de hierro fundido. No como ahora que algunas son de plástico.
Todos estos elementos tienen que ver con las infraestructuras ocultas de la ciudad. Son los emergentes, las interfaces de esa red de servicios que son las arterias y venas que le dan vida y nutren el tejido de Buenos Aires. Pero hay otras piezas que han comenzado a salpicar las veredas de nuestros barrios. Y que intentan mantener viva la memoria. Tal como me alertó mi hija al leer el primer boceto de esta nota: “Pa: ¿y las placas de desaparecidos que hay en la vereda de mi colegio?”. Se refería a las baldosas que están colocando “Barrios x Memoria y Justicia” en distintos barrios. El proyecto iniciado hace unos siete años por la Asociación Vecinos de Almagro y Balvanera acaba de ser registrado por la documentalista Carmen Guarini en la películaCalles de la memoria . Allí se cuenta todo el proceso que lleva adelante esta agrupación, desde la investigación y el debate sobre las circunstancias de la desaparición y la fabricación de las baldosas, hasta el emotivo momento de su colocación en la vereda, para señalar los lugares donde vivieron, estudiaron, trabajaron o fueron secuestradas víctimas del terrorismo de Estado o de fuerzas irregulares. Para los que aún no vier on estas singulares baldosas, son unas piezas de cemento que llevan el nombre de las víctimas y están adornadas con incrustaciones de vidrios de vivos colores.
Fuente: Clarín.
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