Volvió con su programa Ver para leer en su cuarta temporada de televisión. Esta vez con el Bicentenario y narradoras argentinas. Habla de fútbol y conspiraciones, ideología y Ley de Medios.
Por Florencia Canale
Juan Sasturain volvió a la tele con su programa de libros, Ver para leer. En el patio de su casa, en un escritorio improvisado repleto de libros desordenados de autoría nacional, el escritor acaricia –cuando lo deja– a su siamés Negrito. Ofrece café negro retinto y se disculpa con el ofrecimiento de leche para salvarlo. Cuando se relaciona el brebaje con el policial, sonríe.
–¿Qué diferencias tiene esta versión del programa?
–Este año, como parece ser el imperativo de la época, estamos todos con el tema del Bicentenario y está bien. Las pautas del programa fueron dos: que girara en torno al Bicentenario y que fuera cronológico. Hicimos un corte arbitrario. Tenemos un invitado y las cosas disparatadas que hacemos siempre.
–¿El tema a tocar lo plantea usted y lo escriben otros?
–Yo escribo junto a una guionista los temas. Los acordamos. Pero la trama argumental, la peripecia, siempre la ha escrito Sonia Jalfin, con la colaboración de Juan Sklan. En cuanto a la elección del entrevistado y de los libros de los que vamos a charlar, en general, lo propongo yo. La segmentación ha sido: primero la revolución y la independencia; Rosas, la generación del 80, el tema de la inmigración, la vuelta del siglo y el Centenario, la vanguardia del año ’20, el peronismo, y después la década del ’60, ’70. Habrá algún especial de la literatura femenina, pero lo estamos pensando. Hay un tema muy lindo que es la popularidad de las escritoras mujeres.
–¿Cuándo?
–En los ’60 por ejemplo. Las de la generación del ’50, Silvina Bullrich y Beatriz Guido, por ejemplo. Después se sumó Martha Lynch.
–¿Qué pasó? Ya no hay más de eso.
–No creas. Con la novela histórica, con Claudia Piñeyro, una novelista que maneja el thriller, está muy bien. Cristina Bajo, Liliana Bodocq, por ejemplo. Y mirá María Esther De Miguel, la popularidad que alcanzó en los últimos años con la novela histórica. Hay una continuidad de narradoras, parecería que hay una tradición de narradoras. Por ahí ese es uno de los ejes para tomar el recorrido femenino. Sin olvidar a las poetas: tenés a Alfonsina (Storni), María Elena (Walsh), hasta la Bellesi. Y la Gambaro ni hablar, que atraviesa todos los géneros. No vamos a dar cuenta de toda la literatura argentina porque no se puede. Tomamos la literatura que tiene que ver con el devenir histórico, más pegada a los acontecimientos. Trataremos de que no quede ningún texto importante afuera, con el estilo de Ver para leer. Un estilo misceláneo.
–¿No le cansó la televisión en estas cuatro temporadas?
–No, la pasamos bien. Y además, el programa tiene mucha repercusión, que es el espectador medio de Telefé, un argentino común. Es el argentino medio que mira televisión de aire; participa de esa mayoría que no lee. Lo que me llamó la atención es que tenemos muchos chicos que nos miran. No sé si entenderán todo lo que contamos, pero nos miran. Nos han pasado cosas que no esperábamos. Uno hace algo y después depende de lo que hagan los receptores con eso, más allá de todo. Se ha transformado en un programa de interés, de difusión de la lectura, y no fue pensado con un fin didáctico. Me parece bárbaro. Después me dicen: “Esa es la manera de hablar de literatura”, pero no es cierto. Esa es la manera en que un canal como Telefé ha concebido un tipo de programa. Pero a mí no me molesta que haya dos tipos charlando durante dos horas. Que mi programa sea rápido, corto y conciso no significa que sea la única manera de hacerlo.
–Usted rompió el cliché que decía que la literatura no vende en la televisión.
–Ahora rompamos el otro cliché que dice que esta es la manera en que hay que hacerlo.
–Esa es su manera...
–Esta es la que me tocó a mí. Yo seguramente me sentaría con alguien a charlar de libros. Le sacaría el jugo a (David) Viñas, por ejemplo. La traería a María Elena Walsh y que me cuente, o a Lamborghini que se murió. Mi idea sería juntar a los veteranos y sentarnos con ellos. Testigos inteligentes, sensibles. Lo que hago, lo hago con muchísimo gusto. Me llamaron porque suponían que yo sabía, y yo hago lo mío. Nosotros estamos acostumbrados a trabajar solos y en la tele es todo lo contrario.
–Supongo que después querrá volver al silencio de su casa.
–Sí, pero disfruto también de lo otro. Tengo épocas. Ahora recuperé los veranos para rajar de Buenos Aires y las obligaciones. Mi mujer es guionista así que empezamos a laburar con la suerte de la tecnología, que no nos necesita en el lugar.
–Y mientras tanto escribe sus cosas.
–Tengo tiempo para mi escritura.
–Y para su colección de novela policial.
–Tengo la colección que se llama Negro Absoluto, que está muy bien. Hay cuatro o cinco autores con personajes fijos. Estamos apostando a la saga, llevarla despacito. Es una editorial chiquita que la banca, es una apuesta con ciertas convicciones. Hay editoriales chicas que toman lo que las grandes descartan.
–Pasemos a lo terrenal de la vida. Hablemos de la Ley de Medios.
–Estoy absolutamente de acuerdo, en líneas generales. Estoy mucho más de acuerdo con la posición que lleva adelante el Gobierno que el 80 por ciento de la oposición. Aunque hablar de categorías absolutas es mentiroso. Pero bueno, hay que irse definiendo. Lo que no me gusta es todo lo que tenga que ver con la disposición de cupos. Como decía Jauretche, “emparejá y largamos”. Todo lo que sea imposición de cupos musicales, esas cosas me rompen los quinotos. Por otro lado, luchar contra los monopolios está muy bien.
–¿Qué opina de estas discusiones y peleas que han surgido entre periodistas?
–No me gusta para nada el botoneo personalizado de medios contra medios. Prefiero la discusión de ideas más que de personas. Porque las personas saltan de una posición a otra. Los que han sido más virulentos en una posición es porque han estado en la otra. Pero no me voy a poner en purista; si pasa, está todo bien. Una de las cosas más importantes es dónde están los ejes de la discusión, qué cosas se discuten. Eso me gusta. Que se discuta sobre la apropiación de la renta, cómo se distribuye la guita, de dónde se saca, de dónde hay que sacar para poner. Esas cosas son importantes. Opines lo que opines, que se escuchen las voces, aunque nos reputeemos. Eso me parece absolutamente saludable. Tampoco vamos a aprender a discutir. Mientras la discusión toca factores de poder, que no implican toda la realidad... esa es la otra falacia. Si vas a creer que los medios son los que crean una realidad, vas a creer que tenés todos los medios para crearla vos. Los medios son parte de la realidad. Yo no tengo que pensar que todo el mundo es manipulable, porque si lo pienso voy a intentar manipularlo. Si yo compro que la manipulación es un hecho, voy a ser un sorete publicitario, vendedor de humo. Voy a creer que todo el mundo compra humo, y yo me coloco fuera de eso. Si a mí no me lo venden, ¿por qué supongo que a los otros sí? No es así. Yo siempre he creído que la capacidad de los colectivos es muy grande. Si hacemos una visión tan apocalíptica de los medios, no me parece tan interesante.
–Usted es un amante del fútbol. Ya llega el Mundial. ¿Tiene pronósticos?
–Todos queremos que Argentina gane; después, la discusión táctica es otra cosa. No estoy de acuerdo con la ideología del juego. Quisiera no hablar de conspiración pero la figura de Bilardo es la que determina cómo piensa este equipo.
–Parece que no le gusta.
–¡No! De ninguna manera.
–O sea que usted adhiere a las teorías conspirativas sólo para el fútbol.
–No sé, pero creo que en este caso, al menos hasta ahora, está pensado como el tacticismo, el bilardismo, el resultadismo como ideología futbolera, que me parece nefasta.
–La idea que tenemos algunas mujeres es que el fútbol es de gente que usa poco la razón. Cuando vemos que hay hombres inteligentes que hablan de ese deporte, reivindicamos un poco ese deporte.
–(Risas) El fútbol tiene que ver con la belleza, con la ética. Como todo, depende qué le ponga uno, qué te saque el fenómeno. En el fútbol, todo lo que no tenga que ver con el juego, con todo lo que se pueda desprender de la ética y la ideología del juego, no me interesa.
Juan Sasturain volvió a la tele con su programa de libros, Ver para leer. En el patio de su casa, en un escritorio improvisado repleto de libros desordenados de autoría nacional, el escritor acaricia –cuando lo deja– a su siamés Negrito. Ofrece café negro retinto y se disculpa con el ofrecimiento de leche para salvarlo. Cuando se relaciona el brebaje con el policial, sonríe.
–¿Qué diferencias tiene esta versión del programa?
–Este año, como parece ser el imperativo de la época, estamos todos con el tema del Bicentenario y está bien. Las pautas del programa fueron dos: que girara en torno al Bicentenario y que fuera cronológico. Hicimos un corte arbitrario. Tenemos un invitado y las cosas disparatadas que hacemos siempre.
–¿El tema a tocar lo plantea usted y lo escriben otros?
–Yo escribo junto a una guionista los temas. Los acordamos. Pero la trama argumental, la peripecia, siempre la ha escrito Sonia Jalfin, con la colaboración de Juan Sklan. En cuanto a la elección del entrevistado y de los libros de los que vamos a charlar, en general, lo propongo yo. La segmentación ha sido: primero la revolución y la independencia; Rosas, la generación del 80, el tema de la inmigración, la vuelta del siglo y el Centenario, la vanguardia del año ’20, el peronismo, y después la década del ’60, ’70. Habrá algún especial de la literatura femenina, pero lo estamos pensando. Hay un tema muy lindo que es la popularidad de las escritoras mujeres.
–¿Cuándo?
–En los ’60 por ejemplo. Las de la generación del ’50, Silvina Bullrich y Beatriz Guido, por ejemplo. Después se sumó Martha Lynch.
–¿Qué pasó? Ya no hay más de eso.
–No creas. Con la novela histórica, con Claudia Piñeyro, una novelista que maneja el thriller, está muy bien. Cristina Bajo, Liliana Bodocq, por ejemplo. Y mirá María Esther De Miguel, la popularidad que alcanzó en los últimos años con la novela histórica. Hay una continuidad de narradoras, parecería que hay una tradición de narradoras. Por ahí ese es uno de los ejes para tomar el recorrido femenino. Sin olvidar a las poetas: tenés a Alfonsina (Storni), María Elena (Walsh), hasta la Bellesi. Y la Gambaro ni hablar, que atraviesa todos los géneros. No vamos a dar cuenta de toda la literatura argentina porque no se puede. Tomamos la literatura que tiene que ver con el devenir histórico, más pegada a los acontecimientos. Trataremos de que no quede ningún texto importante afuera, con el estilo de Ver para leer. Un estilo misceláneo.
–¿No le cansó la televisión en estas cuatro temporadas?
–No, la pasamos bien. Y además, el programa tiene mucha repercusión, que es el espectador medio de Telefé, un argentino común. Es el argentino medio que mira televisión de aire; participa de esa mayoría que no lee. Lo que me llamó la atención es que tenemos muchos chicos que nos miran. No sé si entenderán todo lo que contamos, pero nos miran. Nos han pasado cosas que no esperábamos. Uno hace algo y después depende de lo que hagan los receptores con eso, más allá de todo. Se ha transformado en un programa de interés, de difusión de la lectura, y no fue pensado con un fin didáctico. Me parece bárbaro. Después me dicen: “Esa es la manera de hablar de literatura”, pero no es cierto. Esa es la manera en que un canal como Telefé ha concebido un tipo de programa. Pero a mí no me molesta que haya dos tipos charlando durante dos horas. Que mi programa sea rápido, corto y conciso no significa que sea la única manera de hacerlo.
–Usted rompió el cliché que decía que la literatura no vende en la televisión.
–Ahora rompamos el otro cliché que dice que esta es la manera en que hay que hacerlo.
–Esa es su manera...
–Esta es la que me tocó a mí. Yo seguramente me sentaría con alguien a charlar de libros. Le sacaría el jugo a (David) Viñas, por ejemplo. La traería a María Elena Walsh y que me cuente, o a Lamborghini que se murió. Mi idea sería juntar a los veteranos y sentarnos con ellos. Testigos inteligentes, sensibles. Lo que hago, lo hago con muchísimo gusto. Me llamaron porque suponían que yo sabía, y yo hago lo mío. Nosotros estamos acostumbrados a trabajar solos y en la tele es todo lo contrario.
–Supongo que después querrá volver al silencio de su casa.
–Sí, pero disfruto también de lo otro. Tengo épocas. Ahora recuperé los veranos para rajar de Buenos Aires y las obligaciones. Mi mujer es guionista así que empezamos a laburar con la suerte de la tecnología, que no nos necesita en el lugar.
–Y mientras tanto escribe sus cosas.
–Tengo tiempo para mi escritura.
–Y para su colección de novela policial.
–Tengo la colección que se llama Negro Absoluto, que está muy bien. Hay cuatro o cinco autores con personajes fijos. Estamos apostando a la saga, llevarla despacito. Es una editorial chiquita que la banca, es una apuesta con ciertas convicciones. Hay editoriales chicas que toman lo que las grandes descartan.
–Pasemos a lo terrenal de la vida. Hablemos de la Ley de Medios.
–Estoy absolutamente de acuerdo, en líneas generales. Estoy mucho más de acuerdo con la posición que lleva adelante el Gobierno que el 80 por ciento de la oposición. Aunque hablar de categorías absolutas es mentiroso. Pero bueno, hay que irse definiendo. Lo que no me gusta es todo lo que tenga que ver con la disposición de cupos. Como decía Jauretche, “emparejá y largamos”. Todo lo que sea imposición de cupos musicales, esas cosas me rompen los quinotos. Por otro lado, luchar contra los monopolios está muy bien.
–¿Qué opina de estas discusiones y peleas que han surgido entre periodistas?
–No me gusta para nada el botoneo personalizado de medios contra medios. Prefiero la discusión de ideas más que de personas. Porque las personas saltan de una posición a otra. Los que han sido más virulentos en una posición es porque han estado en la otra. Pero no me voy a poner en purista; si pasa, está todo bien. Una de las cosas más importantes es dónde están los ejes de la discusión, qué cosas se discuten. Eso me gusta. Que se discuta sobre la apropiación de la renta, cómo se distribuye la guita, de dónde se saca, de dónde hay que sacar para poner. Esas cosas son importantes. Opines lo que opines, que se escuchen las voces, aunque nos reputeemos. Eso me parece absolutamente saludable. Tampoco vamos a aprender a discutir. Mientras la discusión toca factores de poder, que no implican toda la realidad... esa es la otra falacia. Si vas a creer que los medios son los que crean una realidad, vas a creer que tenés todos los medios para crearla vos. Los medios son parte de la realidad. Yo no tengo que pensar que todo el mundo es manipulable, porque si lo pienso voy a intentar manipularlo. Si yo compro que la manipulación es un hecho, voy a ser un sorete publicitario, vendedor de humo. Voy a creer que todo el mundo compra humo, y yo me coloco fuera de eso. Si a mí no me lo venden, ¿por qué supongo que a los otros sí? No es así. Yo siempre he creído que la capacidad de los colectivos es muy grande. Si hacemos una visión tan apocalíptica de los medios, no me parece tan interesante.
–Usted es un amante del fútbol. Ya llega el Mundial. ¿Tiene pronósticos?
–Todos queremos que Argentina gane; después, la discusión táctica es otra cosa. No estoy de acuerdo con la ideología del juego. Quisiera no hablar de conspiración pero la figura de Bilardo es la que determina cómo piensa este equipo.
–Parece que no le gusta.
–¡No! De ninguna manera.
–O sea que usted adhiere a las teorías conspirativas sólo para el fútbol.
–No sé, pero creo que en este caso, al menos hasta ahora, está pensado como el tacticismo, el bilardismo, el resultadismo como ideología futbolera, que me parece nefasta.
–La idea que tenemos algunas mujeres es que el fútbol es de gente que usa poco la razón. Cuando vemos que hay hombres inteligentes que hablan de ese deporte, reivindicamos un poco ese deporte.
–(Risas) El fútbol tiene que ver con la belleza, con la ética. Como todo, depende qué le ponga uno, qué te saque el fenómeno. En el fútbol, todo lo que no tenga que ver con el juego, con todo lo que se pueda desprender de la ética y la ideología del juego, no me interesa.
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