lunes, 14 de junio de 2010

LA POLÍTICA, NO LOS POLÍTICOS


Los medios, siempre parte interesada, hablan de los políticos como si de vedettes se tratara: los hay buenos y los hay malos. Pero olvidan, o acaso omiten, meterse en el barro de la política. Allí donde verdaderamente deberían darse los debates.


Pasaron ya varios siglos desde que Maquiavelo, con fundamento republicano, escindió la ética de la política. Desde entonces ya empezaba a quedar claro que cada una (ética y política) recorrían carriles separados. Estudiar, por ejemplo, a Napoleón Bonaparte preguntándonos qué intenciones habrá tenido o si lo que hizo fue de mal o buen tipo no es correcto. La política no se analiza desde ese lugar. La honestidad o corrupción de Napoleón corresponde a otro orden de análisis, al de lo privado, por donde no transita la historia. El hecho político es lo único que hay, lo único relevante para juzgar en política. Todo análisis que se precie de político pero indague sobre, por ejemplo, los bienes y la riqueza que obtuvo, los móviles de sus acciones, la cantidad de mujeres que desposó o la forma en la que trataba a sus soldados es un análisis ético, legítimo, pero no político.



Así como a un científico se lo juzga desde la ciencia y a un veterinario desde la veterinaria: a un político se lo juzga desde la política. ¿Qué pasa si pensamos, por ejemplo, a Arturo Illia desde esa lógica? Una excelente persona, con principios morales claros, admirables, pero que en el terreno de la política careció de capacidad de construir poder, de estrategia para incidir en la correlación de fuerzas. Si la historia guarda para Illia un buen lugar no es porque era un buen tipo sino porque supo hacer salir la Ley de Medicamentos o mantener el salario mínimo. Y si no le guarda un gran lugar es porque no quitó la proscripción electoral al peronismo o no tuvo la capacidad de erigir poder político. Si era mala o buena persona no importa para la historia, porque no es relevante para la política. Del mismo modo, la historia reserva un lugar en el podio de los más despreciables para Carlos Menem no porque fue el más corrupto (eso es quizás una, importante, nota al pie) sino porque desmanteló el aparato productivo nacional, extranjerizó el Estado y vendió el país.



La corrupción es un mal y es necesario erradicarla de cuajo: culturalmente e indagando en una verdadera ética pública. Incluso hay que denunciar a la mala gente, la búsqueda política que emprendemos es, de alguna manera, como lo expresó José Pablo Feinmann, la de la victoria de las buenas personas. Pero es clave diferenciar lo importante de lo determinante: cuando se habla de política la corrupción es importante pero lo determinante pasa por la política misma. ¿Acaso importa saber si Videla era un tipo generoso o qué fue lo que lo impulsó a ser un genocida? Del mismo modo tampoco importa saber qué impulsó a los Kirchner para que apoyen la Ley de Medios. Sino que lo relevante es el hecho en sí mismo. En el primer caso, que fue un genocida, y en el segundo, la Ley de Medios en sí misma por lo que significa para la democracia.


LA VERDAD DE LOS MEDIOS


Atravesamos una era signada por los medios de comunicación y una época en la que el gobierno afecta los intereses de los grandes monopolios mediáticos. En el marco de la contraofensiva mediática existe una marcada estrategia: instalar la idea y la sensación de que Néstor Kirchner y Cristina Fernández son malos y que se rodean de tipos oscuros y perversos (Luis D’Elía, Guillermo Moreno, Julio De Vido, Ricardo Jaime, etc.) conformando un gobierno “más corrupto que el de Menem”, como le dijo hace un tiempo Ernesto Tenembaum a Agustín Rossi. Partiendo de ese lugar, dirigentes opositores como Pino Solanas o Julio Cobos buscan diferenciarse mostrándose como la alternativa honesta, tratando de satisfacer la eterna demanda de la clase media de “alguien nuevo y cristalino”. Es una demanda mesiánica: se aguarda por el arribo de un político impoluto que no despierte conflictos y no tenga amigos turbios ni acuerdos con nadie sospechado de serlo. Pero los mesías no vendrán y sólo seguirán apareciendo falsos profetas. Porque la política como ámbito de choque de diversos intereses, como correlación de fuerzas, es barro. Y hasta el más intachable de los hombres para trazar el bien común donde se yuxtapone un interés particular tiene que construir poder y para eso, a veces, le pese a quien le pese, tiene que bancarse tener al lado, al menos por un tiempo, a alguno de los malos. Esto no quiere decir que el fin justifique los medios, Maquiavelo bien se ocupó de aclarar que “hay medios que pueden proporcionar poder, pero no la gloria”.



Al mismo tiempo en esta época mediatizada el rol político del periodismo quedó al descubierto. Las entrevistas periodísticas ya no son entrevistas sino discusiones o charlas (según el caso) de referentes del oficialismo o de la oposición. El periodismo está en crisis porque la encrucijada entre la ideología del periodista y la del empresario dueño del medio se hace evidente y porque hay intereses materiales que les impiden a muchos cruzar la línea entre opinión hegemónica y opinión propia, que es la misma entre (mientras la Ley de Medios no se reglamente y haya una verdadera pluralidad) seguir trabajando o quedar en la calle. En este contexto, lo que está en duda es el rol del periodismo y cómo la opinión pública es construida a partir de la homogeneidad de los diferentes monopolios mediáticos que inyectan su interés particular a lo que hacen aparecer de interés general y no la biografía de Magdalena Ruiz Guiñazú, por caso. No importa si Joaquín Morales Solá es (y/o fue) malo u Orlando Barone bueno sino que lo verdaderamente importante es dejar en claro qué intereses motorizan y defienden las cosas que dicen o hacen, rastreando cuán lejos o cerca está eso del verdadero interés común.



No se trata de justificar a nadie ni de retrotraerse a la vieja zoncera del roba pero hace sino de expresar que si las nuevas generaciones queremos reivindicar la política, tenemos que hablar de política. Y dejar de hablar de los políticos.


Daniel Wizenberg

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