Por Bernardo Kliksberg.
Cuando en una amplia encuesta a 60.000 pobres de 60 países realizada por el Banco Mundial, y en otros estudios similares, se les preguntó qué es ser pobre, la respuesta desconcertó. Los pobres se quejaron de sus carencias materiales, pero dijeron que lo que más les dolía de su situación era la “mirada de desprecio”. Ser pobre es ser percibido como si se perteneciera a una categoría inferior, que no importa y que, en todo caso, inspira compasión.
Expresando la doctrina social de
La desacreditación del pobre como persona puede crear el terreno para demonizarlo, y para incitar a la intolerancia y a la violencia. Ese es el contexto en el que un presidente de un consejo municipal de Santa Fe declaró, hace algunos días, que a los menores que cometen delitos hay que “molerles los huesos”, y “matarlos a cintazos”, y un candidato a concejal de otro municipio de ese país, ante un robo, convocó “a quemar a los habitantes de una villa miseria” vecina a los que llamó “ratas”. Ambos se retractaron, pero dejaron flotando previamente que “estaban diciendo lo que nadie se animaba a decir”.
Enfrentar la pobreza en América Latina requiere superar las falacias y encarar realidades como las siguientes:
1- La pobreza no es neutra, mata y enferma
Hay más de 20.000 madres en la región que murieron el año pasado durante el embarazo o el parto, que debieran estar vivas. Perecieron por falta de cobertura médica adecuada, desnutrición, condiciones misérrimas. Treinta de cada 1000 niños no llegaron a los 5 años de edad, por enfermedades de la pobreza. Entre ellas el hambre. Hay nueve millones de niños desnutridos, y otros nueve en riesgo de desnutrición.
2- La desocupación es mucho más que un tema económico
Cuando se toman decisiones que van a implicar dejar sin trabajo a muchos, habría que tener muy en cuenta lo que está en juego. La pérdida del trabajo no sólo reduce los ingresos de las familias, crea penurias psicológicas, de autoestima destruida, de sensación de marginación, tensiones familiares. Da idea de lo que sucede una investigación en Estados Unidos sobre desocupados (Rutgers University, agosto de 2009). El 68% de los desocupados estaban deprimidos; el 61% se sentía inútil; en las relaciones familiares del 58% de los desocupados se habían generado tensiones; el 55% estaba muy enojado; el 52% evitaba encontrarse socialmente con amigos o conocidos.
3- Discriminación
En el Latinobarómetro, cuando se pregunta sobre cuál es el sector más discriminado de la sociedad, la mayoría de las opiniones resaltan que son los pobres en general, y particularmente los jóvenes pobres. Con frecuencia son “criminalizados” de antemano.
Un riguroso relevamiento de Periodismo Social, Capítulo Infancia (Alicia Cytrynblum, 2009), que analiza 120.000 noticias sobre niños y adolescentes en 22 diarios representativos argentinos, concluye: “Nos encontramos con pocas fuentes, con pocas estadísticas, con muchos términos peyorativos, y con titulares que derraman estereotipos en letras de molde sobre un grupo social que poco puede hacer para defenderse”. Agrega: “Las palabras para referirse a los chicos y chicas que supuestamente cometen delitos son estigmatizantes y discriminatorias. Es decir, son títulos que condenan antes que lo haga
La discriminación refuerza severamente la imposibilidad de obtener trabajo, y todas las condiciones que causan la pobreza.
4- La culpa es de los pobres
Un mecanismo fácil para deshacerse de las culpas que puede generar la pobreza es la coartada de razonarla como un tema individual de cada pobre y como una consecuencia de su desidia, indolencia, falta de ganas, poca iniciativa.
No es un tema individual. Es colectivo. Más de uno de cada tres latinoamericanos es pobre. No fueron sus elecciones: las cifras indican terminantemente que no han tenido acceso real a la salud ni han completado estudios ni trabajo. Uno de cada cuatro jóvenes, los más estigmatizados, están fuera del sistema educativo y del mercado de trabajo.
5- La pobreza es inevitable
Sería una especie de mal natural, inexorable. En América latina, con una excepcional dotación de riquezas naturales y condiciones geoeconómicas altamente favorables, la tesis se autodestruye. ¿Por qué Costa Rica ha tenido en los últimos sesenta años un índice de pobreza que es la mitad de la tasa que se presenta en América latina, a pesar de ser muy limitada en recursos naturales? No será porque educación, salud y equidad fueron prioridades y se convirtieron en políticas de Estado. Importa lo que los países hacen.
La “mirada de desprecio” incluye mucho de estos componentes. Reduce al pobre a “descartable”, lo discrimina, lo cambia de categoría de víctima de malas políticas, a culpable personal; de excluido a “perdedor” por propia decisión; lo ve como sospechoso en potencia y toma distancia. Llega finalmente a “invisibilizarlo”. Para muchos, ver a los ancianos pidiendo limosna en las calles de diversas ciudades de la región, a los niños tirando fuego al aire para que les den algunas monedas en los semáforos, a las mujeres con bebes implorando ayuda, llega a ser como “si lloviera”, parte del paisaje urbano, y pasan de largo como si no existieran. Asumir la pobreza como problema colectivo, y devolver a plenitud su dignidad humana al pobre, es el primer desafío.
Desde esa asunción, para enfrentar sus causas se requieren políticas públicas activas y sostenidas -primeras responsables, en una democracia, de encarar el problema- acompañadas por la solidaridad de la sociedad civil y por un pleno compromiso con la idea de responsabilidad social de las empresas. Como lo planteara Carlos Fuentes: “Algo se ha agotado en América latina, los pretextos para justificar la pobreza”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario