viernes, 11 de junio de 2010

ALGUNAS REFLEXIONES EN TORNO A CERATI


Por Alejandro Rozitchner


Está pasando con Gustavo Cerati lo que suele pasar cuando alguien público muere o sufre algún accidente de salud de gravedad: parte de la opinión pública genera una figura de responsabilidad sobre la que poder descargar la bronca. En este caso, el argumento utilizado es la supuesta impericia de los médicos que atendieron a Cerati en Venezuela. Si no fuera por ellos, la situación no sería tan delicada, se quiere creer, desplazando el tema de su centro verdadero al factor secundario de la capacidad de los médicos extranjeros. Más allá de si esta responsabilidad es real o no (tenemos que aceptar que de ser cierta es aun así, secundaria), el intento es el de localizar una falla humana, encontrar un culpable, al que poder cargarle el fardo del mal.



La cosa funciona así: algo sucede y me hace sufrir. Si logro encontrar un signo que me haga pensar en que ese hecho que padezco ha sido producido por otro, el dolor que siento puede transmutar en rabia contra ese otro. De esa manera, zafo al menos parcialmente de mi dolor, sosteniendo la errada idea de que la cosa podría haber sido evitada. De no ser porque tal o cual yo no sufriría lo que sufro. Así, se genera la ilusión de que "estas cosas no tendrían que pasar", cuando lo cierto es que pasan, que pasan todo el tiempo.



El objetivo de este truco es no enfrentarse con el dolor que está implícito en la vida real. Los ACV suceden, y no es culpa de nadie. Son fenómenos naturales, como la lluvia. En todo caso, si alguien tiene responsabilidad respecto del lamentable accidente es precisamente la persona que lo padece, a quien no podemos además echarle en cara su descuido porque está en una situación imposible. ¿Tal vez sus íntimos le decían: "Loco, estás fumando demasiado, tenés que parar, cuidate que sabés que tenés que cuidarte"? Muchas veces es el mismo damnificado el que forja su destino, y este hecho, tal vez el más doloroso de todos, tampoco permite la liberación de hallar un culpable.



La otra realidad que el caso Cerati revela, y que produce también una mezcla de espanto y dolor a todos los que nos sentimos conmovidos por él, es que los grandes del rock, jóvenes eternos, no son ya en realidad tan jóvenes ni tan eternos, y pueden ser alcanzados por la "falla" humana a la que estamos todos sometidos sin apelación posible: la muerte, la decadencia física. Estamos más acostumbrados a que los rockeros mueran por sobredosis o por sus desmesuras, cosa que en el caso de Gustavo Cerati no parecen haber sido determinantes. Saber vulnerables a nuestros ídolos juveniles, saber que en realidad no son ya tan juveniles, es algo que surge en el horizonte como un hecho raro, como algo que no tendría que pasar, una alteración de nuestra forma de ver las cosas. Lo cierto es que, en este caso como en todos los demás, lo que falla es nuestra forma de ver la realidad, y no la realidad misma. Esos que creímos o sentimos dioses eran en realidad humanos, personas que como nosotros, están determinadas por una existencia carnal.



Y el tercer punto que este triste caso nos pone frente a los ojos, relacionado con los anteriores, es la tajante y universal certeza de la finitud. Sea cual sea la evolución que Cerati experimente (y ojalá sea la mejor que pueda esperarse) lo cierto es que el tiempo pasa para todos y que la muerte sobrevendrá en algún momento sin que nadie pueda salvarse. Este dolor nos hace recordar el dolor más fundamental que nos causa el sabernos finitos, sin posibilidad de opción.



Es bueno tener en claro todas estas cosas, porque situarse correctamente en el sentido de los hechos es lo que más permite ayudar a la persona que más lo necesita, en este caso, Cerati. Si quedamos presos en nuestro espanto, buscando sobre quien descargar la bronca o intentando negar la inevitable realidad de la vida, estamos descaminados. Negar nuestra muerte futura, además, no es una buena manera de vivir. Hay que saberla cierta, contar con ella, para que el sentido de la vida muestre toda su fuerza.



El hecho de que vayamos a morir, y que vivir sea esto, sólo esto, no tiene que hacernos perder de vista que la vida es una cosa extraña y sensacional. Si a alguno le parece poco, porque la idea de que no quedará nada le horroriza, sólo podemos recordarle que lo cierto es que no hay opción posible. O bien que la opción es afirmar esta existencia tanto como nos sea posible. ¿Cómo? Viviendo nuestras emociones y nuestros amores con toda su energía. Ojalá Cerati recupere de su vida todo lo que sea recuperable.

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