lunes, 21 de junio de 2010

EL MUNDO AL REVÉS


Por Ricardo Foster.


El mundo al revés. Este podría ser el título para intentar dar cuenta de lo que está sucediendo en algunas regiones del planeta que, por lo general, solían expresar la pujanza de un capitalismo imbatible. Países admirados y deseados por millones de habitantes del Tercer Mundo; mecas de migraciones que buscaban y buscan huir de sus recurrentes miserias para encontrar, en esos territorios soñados, la oportunidad de una vida digna. Allí todo parecía relucir y brillar como queriendo mostrar lo que significaba ser parte de un modelo exitoso. Sus sombras, sus lados tenebrosos, quedaban opacados por la insistente imagen de sociedades que habían abandonado el atraso apropiándose de las fórmulas de un neoliberalismo triunfante. Incluso, una vez caído el Muro de Berlín, la unipolaridad pareció devorarse todo a su paso avanzando con acelerado apetito sobre las “anacrónicas” estructuras del Estado de Bienestar, verdadera bestia negra de los ideólogos del libre mercado. Entre los ochenta y el fin de siglo se desplegó el tiempo de la absoluta hegemonía material y cultural del neoliberalismo. Cuando los primeros síntomas de la crisis comenzaron a mostrarse la respuesta más a la mano fue descargar sobre los nuevos inmigrantes todo el peso de la sospecha y del racismo. Europa, esos países tan admirados, revolvieron en el desván de sus memorias para reflotar sus ominosos paradigmas xenofóbicos. Los bárbaros seguíamos siendo nosotros, justo en el momento en el que por estas latitudes sudamericanas se iniciaban procesos políticos antagónicos a los dominantes en los años previos, esos que significaron para nuestra región la más escandalosa apropiación de la riqueza por unos pocos abriendo la etapa de mayor desigualdad de nuestra historia, y todo bendecido por el Banco Mundial, el FMI y el consenso de Washington.

En la segunda parte de la década del noventa, cuando la convertibilidad mostraba su verdadero rostro y la Argentina se encaminaba hacia el precipicio, miles y miles de jóvenes hurgaron en los desvanes familiares para encontrar los documentos que les abrieran el paraíso europeo. Tener algún abuelo español o italiano constituía una pequeña fortuna y acrecentaba las chances de escapar de la ratonera tercermundista, de estos horizontes sin destino ni futuro, para llegar a las costas del desarrollo y el consumo. Otros miles, de aquellos que no encontraron nada en los viejos baúles, se aventuraron igual convirtiéndose en indocumentados, pero imaginando que, de todos modos, sería infinitamente mejor carecer de papeles y de identidad legal en Europa que seguir sufriendo el aciago destino sureño. Ilusiones, sueños, esperanzas que corrían parejo al descalabro nacional, ese que venía de la mano del menemismo y de la “irrefutable” lógica de su ministro de Economía que se mostraba como el mejor alumno del FMI y de la mayoría de los organismos internacionales que no se cansaban de elogiar el “modelo argentino”, modelo de desguace del Estado, de endeudamiento creciente y a tasas exuberantes, de flexibilización laboral y de apertura generalizada de la economía. Cuanto peor estábamos, más elogios del establishment financiero internacional y más colas delante de las embajadas buscando con desesperación la puerta de salida del país hacia un destino utopizado. Por esos extraños sortilegios de la historia esos destinos mostrarían su otro rostro: primero el de la xenofobia, después el de la crisis que, inesperadamente, caía sobre esas sociedades tan deseadas y tan admiradas.

Mientras el país vivía la ficción autodestructiva del uno a uno, mientras se esfumaban los ahorros de generaciones de argentinos en nombre de la entrada rutilante al primer mundo, mientras el futuro quedaba hipotecado a cambio de viajar a Miami, las nubes cada vez más oscuras de la tormenta que se avecinaba iban llevando a muchísimos compatriotas hacia una nueva forma de exilio, de esa que habían conocido sus abuelos cuando tuvieron que abandonar sus países de origen a causa del hambre, de la falta de trabajo, de las innumerables formas de la persecución política o religiosa. La taba se invertía, y ahora los nietos desandaban las rutas emprendidas décadas atrás por los antepasados. Europa caminaba, de la mano del euro y de la unión aduanera, hacia el pleno desarrollo incorporando, año tras año, nuevos países que, de la noche a la mañana, salían de sus atrasos seculares, para convertirse en sociedades modernas y pujantes. Una extraña y alucinada ficción que parecía volverse realidad incontrastable desencadenó nuevas prácticas sociales, multiplicó el consumo y transformó profunda y decisivamente las identidades de esos pueblos que pasaban a ser parte de la Comunidad Europea.

España, el destino principal de miles de compatriotas, recibió, durante años de fiesta ininterrumpida, millonarios subsidios para adecuar su economía a la de los países más desarrollados de la Comunidad. Un país de nuevos ricos y de especuladores inmobiliarios fue desplazando la España del franquismo y de la primera transición. Los mismos que expulsaron de a millones a sus pobres hacia estas regiones, al cambiar la hoja de la historia quisieron y quieren impedir a toda costa que desde aquellos países arriben ahora los nuevos inmigrantes. Demasiado esplendor y oropel para percibir los costos que terminarían pagando como sociedad. Demasiado triunfalismo y consumismo desenfrenado hicieron estallar cualquier resistencia a la homogeneidad propia de una globalización cebada con la diferencia y generadora de devastaciones culturales que cambiaron la fisonomía de sociedades enteras. El estallido brutal de la crisis ocurre en un momento en el que los españoles están política y culturalmente desarmados, ausentes de sí mismos, pasivos y aterrorizados ante la posibilidad de perder sus privilegios. La respuesta del “socialista” Zapatero está a la altura de ese terror. Su opción ya la hemos padecido.


2. Mientras tanto nosotros nos hundíamos al mismo tiempo que seguíamos, aunque ya no estuviera Menem, aceptando todas las recomendaciones-órdenes del FMI. El gobierno de la Alianza, expresión espectral de las esperanzas progresistas, iniciaba su mandato con las fórmulas de siempre: ajuste y más ajuste manteniendo a rajatablas la quimera envenenada de la convertibilidad. Lo demás es historia conocida. Desocupación de casi el 25%, años de recesión, aniquilamiento del aparato productivo, enajenación del patrimonio público, leyes ignominiosas para desactivar aquellas otras surgidas en una época argentina atravesada por la idea de los derechos sociales y el Estado bienestarista, especulación enloquecida, megacanje anunciado como la salvación tan esperada, regreso de Cavallo, corralito, estallido de diciembre de 2001, cacerolazos, caída en picada, devaluación asimétrica... y el trabajoso camino de la recuperación emprendido a partir de mayo del 2003.

Como si estuviésemos delante de un espejo invertido, mientras en España Zapatero responde al llamado de Obama para que apresure las medidas ordenadas por la Comunidad Europea (léase principalmente Alemania que ahora también ha anunciado, a través de la liberal-conservadora Merkel, una severa política de ajuste), medidas que, como ya sabemos por experiencia propia, lo único que hacen es empeorar la situación de los pueblos y beneficiar a las grandes corporaciones, en nuestro país se insiste con proteger el salario, el consumo de los trabajadores, la inversión pública e, incluso, la Presidente acaba de anunciar la efectivización de decenas de miles de trabajadores del sector estatal que estaban en condiciones precarias. En España, Grecia y Portugal se avanza sobre recortes de políticas sociales y de jubilaciones además de reducir los salarios de los empleados públicos; en Alemania, y seguramente también en el resto de los países comunitarios, se anuncian severas medidas de control del gasto que abarcará a todos los sectores menos educación. Como un déjà-vu los argentinos miramos entre sorprendidos y extrañados de qué modo Europa repite aquellas fórmulas que nos condujeron directamente a la catástrofe.

Como otra muestra del espejo invertido, mientras en nuestro país se juzga a los genocidas e, incluso, ahora se abre el juzgamiento de los cómplices civiles a través de la figura emblemática de Martínez de Hoz, en España el juez Garzón ha sido suspendido por atreverse a abrir la caja de Pandora de los crímenes franquistas cometidos más de setenta años atrás. Un contraste extraordinario que entrelaza economía y derechos humanos, políticas regresivas inspiradas por el FMI como si no hubiera existido la brutal crisis del 2008 y persistencia en la Justicia española de activos sectores reaccionarios que intentan sellar a cal y canto cualquier intento por remover los crímenes del pasado. Mientras en nuestro país se reglamenta y se pone en funcionamiento una legislación reparadora respecto de los inmigrantes sin papeles, en España y en el resto de Europa se profundizan las leyes persecutorias (y para no quedar rezagado, en Arizona, Estados Unidos, se acaba de implementar una legislación que transforma a los trabajadores indocumentados y a sus familias en delincuentes, se autoriza la acción indiscriminada de la policía y se convierte a la población en potenciales delatores). En ocasiones es muy recomendable mirar lo que sucede en otras partes del mundo para valorar mejor lo que viene aconteciendo en nuestro país. Pero para eso también resulta indispensable desprenderse de esos relatos que han buscado siempre menospreciar nuestra realidad jugando en espejo con aquellas otras realidades siempre sobrevaloradas. Hoy, cuando la economía de los países centrales se enfrenta a una crisis de dimensiones colosales, resulta imprescindible recordar nuestra propia caída y destacar lo que nos ha permitido atravesar las actuales turbulencias sin caer, como en otros momentos no tan lejanos, en el abismo. Saber reconocer las señales del presente y saber desentrañar las mentiras y las falsedades que emanan de las usinas de los defensores a ultranza de las políticas de ajuste es una tarea mayúscula. Allí están los espejos de España y Grecia para que veamos aquello que no debemos hacer.

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