Ubicado a 169 kilómetros al oeste de San Miguel de Tucumán, Amaicha del Valle deslumbra por su cielo despejado. En las noches, las estrellas parecen que pueden ser tocadas con sólo estirar el brazo. No es casual que a escasos 10 kilómetros, el Observatorio Astronómico de Ampimpa, ubicado a 2.560 metros de altura sobre el nivel del mar, reciba a profesionales de todo el mundo.
Nacidos en estas tierras, los Amaichas constituyen uno de los 16 pueblos que pertenecen a la etnia diaguita o calchaquí y su historia se remonta al siglo IX, ocupando el actual departamento de Tafí del Valle que incluye al sitio arqueológico y sagrado de las Ruinas de los Quilmes.
Estos pobladores, con más de 1.000 años de historia, se encuentran en una etapa de reorganización como nación india, reconocida legalmente a nivel internacional, nacional y provincial. Guiados por el respeto a la Madre Tierra, luchan por recuperar el camino trazado por sus ancestros, que vivieron armoniosamente en estos paisajes de frondosos algarrobales, chañares y cardones, y supieron resistir hasta las últimas consecuencias, el avance de la cultura inca y la llegada de los españoles.
La autoridad de los ancianos. El pueblo de Amaicha reconoce como autoridad a un Consejo de Ancianos, integrado por siete comuneros o nativos mayores de 49 años que son quienes toman las decisiones y definen las prioridades. El cacique es el responsable ejecutivo y representante legal de la comunidad.
Eduardo Nieva es joven, abogado y cacique de Amaicha. Elegido por los comuneros en una Asamblea General, desempeña este puesto no rentado con la satisfacción de responder a una obligación moral, destinando una parte de su vida a una responsabilidad comunitaria que lo enorgullece: “Somos un gobierno que nunca se ha interrumpido, desde antes de la conquista y hasta hoy hemos persistido. Consideramos que merecemos el respeto de los gobiernos de la provincia y de la nación. En esto estamos trabajando y hay resultados positivos”.
Nieva asumió su cargo de cacique hace un año y medio. Desde entonces trabaja con el gobierno provincial para encaminar diferentes proyectos en forma conjunta: “Es un momento histórico, la historia nos vuelve a dar un oportunidad para tener una relación más respetuosa, sin la discriminación que hemos sufrido durante años”, remarcó.
Las prioridades son definidas por los ancianos del Consejo, elegidos por su sabiduría y experiencia en el territorio: “Son personas que han caminado cada uno de los cerros y conocen bien la montaña”, explica el cacique. El Consejo se reúne mensualmente para orientar el accionar del cacique y la administración de la comunidad. También son responsables de hacer cumplir las normas que rigen a la comunidad a través de la constitución vigente desde 2004, que establece los derechos y obligaciones de los comuneros.
La instancia máxima de autoridad es la Asamblea General que se realiza en septiembre, convocada por el Consejo y el cacique. Allí participan los comuneros que son los mayores de 18 años.
Derecho a la tierra en igualdad de condiciones. Se consideran comuneros a los descendientes directos de la comunidad indígena y desde el vientre materno tienen derecho a la tierra: “Cada nativo tiene un espacio, los que hayan cumplido la mayoría de edad y quieran independizarse sólo deben solicitarlo ante el Consejo de Ancianos. La comunidad cede la tierra y el comunero tiene la obligación de trabajarla, con un plazo de dos años para darle utilidad. Una vez que el terreno está cultivado y cerrado ya le pertenece a él y a su descendencia y si ese espacio le queda chico puede pedir más”, explicó Sebastián Pastrana, descendiente diaguita y guía local.
Pastrana hace recorridos guiados desde los seis años, su padre le enseñó a caballo cada rincón de Amaicha. Desde su agencia de ecoturismo ofrece cabalgatas, trekking de montaña y excursiones en 4x4.
Esta relación tan particular que la comunidad establece con su territorio, impide la comercialización de la tierra aunque sea muy codiciada para la vinicultura y la explotación minera. El desafío es incorporar los cambios tecnológicos para lograr el autodesarrollo sin descuidar los recursos naturales: “Buscamos desarrollar una nueva economía en este mundo globalizado, sin que invadan nuestra cultura. Dejamos una puerta abierta a las nuevas tecnologías para crear fuentes de trabajo genuinas y que nuestros jóvenes se queden en Amaicha, disfrutando de sus tierras y transmitiendo sus conocimientos a las futuras generaciones”, sintetizó Nieva.
Autoproducción de alimento. La autonomía política y territorial les permite limitar la intervención del Estado a la figura de un delegado comunal que coordina los servicios públicos como la educación, la salud y la seguridad. Así es como, en Amaicha, la sabiduría ancestral de los abuelos no se enseña en la escuela, se aprende en la casa y por trasmisión oral. “Estamos trabajando para renovar la currícula oficial e incluir los 100 años de historia anteriores a la independencia argentina. Igual, los nuevos docentes están cambiando ellos mismos su discurso, empezando a hablar por abajo del poncho de esta otra historia”, coinciden Pastrana y Nieva.
La lengua madre de los Amaichas es el kakan, una derivación del aymará, que no se escribe y es muy difícil de entender. Por eso, la lengua se fue perdiendo, hoy sólo usan algunas palabras sueltas. Sí conservan el quechua, impuesto por la invasión de los incas, previa a la conquista española. “Hemos soportado constantes intentos por avasallar nuestra cultura, nuestro pasado diaguita-calchaquí, y nuestro territorio soberano”, remarcaron. La principal actividad económica es el turismo y la venta de artesanías. Las familias practican la autoproducción y el trueque de alimentos. Hacen maíz, pimiento y crían animales de granja como chancho, gallinas y ovejas. En menor medida, crían animales salvajes como las cabras, guanacos, llamas y burros.
Ceremonias sagradas. En Amaicha del Valle, la Fiesta de la Pachamama se celebra el 1° de agosto de cada año. Es el momento más esperado de la celebración es la elección de la Pachamama (la mujer más anciana del lugar), que desfila con un séquito compuesto por el pujllay o diablo, el llajtay o padre, y la alhajita o joven más hermosa, acompañados por el lastimero joy-joy (canto ancestral de las chayeras). También se celebra el Inti Raimi, que comienza con la puesta del sol del 20 de junio y sigue con una vigilia hasta el amanecer del 21, para pedirle al Sol que ilumine más y favorezca las cosechas.
El respeto a la tierra, al sol y a toda la naturaleza se transmite de generación en generación, al igual que las ceremonias: “Muchas personas visitan Amaicha para participar en la Fiesta de la Pachamama o en la del Sol. Estas son celebraciones comunitarias, los nativos hacemos otras celebraciones en la intimidad de la familia para pedir la fecundidad de nuestras tierras”, comparó Pastrana.
Los Amaichas, agradecidos con la naturaleza que les da la vida, saben apreciar en cada detalle la riqueza que los rodea. Guiados por el respeto a la esencia y al origen sagrado de cada momento, pueden honrar en todas sus prácticas el mandato que trasmiten de generación en generación: “Ama Qhella, Ama Llulla, Ama Suwa” (no ser ocioso, no ser mentiroso, no ser ladrón).
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