Los santos populares no son recientes. Pero las devociones a personas o símbolos no reconocidos por la Iglesia Católica en segmentos sociales que profesan esa religión o alguna otra bullen con una potencia apabullante desde hace unos años. Y se percibe una relación diferente entre las personas y estos santos.
Si bien Deolinda “la Difunta” Correa, mantiene su predicamento entre las preferencias y Ceferino Namuncurá, el joven mapuche, logró su beatificación, polémica para algunos, otras figuras ganan fervor arrolladoramente. Mientras, nuevas imágenes surgen en este mundo pagano de santificaciones populares, como Rodrigo o Gilda, cuyos santuarios están abarrotados de fotos, remeras, trapos inscriptos, cartas y todo tipo de mensajes de agradecimiento por “haber cumplido la promesa”.
Hubo varios antes que ellos –o junto a ellos– y probablemente habrá otros.
¿Por qué, habiendo imágenes a las cuales rezar, intermediarios oficiales en quien depositar los mensajes a Dios, las personas buscan otros mensajeros? Los especialistas en general coinciden en dos ideas: la libertad con que pueden profesarse y la cercanía que sienten con el santo popular.
“Uno con este santo se siente más libre, no tengas dudas”, certifica Rubén Alfaro, dueño y sanador en el santuario del Gauchito Gil en Alejandro Korn.
Alfredo Moffat, que abordó el tema hace más de 30 años en Psicoterapia del oprimido, adhiere desde una comunicación telefónica: “La relación con estos santos es más íntima, más cercana que con los de la Iglesia”.
Al santuario de Rodrigo en Berazategui llegan familias enteras de todas las clases sociales. Allí se prenden dos cigarrillos, uno se apoya contra la reja de la puerta, el otro se lo fuma el devoto. Se comparte una cerveza con el cantante muerto. Al Gauchito Gil se le prende un pucho y se le deja una botella o una caja de vino. A San La Muerte, que siempre tiene su santuario más chiquito al lado del gaucho porque hay una idea de que si no se lo venera a él también podría ofenderse, ya que era quien protegía a Gil en vida, se le deja whisky por puro miedo.
“Eso de compartir algo con el santo es muy fuerte”, dice a PERFIL conmocionado Rubén Dri, ex sacerdote, teólogo y autor de varios libros sobre el asunto. Rubén, el curador, coincide. A la Difunta Correa se le dejan botellas con agua y su devoción conlleva así una candidez de género que apenas puede acercarse a la de Gilda, la bella cantante bailantera que, como Rodrigo, murió muy joven, trágicamente y en lo mejor de su carrera. El santuario de Gilda, en el km 130 de la Ruta Nacional 12, es lugar de peregrinación y depositario de ofrendas de sus fans promesantes.
María Julia Carozzi, en su trabajo Antiguos difuntos y difuntos nuevos, retoma una idea de Eloísa Martín (ambas antropólogas, estudiosas del tema) en la que asegura que para acercarse a las sacralizaciones populares hay que salir de la perspectiva inconscientemente moldeada por el catolicismo.
Así podría entenderse un poco mejor la idea de estos “difuntos milagrosos” que para mucha gente, de verdad, hacen milagros. Pablo Seman, antropólogo y compilador de Entre santos, cumbias y piquetes, es categórico: “Para los sectores populares la promesa no es una compra de milagros. El milagro es una cosa que hace el creyente en una relación con un ser superior que para él está tan presente como su madre”.
Según los especialistas, entonces, los milagros que hacen el Gauchito Gil, San La Muerte, la Difunta Correa, Rodrigo, Gilda o en su momento Gardel, Evita, Bairoletto, Pancho Sierra o hasta María Soledad Morales, entre tantos, son tan reales como la vida misma, porque forman parte de lo cotidiano y no de lo excepcional. “Los milagros se producen, la relación que la gente establece con el símbolo crea una fuerza muy especial, que en términos psicológicos es una sujeción. Pero en este caso se trata de crear un ámbito de sanidad, una expectativa especial, se reaviva la esperanza y todo eso mejora a la gente, a pesar de todo el comercio que también hay alrededor. Pero el que le pide trabajo a San Cayetano y cree que se lo va a dar sale a buscar trabajo, no se vuelve a su casa a esperar. Lo mismo con los santos populares. Por eso el devoto interpreta que son milagros”, explica Drí.
“Vos no tenés idea de las cosas de las que me habla la gente”, dice Rubén Alfaro, que tiene mal genio y se reconoce como un ex atorrante, y cada 8 de enero recibe miles de personas en su santuario, además de decenas diariamente. Cuando los pedidos que le hacen los creyentes se cumplen, los agradecimientos van para el Gauchito Gil. “La gente me ve como un intermediario del Gaucho, no de Dios. Me piden que el padre deje de tomar para que deje de pegarle a la madre, me piden para que un hijo deje la droga, me piden para que papá visite más a mamá y los hermanitos. El tema social no lo atiende nadie. Y después la gente viene asombrada porque el Gaucho le cumplió. No viene sólo por enfermedades.”
Otros buscan el milagro de la justicia. Dicen que por eso el culto al Gaucho y a la imagen de la parca creció como hongos después de la lluvia a lo largo del país. Y también en las cárceles “donde se tallan las imágenes del Señor de la Muerte, cuenta Blanca Rébori, periodista y autora del libro La tierra sin mal, donde expone largamente sobre ese temido santo popular. “El Gauchito Gil es el santo de los pibes chorros porque lo mató la Policía. Y con eso también están pidiendo justicia. Ellos nunca van a elegir a uno de la Iglesia porque quieren uno que sientan que es como ellos –dice Moffat–. Los pibes están muy cerca de la muerte, sienten que están muertos porque no existen para la sociedad, por eso también San La Muerte.”
La rebeldía es, sin dudas, otra característica de todos estos personajes. Incluso de San La Muerte, que mientras un relato más o menos oficial dice que nació mestizo del Jesús de la Buena Muerte de los jesuitas y las creencias guaraníticas, otros como Rubén cuentan que era un monje de la Abadía de San Benito a quien le prohibieron que curara a los enfermos de lepra por contradecir las normas eclesiales y lo encerraron. Que ante ello se rebeló dejando de comer, que a los días estaba esqueletizado con su guadaña, que en realidad era un báculo, y que a partir de entonces se dedica a hacer el bien y también el mal.
La Difunta Correa se rebeló a no ver más a su esposo flojo de salud, reclutado de prepo por las tropas de Güemes. Incluso se dice que el comisario del pueblo, que le requería amores que ella negaba, habría ayudado a que se lo llevaran. Deolinda salió con su bebé al desierto tras su marido y murió pudiendo aún amamantar por unos días al niño hasta que fue encontrado. Algunos dudan incluso de la veracidad de la historia ocurrida en San Juan a mitad del siglo XIX y otros, como Moffat, la metabolizan casi como un relato capaz de explicar tanta dureza del sol y los efectos de la falta de agua en un lugar que además, según dice, era un cementerio indígena. La Iglesia Católica da misa en el santuario pero no reconoce a la santa como tal.
Gilda era maestra jardinera y un día la descubrió el empresario Toty Jiménez. Ella misma contó en algunas entrevistas que si hubiese tenido el don de volver el tiempo atrás, hubiese sido más desafiante en su adolescencia, más rebelde. Pasaron años hasta que logró soltar las cadenas amorosas y comerciales (más o menos lo cuenta en el tema Fuiste) y eso era venerado por su público, que ya en vida le endilgaba poderes sanadores, según se la escucha contarlo en un disco póstumo.
Tanto la cantante como Rodrigo proponían la fiesta de la vida en sus shows. El cordobés, que clavó el cuarteto en el corazón de Buenos Aires y en los jóvenes, tomaba cerveza en público, en las entrevistas televisivas, y no tenía problemas en sentarse a la mañana a desayunar con sus fans, que lo seguían después del recital. Hoy, después de muerto, ellos sienten que les sigue cumpliendo y se lo hacen saber en el santuario.
Antonio Gil era un gaucho que se habría negado a fines del siglo XIX a participar en las guerras internas de la Argentina para no seguir matando hermanos. Dicen que como tantos otros gauchos de la época, alzados contra el rebenque del patrón, robaba ganado con la complicidad de la peonada, con la que después compartía el botín. Su vida y su muerte a manos de un policía, que luego se convirtió en su primer fiel, lo acercan sensiblemente a los más vulnerables de hoy, que también quieren rebelarse y liberarse. Los encuentros en los santuarios del Gauchito Gil “son fiesteros”, explica Dri. La música del chamamé suena a más no poder y todo es alegría. Un video que puede conseguirse en Alejandro Korn muestra una procesión a Mercedes, en Corrientes, de comienzos de los años 70, donde camiones, coches y colectivos llegan abarrotados de gente agitando trapos rojos (por la sangre derramada en el degüello) y festejando. Allí, en la última procesión del 8 de enero, casi 40 años después, se calcula que hubo 200 mil personas.
¿Hay conflicto en los católicos que profesan culto a alguno de estos santos? ¿Sienten culpa? No hay total coincidencia. Mientras a Rubén Alfaro los fieles que van a venerar al Gaucho en su santuario le confiesan que sí, Drí, Seman y Moffat no lo perciben. Tanto que en Luján, en las santerías de los alrededores de la basílica, se consiguen cintas con la imagen de la Virgen, la de San Cayetano y la del Gauchito Gil juntos. En el corazón de los feligreses parece haber espacio para todos.
El favorito de los camioneros
No hay un cálculo exacto sobre la cantidad de santuarios o fieles que practican esta religiosidad no tradicional, donde se mezclan imágenes y agradecimientos a San Expedito, la Virgen de San Nicolás y el Gauchito Gil con desparpajo. Según Rubén Alfaro, en Buenos Aires “puede haber unos 400 santuarios del Gaucho y 8 millones de fieles en todo el país”. Los pequeños altares al costado de la ruta son cada vez más numerosos y se los puede encontrar en los lugares más insólitos e inhóspitos. Eso se debe a que los principales difusores del culto al Gauchito Gil son los camioneros, que se han convertido en una profesión central en los últimos años ante la ausencia del transporte ferroviario.
Los camioneros figuran entre los trabajadores mejor pagos y parecen haber encontrado en el Gauchito Gil la figura a quien agradecerle su presente y confiarle su suerte en la ruta, para que los proteja de eventuales accidentes.
Pablo Seman cuenta que muchos camioneros agradecidos con el Gaucho le levantaron santuarios al costado de los caminos.
Alfaro explica que en Corrientes debe haber “40 o 50 mil placas con agradecimientos al Gaucho”.
Pero menos precisión hay en el cálculo de las enormes sumas de dinero que se mueven por el comercio en torno a estas devociones.
“Todos los 8 de enero Mercedes se llena de sinvergüenzas”, dice Alfaro, prosaico.
Qué dice la Iglesia
Recientemente se instaló con más fuerza el debate acerca de si la Iglesia Católica debería o no reconocer a Antonio Gil como santo. Sobre la Difunta Correa la discusión es más vieja. Monseñor Santiago Olivera, a cargo de la novísima Comisión de Seguimiento de la Causa de los Santos del Episcopado Nacional, no duda cuando dice que “nunca serán reconocidos por la Iglesia”. Aunque concede que “sería lindo lograr un buen diálogo sobre el tema de bendecir las imágenes” de los santos populares, “pero –aclara– no todo es fuente de bendición”. Hasta ahora los sacerdotes se niegan a hacerlo y la gente suele llevarlas a escondidas para que reciban la bendición.
“Para la Iglesia la persona tiene que haber vivido acorde al Evangelio, incluso si su vida fue heroica debió serlo dentro de esos parámetros. Y las vidas de esas personas que la gente ve como santos populares no se ajustan a los valores del Evangelio”, señala.
Rubén Dri dice que en realidad el tema se les fue de las manos y que la Iglesia es reacia a reconocer santos que primero son sacralizados por la gente. Dice, por caso, que no entiende por qué no reconocen a la Difunta Correa. En una encuesta reciente realizada en el blog de un diario nacional, el 60% consideró que el Gauchito Gil no debería ser reconocido por la Iglesia. Algunos porque lo considerarían un sacrilegio. Pero la gran mayoría porque quiere seguir venerándolo sin ataduras institucionales y a puro chamamé.
no haras para ti escultura,ni imagen alguna de cosa que esta arriba en los cielos, ni abajo en la tierra ,ni en las aguas debajo de la tierra .no te inclinaras a ellas ni las serviras,porque yo soy jehova tu dios ,fuerte,celoso,que visito la maldad de los padres sobre los hijos hasta la tercera y cuarta generacion de los que me aborrecen.no entiendo porque esta idolatria y cada ves es peor ceferino namucura,expedito,san cayetano,la virgen maria,lujan,la rosa mistica y un monton mas no tienen nada KE VER CON DIOS
ResponderEliminarDIOS ES EL UNICO KAMINO Y SALVADOR DE TU ALMA