Miguel Graziani, periodista. Publicó el libro En el cielo nos vemos, la historia de Jorge Julio López. Su visión sobre la desaparición del hombre que declaró contra el genocida Etchecolatz.
Por Tomas Eliaschev.
El periodista Miguel Graziano acaba de publicar En el cielo nos vemos, la historia de Jorge Julio López (Ediciones Continente), una obra imprescindible para entender cómo es posible que se produzcan violaciones a los derechos humanos luego tres décadas de democracia. “La ex detenida desaparecida Nilda Eloy dice que López desapareció cuatro veces: en el ’76 y en el 2006. Desapareció luego de los medios de comunicación. Más tarde de la Justicia. La idea del libro es hacerlo presente, que podamos conocer su historia”, explicó Graziano a Veintitrés, luego de la presentación en la Feria del Libro, en la que participaron Osvaldo Bayer y Adriana Meyer, que prologó el libro.
–¿Por qué considerás que el caso de Julio López sigue impune?
–Al desconcierto inicial que produjo la desaparición de López, en las horas clave para resolver cualquier caso, hay que sumarle, como decía Adriana Calvo, de la Asociación de ex Detenidos Desaparecidos, una “mezcla explosiva de ineptitud, complicidad y encubrimiento”. Arribar a los juicios fue un gran triunfo, pero había que proteger a los testigos, ni se investigó si el aparato represivo estaba desactivado. Lo trágico del caso es que demostró que una parte residual del aparato represivo mantenía un poder letal. No lograron su objetivo, porque no frenaron los juicios por los delitos de lesa humanidad ni que los demás testigos se amedrentaran, como dice Meyer. Pero no hubo iniciativa política para atender el reclamo de los ex detenidos desaparecidos de La Plata, quienes la misma noche de la desaparición relacionaron la ausencia de López con su testimonio en el juicio al represor Miguel Etchecolatz.
–¿Cuáles son las piezas del rompecabezas que no encajan en la investigación?
–Cito, otra vez, a Calvo: “El problema es que la causa está en manos de la Bonaerense, que es como poner a un zorro a cuidar un gallinero”. En lugar de aceptar, como decían los ex detenidos desaparecidos, que la causa pasara a manos de la justicia federal para investigar un secuestro, se perdieron tres meses en investigar un caso denunciado en la justicia penal, como si se tratara de una persona perdida. La Bonaerense recién fue apartada de la causa dos años después. No encaja que la investigación esté a cargo de los sospechosos.
–¿Qué pistas se siguieron y por qué?
–Son varias las pistas que se abandonaron sin razón y otras tantas las que se siguieron, también, sin razón, como la mujer que decía que se transformaba en pájaro y marcó un campo en donde se suponía estaba López. Algo tenían que hacer, no era una causa que pudieran cajonear, pero tampoco la podían resolver. Hubo rastrillajes truchos, como el de Atalaya, en el que se utilizaron perros no entrenados: todo armado para que la prensa tomara fotografías de policías trabajando. Tenían que vender humo. El único detenido que llegó a juicio oral es un estudiante que realizó una pintada. Por suerte lo absolvieron, el testigo del daño era trucho.
–¿Qué características tuvo el caso?
–Fue un mensaje mafioso: López tenía y quería estar en las últimas audiencias del juicio a Etchecolatz. Su ausencia fue totalmente involuntaria, en un momento clave, en el que su presencia era necesaria porque era querellante y no había apoderado a sus abogados, sino que tenía que estar para que ellos pudieran acusar a Etchecolatz por los crímenes cometidos durante la dictadura.
Fuente: Revista Veintitrés.
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