lunes, 14 de junio de 2010

"QUE LA TELEVISIÓN INFANTIL ARRIESGUE MÁS"


La funcionaria del Ministerio de Educación de la Nación argumenta en su libro La TV que queremos sobre la ausencia de programación novedosa para niños y adolescentes. Reclama mayor creatividad y que los programas difundan más que jóvenes estereotipados.


Por Mariana Carbajal

A pesar de la diversidad de pantallas que hoy seducen a chicas, chicos y adolescentes, la tele sigue siendo el medio más popular entre el público menudo, destaca Roxana Morduchowicz. Por esa razón, la directora del Programa Escuela y Medios del Ministerio de Educación de la Nación, interpela en su último libro a los programadores y directores de canales de aire para que mejoren la calidad de la oferta televisiva dirigida al público infantil y juvenil. “La tele tiene el potencial de poder compensar muchísimas desigualdades sociales o simplemente entretener a pibes que no tienen otras posibilidades. Por eso les pedimos que asuman su responsabilidad que tienen como servicio público y dejen de pensar a los televidentes como consumidores y los empiecen a ver como ciudadanos”, desafía Morduchowicz, en diálogo con Página/12.


Doctora en Comunicación por la Universidad de París VIII, Morduchowicz acaba de publicar La TV que queremos. Una televisión de calidad para chicos y adolescentes (Paidós), que retoma algunas de sus ideas de su anterior libro, La generación multimedia (Paidós), y entre otros aspectos, cuestiona el bajo nivel de los programas juveniles, los estereotipos que refuerzan, y los escasos modelos de adolescentes que transmiten (víctimas, victimarios y ricos) y muestra –con ejemplos de otros países– que es posible, si se imponen algunas regulaciones, una pantalla más amigable y atractiva para los más chicos.


–¿Perdió atractivo la televisión entre el público infantil y adolescente?


–La tele en Argentina y en el mundo, especialmente en Europa, sigue siendo el medio predominante en la vida de un chico y un adolescente hasta los 16 y 17 años, aun frente al auge de las otras pantallas. Si tomamos esa franja etaria en general, sin distinción de sectores sociales, en el país, la TV es el medio al que le dedican más horas y que más lamentarían perder si mañana desapareciera, mucho más que cualquier otro. Ese escenario sigue vigente. Pero si analizamos por sectores sociales, entre los más favorecidos económicamente observamos que la tele e Internet, ocupan el mismo lugar.


–¿Cuál es el nivel de conectividad?


–El promedio en la Argentina en los hogares con niños y adolescentes es de entre el 20 y 23 por ciento, según datos de 2009. En los sectores medios y altos la conectividad es mayor. Pero los chicos que no tienen acceso a Internet en su casa, igual la usan pero en el locutorio, aunque están conectados menos tiempo porque tienen que pagar. Los chicos de sectores populares consumen más tele que los de los medios y altos. Y estos últimos, más Internet que los primeros.


–¿Es igual el vínculo con la tele de chicas y de chicos?


–La única diferencia por género en relación con las pantallas es en el uso del celular, que es muchísimo más fuerte entre las chicas y también utilizan más el chat que los varones. La otra gran diferencia no es por género sino por edad. El consumo cultural que marca el paso de la infancia a la adolescencia es la música. Entonces, en la vida del preadolescente y del adolescente lo que aparece mucho más que en los niños y niñas es su relación con la música, ya sea a través del celular e Internet, la radio o el compact disc. Ahí aparece otra diferencia entre sectores populares y medios: los primeros escuchan por radio y los segundos por Internet, IPod, MP3 o cualquier innovación tecnológica que aparezca. El único medio que atraviesa a todos los sectores sociales, especialmente entre los adolescentes, y lo hizo en muy poco tiempo, es el celular: ahí no hay diferencias sociales. Por lo tanto, los adolescentes de sectores populares pueden escuchar también música por el celular. En la medida que el acceso a Internet se abarate, el celular se va a convertir para ellos en pantalla única. Les favorece su vida social con los mensajes de texto, que es una de las cosas que más les importan: su relación con sus pares; les permite tener música y navegar para saber información sobre su equipo de fútbol o su banda favorita.


–¿Qué opina de las propuestas infantiles y juveniles en la televisión de aire?


–Hay muy pocos programas para ellos. La mayoría de la oferta está en la TV de cable. Este no es un argumento para que la televisión abierta se desentienda de los chicos. El problema es que los programas que hay tampoco satisfacen al público infantil y adolescente. Para los adultos, todos los años hay ficciones nuevas. En cambio, los programas para chicos se reeditan, se clonan. Muchas veces las tramas son muy simples, los personajes aparecen muy estereotipados. Esto trae como consecuencia que cuando le preguntás a los chicos su relación con la televisión, dicen que la prenden para ver qué hay. Y esto muestra que no tienen un programa definido. Si de verdad hubiera ofertas atractivas, la prenderían para ver un programa determinado. El segundo efecto es que cuando le preguntás cuál es su programa favorito, no hay una respuesta que convoque masivamente a los chicos. El último sondeo dio que el programa más elegido por chicos y adolescentes es Los Simpson, pero con apenas un 15 por ciento de respuestas.


–De todas formas, hay ficciones juveniles con buen rating.


–Cuando se les pregunta a los programadores por qué no innovan, dicen: si da buen rating, a la gente le gusta, por lo tanto, nosotros damos lo que la gente consume. Pero las mediciones de audiencia solo miden la respuesta del público frente a un determinado programa: no quiere decir que ese programa les guste. Supongamos que voy a un restaurante y pido pollo, porque me encanta, y el mozo me dice que sólo tienen carne y pescado. Aunque no me gusta tanto ninguna de esas dos opciones, como ya estoy en el lugar y con otros comensales, pido carne. Pero no pueden deducir que me guste la carne porque a mí, en realidad, me gusta el pollo. Con las mediciones de audiencia pasa lo mismo: es la respuesta de la gente ante un menú cerrado. Tal vez si a los chicos les diéramos otra cosa, quizá la aprobarían.


–Otro aspecto preocupante es qué modelos de adolescentes aparecen en la tele.


–Sí, encontrás tres modelos. O son víctimas porque están explotados, abusados, golpeados o violados. O como victimarios, porque van con una navaja a la escuela, se drogan, toman alcohol o son violentos. Estos dos modelos son los que se ven en los noticieros y en los docu-reality. Y en las tiras de ficción aparecen los ricos, chicos que no tienen otro problema que el amor o la falta de amor. Esto ocurre aquí y en otras partes del mundo. Son mundos que no se mezclan: el chico víctima y el victimario son del noticiero, y el rico, de la ficción o de la publicidad. Hay una mala representación del adolescente común. En la Argentina hay 10 millones de chicos entre primaria y secundaria que van a la escuela. ¿Cuántos de ellos aparecen representados en esos tres modelos? Muy pocos.


–¿Hay alguna experiencia televisiva con una oferta más diversa, de mayor calidad?


–Por empezar lo que hay en otros países es mucha y mejor legislación. Hay cuotas de cantidad de horas de TV para chicos tanto en la televisión pública como en la privada de aire. En Francia hay 2000 horas de TV para chicos al año y en la privada, 1000, en horarios que ellos puedan ver, no a las 3 de la mañana, con la obligación de que sean géneros diversos. Y además, tienen que innovar año a año. Al haber tal cantidad de horas mayor a la que hay en la Argentina tenés más chance de que los chicos se enganchen. La prueba está en que cuando en nuestro país preguntás cuáles son sus programas favoritos, de los diez que más nombran, sólo tres son argentinos. En Suecia, Francia o Reino Unido, de los diez, nueve –en casi todos los casos– son de producción nacional, porque tienen una obligación en ese sentido.


–¿Con la nueva Ley de Servicios de Comunicación Audiovisuales puede cambiar este panorama?


–Lo más importante es que la ley crea un Consejo Asesor de Comunicación Audiovisual y la Infancia. Una vez que se constituya empezará a decir qué cambiará. Las promos, por ejemplo, de programas nocturnos que se emiten dentro del horario de protección al menor en Europa no se pueden pasar dentro de programas infantiles o juveniles. En Reino Unido está regulado hasta qué publicidad se puede incluir en programas para chicos, por ejemplo, están prohibidas las de “fast food” y no hay PNT (publicidad no tradicional).


–La regulación de la publicidad en programas infantiles no es un tema que se incluyó en la ley. El lobby debe de haber sido fuerte.


–Pero el Consejo Asesor podría plantear que se reglamenten la cantidad de horas, de géneros y aspectos vinculados a la publicidad.


–También son frecuentes en las tiras juveniles los estereotipos de mujeres.


–La tele no es responsable de los estereotipos, lo que sucede es que en lugar de cuestionarlos, los refuerza. Lo que dicen normalmente los programadores es que si funcionan, hay que seguir, no se cambia. Necesitamos programadores que innoven más, que arriesguen más, y sobre todo, desafíen los estereotipos con propuestas diferentes, con mujeres que no están felices lavando la ropa o quedándose en su casa mientras su marido se va a trabajar. O que el mundo se divide entre “divinas” y “populares”. Siguen mostrando a la abuela como una mujer en una mecedora, cuando hay cantidad de adultas mayores en el mercado laboral. Lo que trato de demostrar en el libro es que como la televisión es un servicio público, debe estar comprometida con la ciudadanía: el receptor debe ser pensado como ciudadano y no como consumidor. De lo contrario no habrá tele de calidad. No reclamo una televisión cultural exclusivamente. Una buena ficción también apela a la inteligencia porque ya no hay personajes buenos y malos, hay ambigüedades y entonces el teleespectador no sabe si está de acuerdo o no. La reflexión no significa pensar si el Teorema de Tales está relacionado con la telenovela que veo, quiere decir que yo pueda pensar lo que estoy viendo. No hay actividad más transversal en la sociedad que ver televisión. Compensa desigualdades muy fuertes: cuando mucha gente no puede ir a una buena obra de teatro, muchas veces la ve por tele. Entre los sectores populares, es una de las actividades más gratificantes y los chicos dicen que aprenden, por ejemplo, a sentarse y comer con cuchillo y tenedor, a dar un beso, a invitar a una chica a salir.

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