domingo, 13 de junio de 2010

EL MISTERIO GIUBILEO


Es uno de los mayores enigmas de la historia policial argentina. El 16 de junio de 1985, la doctora Cecilia Giubileo tomó su guardia en el hospital psiquiátrico de Luján y nunca más se la vio. Hubo todo tipo de hipótesis, la mayoría absurdas. Salió a la luz la terrible situación de los enfermos mentales internados en esos institutos.


Por Juan Ignacio Provéndola

Estaba llena de barro. Los pies, las manos, la cara. Se estaba hundiendo en esa ciénaga pestilente que ocupaba casi veinte de las 266 hectáreas de la Colonia Montes de Oca. Mientras más se esforzaba por salir, más profundo calaba en el inmenso lodazal. Muchos la miraban, pero nadie hacía nada para rescatarla. Quería pedir ayuda, quería gritar antes de que su boca empezara a tragar tierra. De golpe, Cecilia Giubileo se incorpora y la pesadilla por fin acaba. Se había quedado a dormir en lo de su abuela adoptiva, quien la encontró transpirada y palpitante. Nunca imaginó que, esa noche, su nieta del corazón se iba a convertir en el más inexpugnable de los misterios que concibió la historia policial argentina.


Aquel domingo 16 de junio de 1985, la médica tomó su guardia en la Colonia Montes de Oca, un hospital psiquiátrico para mil enfermos mentales de ambos sexos en Torres, Luján. Su ficha personal indicaba que lo había hecho a las 21.15. Firmó un acta de defunción, recetó un antifebril, charló con algunos internos y acudió a atender de urgencia una urticaria en un pabellón, cuando ya se había retirado a la casa la médica del lugar. Un paciente con el que tenía confianza la acompañó a campear los 500 metros de oscuridad que la separaban de su albergue ocasional. Había pedido tres cigarrillos para acompañar la vela leyendo, así ninguna emergencia la encontraba dormida. La medianoche se estaba imponiendo y no volvieron a solicitarla hasta el sol del lunes. La casa médica estaba cerrada con llave. Adentro, ya no había nadie.


En la colonia, rápidamente, le iniciaron un sumario interno por abandono de trabajo y aseguraron que Giubileo se había retirado por sus propios medios y bajo su voluntad. Difícil saberlo: la hoja de registro del lunes en cuestión fue arrancada y su Renault 6 permanecía en el mismo lugar donde ella lo había dejado estacionado. Por diversos motivos, no hubo otros médicos de guardia esa noche. Todas las camas (incluso la de Giubileo) amanecieron prolijamente tendidas. Los únicos testigos de la quietud inquietante fueron dos zapatos de mujer que desde la mesa de luz vieron, mudos e impotentes, cómo un grupo de albañiles pintaba paredes y corría cosas de lugar. Cuando su amiga personal Beatriz Ehlinger hizo la denuncia policial por averiguación de paradero dos días después, ya era tarde: algunas evidencias se habían borrado para siempre por obra de la inesperada remodelación.


“Esa demora complicó el caso de entrada, porque dificultó luego la recolección de pruebas en el último lugar donde se la vio”, dice el ex abogado de la familia Giubileo y actual diputado, Marcelo Parrilli. “El caso se manejó burocráticamente –explica–, esperando que las pruebas llegaran al mostrador. No hubo una ofensiva investigadora. La policía caracterizó que ella se había ido por su propia voluntad y eso evitó haber podido recoger de entrada pruebas que a lo mejor existieron, a lo mejor no, nunca se pudo saber.”


El caso estalló en los medios. Entonces, bajo las órdenes del juez penal del Departamento Judicial de Mercedes, Carlos Galloso, comenzaron a trabajar en la causa la Delegación de Inteligencia y la Brigada de Investigaciones de la misma ciudad, la División Antisecuestros del Puente 12, la División Homicidios y Delitos Graves de Banfield y efectivos policiales de Luján.


La paz rural de un pueblo de 1500 personas sucumbió ante la invasión de policías, fiscales, ovejeros adiestrados y helicópteros que rastrillaban gran parte de las 266 hectáreas de la colonia, escudriñando salones, pastizales, bosques, construcciones abandonadas, pozos ciegos e incluso túneles subterráneos que habían sido concebidos a principios del siglo XX para distribuir calefacción entre los pabellones.


Ante el secreto de sumario, teorías de todo tipo pretendieron calmar la sed de información. Desde la colonia seguían sosteniendo que se había retirado por sus propios medios. Algunos hablaron de una secta en Colombia, otros de un inesperado escape frente al conflicto pasional con una compañera de trabajo. En el banco, informaron que su cuenta no había registrado movimientos, mientras que la policía encontró en su departamento de Luján una caja de maicena con cuatro mil dólares. El Renault 6, en tanto, permanecía bajo custodia policial. Los que se preguntaban adónde podría ir sin dinero ni vehículo comenzaron a poner la ñata contra el vidrio de la colonia.


El ingreso principal estaba fiscalizado por un guardia que movía la barrera a su arbitrio, siempre y cuando el sueño no lo sorprendiera desparramado en su silla. El inmenso cerco perimetral que encerraba a la colonia ofrecía accesos alternativos en aquellos límites alejados del casco central a los cuales se podía llegar fácilmente desde infrecuentados caminos de tierra.


Aunque su condición de insano viciaba de nulidad toda declaración, el paciente que acompañó a Giubileo a la casa médica aquella noche dijo que, mientras regresaba a su pabellón, observó cómo un auto negro avanzaba hacia donde moraba la médica. Una interna, en tanto, fue encontrada desnuda días más tarde en una casilla rural, donde había sido violada y abandonada por un grupo de personas. Aseguraba haber visto a la doctora atada y golpeada, pero no se encontró ninguna prueba.


Semanas después encontraron el departamento de la médica revuelto. Al poco tiempo apareció allí la cartera que tenía la noche final. En ambas oportunidades, la vivienda estaba bajo custodia judicial. La colonia comenzó a recibir algunas visitas sospechosas por las noches y varios de los allegados a Giubileo confesaron haber sufrido amenazas anónimas. Entre tanta verborrea, el silencio se hizo oír. ¿Qué es lo que no se podía decir?


Los rumores fueron imprecisos pero igualmente espeluznantes: a falta de información oficial, se impuso la idea de que la médica estaba investigando una supuesta red de tráfico de órganos, córneas y sangre que operaba clandestinamente con los internos, muchos de los cuales eran depositados por familias pobres que jamás los reclamaban o directamente eran derivados desde otros lugares del país sin mayor datos y erraban en la soledad rumbo a una muerte lenta como ignotos NN. Incluso, se dijo que había acopiado frondosos biblioratos que la volvían una persona peligrosa para ciertos intereses espurios. Un grupo de 40 empleados de Montes de Oca salió a contraatacar a través de un comunicado difundido por el Ministerio de Salud y Acción Social, en el cual dudaban de la buena fe de quienes colocaban a Giubileo como la “investigadora de hechos delictuosos sólo existentes en la mente de quien los inventó”.


En el Juzgado de Mercedes hicieron saber su fastidio. Muchos estaban más preocupados por anotarse declaraciones estruendosas en los medios que, luego, no se animaban a sustentar en el estrado. Pero el policial negro recargó sus tintas cuando el misticismo comenzó a tomar la posta en noviembre de 1985. Aunque en principio lo desmintieron, una cinta de mala calidad llegó a una comisaría de Luján. En ella, alguien se presentaba como Cecilia Giubileo y pedía que no la buscaran más porque estaba bien, rodeada de amigos y con la paz que tanto había buscado. Mientras se peritaba infructuosamente el material, una parapsicóloga decía ver un cuerpo en el fondo de un tanque de agua idéntico al de la colonia. Los diestros especialistas que se encargaron de la tarea hallaron un gato muerto. Parrilli propuso algo más real y también más difícil: drenar la inmensa ciénaga que, de tanto en tanto, escupía algún interno sin vida. “Si supuestamente la mataron en la colonia y querían ocultar su cuerpo, ése era el lugar ideal. Dijeron que no había fondos para el drenaje. Una barbaridad, como también es una barbaridad que exista una ciénaga en un lugar donde hay desplazamiento de gente, más aún en un instituto de salud mental”, sostiene el abogado.


Para 1986, la investigación ya estaba en terapia intensiva. “Obtener datos fue muy difícil porque, en general, la gente de la colonia no hablaba”, recuerda Parrilli. “Había muchos problemas de corrupción interna, de todo tipo, y se mantenía una suerte de equilibrio biológico en el cual ‘si me mandás al frente a mí, yo te mando al frente a vos, yo robé esto pero vos aquello, yo le pegué a este interno y vos a aquél, yo violé a esta interna y vos a la otra, cosas así’.” Y no sólo eso: “Algunos empleados también estaban trastornados. Te daban datos según el humor con el que los agarrabas y, de esa forma, no tenías un punto de referencia en el cual hacer pie. En ese marco fue difícil establecer si las cosas sucedieron por un delito, falta de recursos, desidia, imprudencia o porque alguien quiso que ocurrieran de determinada forma. Todo era posible. Lo más ‘prolijo’ es que la hayan matado esa misma noche y la hayan tirado en la ciénaga. Pero ¿por qué? ¿Quién? ¿Cómo? Imposible saberlo. Nunca pudimos encontrar nada”.


“La desaparición fue un tema personal y extrahospitalario”, sostiene Julio Acedo, contemporáneo de Giubileo en Montes de Oca y Open Door, quien reproduce una sospecha compartida con varios ex compañeros: “Yo creo que está viva y no sé si en el país”. A Francisco Merino, confidente de Cecilia en sus últimos tiempos, le sorprendió el repentino silencio de su familia cuando la causa naufragaba invariablemente: “Tiempo después, vi a uno de sus hermanos y me dijo ‘yo no sé nada’. No sé qué habrán pensado o si a lo mejor estaban amenazados”.


Por falta de pruebas o desidia investigativa, la carátula de la causa se mantuvo invariable por “búsqueda de paradero”. En 1995, un periódico de la localidad bonaerense de Colón dijo que en la laguna de Pearson se habían encontrado huesos femeninos que podrían haber pertenecido a Giubileo. Otro enigma indescifrable: la falta de presupuesto impidió las pericias y los exámenes genéticos.


Más de mil personas habían engrosado un expediente de 700 páginas sobre el que ninguno de los jueces que desfilaron por el Juzgado 2 de Mercedes pudo pronunciarse antes de que la prescripción, en 2000, lo archivara definitivamente. Para la estadística, Cecilia Enriqueta Giubileo es apenas una de las 25 personas que en Luján desaparecen anualmente sin dejar rastros. El mismo número de años que, el miércoles, se cumplirán desde su desaparición. Tendría 54 años y toda una vida por delante, de la que sólo quedó un inmenso misterio inalterable al paso del tiempo.


MONTES DE OCA, HOY


El psiquiatra Domingo Cabred era un verdadero revolucionario. A fines del siglo XIX promovía la rehabilitación de los enfermos mentales estimulándoles la mente y el alma a través de actividades laborales y recreativas. Hasta ese entonces, los tratamientos psiquiátricos consistían en fuertes medicaciones, palizas, duchas frías, sangrías, aislamiento e, incluso, reducción a la servidumbre como singular método de reubicación social.


Como presidente de la Comisión Asesora de Asilos y Hospitales Regionales fomentó la creación de los psiquiátricos Open Door y Montes de Oca bajo el régimen de “asilo, escuela y colonia”. En ambos (a escasa distancia de diferencia), los internos recuperarían sus capacidades a través de tareas en agricultura, ganadería, horticultura, jardinería, lechería, cría de aves o de cerdos o albañilería, capaces de generar los recursos básicos para el autoabastecimiento de la colonia.


En el día de la inauguración, Cabred hablaba de “medicación moral” y miraba orgulloso las unidades habitacionales en forma de chalets. Decía que daban “la impresión de un pueblo pequeño y no de un hospital de alienados”. Aquella tarde, los fundadores guardaron debajo de la piedra basal una caja de plomo para que fuera abierta en el centenario de la institución. Un siglo después, sólo se encontró un cofre corroído por la tristeza, la desidia y también el agua centenaria, que arruinó un papel escrito cien años atrás. Una triste metáfora del tiempo, que vuelve aquellos sueños nobles en una pesadilla inabarcable.


La desaparición de Giubileo corrió el velo de Montes de Oca hacia la sociedad, aunque la colonia era sinónimo del horror y el desprecio por la raza humana desde hacía rato.


“Todos iban y decían ‘¡mirá cómo está esto!’ con la natural hipocresía de siempre, ya que todo el mundo sabía de qué lugar se trataba”, recuerda Marcelo Parrilli. “Los institutos mentales son todos iguales, un depósito de personas que a la sociedad no le interesaba un carajo porque eran personal desechable a los que no se les daba posibilidades de recuperarse ni de que pudieran llevar su enfermedad en mejores condiciones.”


En los últimos años, las noticias escabrosas siguieron multiplicándose. En septiembre de 2001, por ejemplo, encontraron muerto a un paciente que creían fugado desde julio, aunque el fuerte hedor hizo saber lo tardío del hallazgo. Dos años después apareció con el cráneo destrozado otro interno.


El Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y el Mental Disability Rights International (MDRI) publicaron en 2008 un informe de 160 páginas realizado sobre casi veinte psiquiátricos de todo el país. El director de Montes de Oca, Jorge Rossetto, reconocía que la violencia y el abuso eran “problemas de la institución”, mientras que uno de los investigadores contaba que a un joven lo tenían atado a una cuna desde hacía un año. En la colonia también se habían observado “techos a medio derrumbarse, vidrios rotos, cables sueltos colgando de techos y paredes y lugares que apestaban a orina y heces”.


Rossetto asumió en su cargo en 2004. Seis años después, analiza: “En todo este tiempo hubo muchas denuncias, algunas con fundamentos y otras sin ellos. Nosotros iniciamos un proceso de transformación y vamos por la mitad. Somos cautos porque tenemos cosas pendientes, pero creo que logramos cosas importantes”. Y enumera: “Inauguramos unidades convivenciales externas y casas de día, donde los pacientes dan un nuevo paso hacia su reinserción social. También lanzamos un programa a través del cual regresan a sus hogares y reciben un subsidio que financia su externalización. Estamos hablando de pacientes con multidiscapacidades importantes. Lograr que una persona deje de andar desnuda o que pueda controlar sus esfínteres es un cambio muy impresionante que se da a través de un proceso largo”.


El martes se inaugurará una nueva casa de día interna para catorce pacientes. Recientemente, seis de los once pabellones fueron remozados con pinturas de varias tonalidades. “Hay mucho color y mucha vida, como frente al peso de la muerte”, dice Rossetto, frente a un gris que se asoma, desafiante, por la ventana de todos los tiempos.


LA ETERNA SOSPECHA


Cecilia Giubileo había vivido mucho tiempo en Córdoba y pululó por varias localidades de Buenos Aires antes de establecerse en Luján. En los últimos tiempos, además, alquilaba un departamento en Recoleta, donde dormía cuando cursaba alguna de las especializaciones que estudiaba. Estaba divorciada, sin hijos y la relación con su familia era constante, pero fría. Cultivó unas cuantas amistades porque, al fin y al cabo, era una persona dada, agradable y muy inteligente. Pero también discreta.


“Tenía una forma de ser muy particular. Era amiguera, entradora, pero no contaba toda su vida. En ese sentido, era muy callada”, recuerda su ex compañera de facultad y amiga Teresa Merino.


Su hermano Francisco, en cambio, había logrado ingresar en su intimidad. Fueron novios durante ocho años y, luego, sucedió lo que no es habitual: una amistad profunda y sincera. De esas noches de confianza, Francisco Merino recuerda las veces que le decía que “el trato a los enfermos mentales era desastroso”. Todas fueron iguales, menos la última: “Allí me contó que en la colonia habían empezado a perseguirla porque quería denunciar algunas irregularidades. Me dio a entender que a los muchachos les sacaban las córneas y luego los mataban en una caldera. También hablaba de órganos. Estaba muy asustada”, recuerda Merino, 25 años después. “Veníamos de la dictadura y yo le dije que no se involucrara en líos, que vivamos tranquilos porque hay organizaciones con las que es muy difícil meterse y al que jode, lo matan.” Desapareció una semana después.


Hoy, Merino es camarista de la localidad de San Francisco y se arrepiente de no haberse presentado a declarar. “La había pasado muy mal durante el Proceso y sentí mucho miedo de hacerlo”, se excusa.


Pero para Julio Acedo, ex compañero de Giubileo y actual referente gremial de ATE Luján, la historia no cierra en absoluto. “Un órgano no es una caja de chicles que se compra en un kiosco. Para un óbito orgánico hacen falta un lugar personalizado, personal especializado y compatibilidad genética. En ningún pabellón de la colonia se puede ablar órganos, porque sería para tirarlo a los chanchos.” Marcelo Parrilli coincide, pero observa: “En la colonia no había capacidad quirúrgica, ni médica, ni farmacológica, ni higiénica como para hacer absolutamente nada. Es estúpido decir que había tráfico de órganos ahí. En todo caso, era más probable que hubiera tráfico de personas. Tranquilamente podías llevarte un tipo y, al mejor estilo desarmadero de Warnes, sacarle los órganos adonde a vos se te ocurriera sin que nadie se enterase, ya que cualquier chacarero debía tener más control sobre sus gallinas que el que tenía la colonia con sus internos”.


DIRECTOR POLÉMICO


Florencio Sánchez era muy estimado en Luján y hoy muchos lo recuerdan como un gran hombre de la comunidad. Los que vinculan la desaparición de Cecilia Giubileo con el tráfico de órganos tampoco lo olvidarán. El director de la colonia siempre sostuvo la idea de que la médica se había retirado por sus propios medios y muchos creen que sus maniobras fueron las que enturbiaron la investigación. Judicialmente salió ileso, aunque una causa posterior lo llevó a la cárcel por irregularidades en su administración. Murió el 10 de julio de 1992 en el penal de Mercedes, aunque en sus cinco meses de cautiverio llegó a escribir El desnudo de la inocencia. La verdad sobre la Colonia Montes de Oca, una obra póstuma editada por Galerna. Prologado por Vicente Galli (director nacional de Salud Mental de Raúl Alfonsín), el libro pretendió ser una defensa en vida de quien abre el primer capítulo preguntándose: “¿Por qué yo?”.


Inteligente como pocos (además de psiquiatra, era médico legista y sanitarista, cirujano, criminalista y antropólogo), Sánchez destacó con un atrapante tono literario su gestión al frente de Montes de Oca, que había comenzado en 1977. Reconoció que “algunas máximas figuras del gobierno militar tenían o habían tenido hijos con deficiencia mental, uno de ellos internado en la Montes de Oca varias años hasta su deceso”. No ofreció nombres, aunque Página/12 confirmó en 1998 que se trataba de Alejandro, el hijo discapacitado de Jorge Rafael Videla.


Al caso Giubileo le dedicó unas escasas seis páginas, donde reflotó su supuesta vinculación con grupos terroristas resumida a dos cuñados militantes del ERP desaparecidos que eran hermanos de Pablo Chabrol, su ex marido. “¿Por qué nadie expresó opiniones sobre el antecedente subversivo?”, dijo Sánchez, quien deslizó la teoría de que la médica había obtenido cargos públicos en Montes de Oca y Open Door durante la dictadura “por revelar algunos conocimientos del tema subversión”. También se refirió a ella como una mujer con “actitudes extrañas de tipo autista” y “signos esquizofrénicos en su conducta”.


¿Sabía algo más? Nunca pudo contarlo. Cuando el libro fue finalmente publicado, él se había llevado todo el misterio de su muerte gritando por su inocencia hasta el fin de sus días.

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