¿Hasta qué punto se puede controlar la libertad de conocer y de saber?
Por Rocío Silva Santisteban
Una de las primeras fotocopias que cayó en mis manos se borró con el tiempo: las letras que contenían información valiosa se fueron volviendo fantasmas hasta desaparecer. El papel era delicado y la mancha amarillenta sobre el mismo ni siquiera permitía adivinar lo que hubo ahí adentro. Una extraordinaria metáfora de la vida.
Hoy, felizmente, la tecnología ha logrado fotocopias de larga y casi eterna duración, a color o blanco y negro, sobre cualquier tipo de superficie, incluyendo papel blanco simple y silvestre. Es más, hoy se puede fotocopiar sobre micas transparentes o papel reciclado. Lo sustancial es que la fotocopia forma parte de nuestra vida más allá de las metáforas.
En el caso de las universidades, las fotocopias son la base de la transmisión del conocimiento. Si bien es cierto que lo óptimo sería que el universitario peruano se compre los libros que lee o, por lo menos, que los saque de la biblioteca y los mantenga en su poder buen tiempo –ahora las bibliotecas ni siquiera son de estantes abiertos y te prestan el libro ¡¡24 horas!!– ante la indigencia de la cultura, de la educación y sobre todo, ante las dificultades de distribución de textos, la fotocopia anillada de un ejemplar completo se ha vuelto la manera imprescindible de poder estudiar, conocer, investigar, ergo, remontar lo que algunos sociólogos denominan "la colonialidad del saber".
En efecto, el saber ha pertenecido a las élites y ha sido organizado desde los grandes centros de poder. En esta época de Wikipedia y de Google, en que existe un derecho potencial de las mayorías al acceso a la información puesta en línea, es difícil llevarlo a cabo debido al sistema de copyright, que ha devenido en un monopolio del conocimiento. "Es hora de preguntarse si deberíamos seguir funcionando con este sistema de copyright, que es un invento del siglo XIX que no está preparado para la promoción del derecho fundamental a la libre comunicación en el siglo XXI", con estas palabras Joost Smiers, profesor de la Universidad de Utrecht, presentó su libro Un mundo sin copyright en Madrid.
Una de las maneras cómo, desde la precariedad, se ha respondido al manejo del conocimiento que hacen las industrias culturales es a través de la conversión de la fotocopia en la fuente del saber. Las periferias de nuestras universidades están abarrotadas de centros de fotocopiado: incluso adentro, al costado, atrás. Apenas surge un nuevo instituto o universidad, como hiedra alrededor surgen fotocopiadoras.
Además la fotocopia no funciona igual que la piratería: se sacan fotocopias por la necesidad de conocer lo que el libro dice; se reproducen copias piratas por satisfacer el lucro de sus productores y al ahorro que hace el lector de unas cuantas –o muchas– monedas dejando de pagar al editor, primero, y al autor, en último lugar.
En el sistema actual de copyright el autor no es el gran beneficiado. Y, además, ¿el deseo del autor se encuentra, me pregunto yo, en la ganancia por el copyright o en el prestigio por el libro? Hay autores que viven de sus derechos. La otra gran mayoría viven de las actividades adyacentes que el prestigio de sus firmas les otorga: de sus artículos, de conferencias, de investigaciones o de premios. Un autor de sociología o de derecho, ¿prefiere ganar por sus libros o que sus ideas se divulguen ampliamente a través de fotocopias usadas y ajadas que se transmiten de mano en mano? Y por último, ¿acaso el conocimiento es plausible de un derecho de propiedad?, ¿hasta qué punto se puede controlar la libertad de conocer y de saber? La fotocopia es una reivindicación imprescindible en un mundo académico injusto.
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