martes, 15 de junio de 2010

GALASSO VS.FEINMANN


El historiador le responde al filósofo por un artículo publicado en Página 12.


Por Norberto Galasso
Historiador

El artículo se titula Cómo se conquistó el pacto neocolonial (18/04/2010, Página 12) y sorprende que José Pablo Feinmann no mencione a Bartolomé Mitre (trazado de ferrocarriles ingleses en abanico hacia el puerto, empréstitos e instalación de bancos ingleses) y en cambio, le adjudique ese protagonismo antinacional a la Revolución de Mayo, a Mariano Moreno y al General San Martín. Por eso, paso a reseñar lo fundamental del artículo donde encuentro graves errores.

Feinmann reproduce una cita de Mariátegui fundando así su tesis descalificatoria de la Revolución de Mayo: “Los ingleses habían financiado la fundación de las nuevas repúblicas”. Pero esa cita es aplicable a 1824 y no a 1810. Proviene del libro El congreso de Verona, del vizconde de Chateaubriand, quien sostiene: “De 1822 a 1826, diez empréstitos han sido hechos en Inglaterra en nombre de las colonias españolas”. Chateaubriand explica el objetivo colonialista de esos 10 empréstitos, por un total de 20.078.000 de libras y después de demostrar que fueron una estafa –Inglaterra quedó como acreedora por 35.745.000 libras– concluye: “Las colonias españolas se volvieron una especie de colonia inglesa”. Esto se produce entre 1822 y 1826 y se corresponde con la política de la burguesía comercial portuaria expresada por Rivadavia en el período que Vicente López y Planes llama “de la contrarrevolución”, respecto al período de Mayo (1810-1821) que fue, según señala, el de “la revolución”, cuando se hablaba “de patriotismo” mientras que en la época rivadaviana “se proclamó el principio de habilidad o riqueza” (Carta a San Martín del 4/1/1830). Con esos empréstitos quedaron encadenados al Imperio varios países latinoamericanos –fue el inicio, con Baring Brothers, de nuestra deuda externa– y no existe relación alguna con la Revolución de Mayo. Scalabrini Ortiz enseñó, en Las dos rutas de Mayo, que la de Moreno (nacional y revolucionaria) era antagónica a la de Rivadavia (colonialista). Puede sostenerse que en 1824 nace ese pacto semicolonial que consolida luego Mitre a partir de 1862.


Como al pasar, Feinmann sostiene que “hay quienes afirman que la revolución de Mayo, a diferencia de la otras de América, tomó el espíritu de las Juntas españolas que luchaban contra la España absolutista” y agrega: “Corrijamos esto: no se puede comparar a las Juntas Populares de la España rebelde, popular y antibonapartista con la mera individual Junta de Mayo [...], junta de mayo que nunca fue popular ni tenía cómo serlo”. En primer término, no hay diferencia entre la revolución de Mayo y “las otras de América”, pues en todos los movimientos entre 1809 y 1810, se forman Juntas Populares, como en España, para desplazar a los virreyes, y en todas ellas se jura por Fernando VII, lo que prueba que no tenían inicialmente un propósito separatista y que al igual que las juntas españolas, confiaban en Fernando VII como el posible modernizador de España. Esa revolución española declara que las tierras de América no son colonias, sino provincias, y propicia la formación de Juntas, cuyo contenido inicial es democrático, no independentista y se tornan separatistas a partir de 1814 cuando la revolución española es derrotada por el absolutismo (hasta 1814 flameó la bandera española en el Fuerte de Buenos Aires). En segundo lugar, es correcto que nos faltó una burguesía nacional unificadora, capaz de consolidar la revolución hispanoamericana. Ni Moreno ni Bolívar ni San Martín tuvieron burguesía nacional en que apoyarse o cuando la había, era muy débil y estaba mentalmente colonizada, como le ocurrió después a Perón en la Argentina. Pero también faltó –o fue muy débil– la española, y por eso volvió el absolutismo a España en 1814. Sin embargo, Moreno sostenía la necesidad del rol del Estado que podría reemplazarla como se ha planteado un siglo y medio más tarde en varios países del tercer mundo (por eso, Moreno, al igual que San Martín, gesta fábricas estatales de armas y de pólvora).

Otro error consiste en afirmar que “la Junta de Mayo nunca fue popular ni tenía como serlo [...] que sus compañeros (los de Moreno) eran básicamente dos”. Por el contrario, eran sectores populares dirigidos por los chisperos o manolos de la Revolución como French, Beruti, Donado, Arzac, Orma, Dupuy, Cardozo, Planes y muchos otros que movieron mil personas en la plaza (el 2% al 2,5% de Buenos Aires; en valores actuales sería una concentración de 80.000 a 100.000 personas). Los enemigos del pueblo tenían en claro lo que era el morenismo: Arroyo y Pinedo lo aborrecía porque “Moreno sostiene que ya todos somos iguales, máxima que así vertida en la generalidad ha causado tantos males” y agregaba: “En estas circunstancias en que el susodicho Moreno se había arrastrado a la multitud”.

El morenismo se continúa después de 1810 con Monteagudo y San Martín. Son los continuadores de Moreno, después de su muerte y tanto es así que la Asamblea del año XIII adopta importantísimas medidas democráticas y antiabsolutistas, iguales a las que aplica San Martín cuando es Protector del Perú: principios fundamentales como la destrucción de los instrumentos de tortura, la abolición de títulos y escudos nobiliarios, la abolición de los tributos que pesaban sobre los indios y la libertad de vientres, entre otras. La confrontación de clases y de proyectos es evidente en esa época. Que la izquierda abstracta pregone que son luchas interburguesas pues ninguno aspiraba al socialismo y, por tanto, despreciables, resulta coherente con su desvinculación con la clase obrera real, pero que lo haga un filósofo de la talla de Feinmann, es lamentable y peligroso.

Asimismo, sorprende que Feinmann no acuse a Mitre del pacto semicolonial y en cambio defenestre a Moreno y, al mismo tiempo, descalifique a Lenin y niegue el protagonismo popular –justamente cuando se multiplican hoy las concentraciones populares– para luego caer en la versión de Sejean de que San Martín fue sobornado en Londres en 1811, y no le interesaba la unión latinoamericana –justamente hoy cuando avanzamos hacia ella con la Unasur y otras expresiones de la Patria Grande–.

Advierto en el artículo de Feinmann algunos otros errores. Por ejemplo, sostener que los terratenientes deseaban exportar trigo en 1810, cuando ello sólo empezó a manifestarse siete décadas después, desacierto que proviene seguramente de las urgencias periodísticas. Pero no puedo dejar de criticar el final donde afirma: “Acaso en Guayaquil –si Bolívar le confió sus sueños sobre la gran nación bolivariana– le dijo no, lo que yo vine a hacer a este continente ya está hecho. Y se fue”. Con esta suposición sugiere (previamente señala dos veces que vino en una fragata inglesa) que San Martín, al igual que los revolucionarios de Mayo, es también responsable del pacto semicolonial, dando aliento así a la tesis de Sejean de que San Martín era un agente inglés. En este aspecto existen proclamas, cartas y en especial el tratado “Pacto de unión, liga y confederación perpetua”, firmado el 6/7/1822, entre Monteagudo, en representación de San Martín, y Mosquera, en representación de Bolívar, por una “asociación para formar una nación de repúblicas”. Este tratado aparece en los textos como entre Perú y Colombia, pero Perú incluía el territorio que luego fue Bolivia y tenía el apoyo de Chile (O’Higgins) y Colombia se integraba con Venezuela, Ecuador, Colombia y Panamá, que formaba parte de esta última, y en él se comprometen los firmantes a “interponer buenos oficios con los gobiernos de los demás estados de la América antes española para entrar en este pacto”. Por supuesto, el probritánico Rivadavia no apoya esta política.

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