Los curas villeros aseguraron que lo que se hace para combatirlo es “insignificante”. Hace más de un año habían alertado que el paco estaba “despenalizado” en las villas. El flagelo crece y apuntan al Estado.
Por Fernando Soriano
Los curas villeros son la voz de los marginados, el grito abierto de ayuda que usualmente no se escucha (porque viene de un lugar que casi nadie quiere ver). Como hace poco más de un año, el Equipo de Sacerdotes para las Villas de Emergencia presentó ayer otro documento, titulado “El desafío del paco”, que hace foco en la destrucción masiva que provoca el paco en los barrios de extrema pobreza, en la casi nula atención del Estado y también del resto de la sociedad.
En un encuentro realizado en el colegio Pío IX, de Almagro, con el fin de hacer una “reflexión sobre el paco”, los curas villeros remarcaron que esta droga está enquistada de tal modo que llega a los chicos y chicas “antes que un ambiente dichoso y sano para jugar, llega antes que la escuela o llega antes que un lugar para aprender un oficio y poder tener un trabajo digno”.
En ese plano, para los curas villeros, cuya voz fue ayer el padre Pepe Di Paola, que hace un enorme trabajo social en las villas 21, 24 y Zabaleta, falta presencia del Estado . “Como organismo está ausente en el tema. Esto no quiere decir que no se haga nada en materia de prevención y asistencia, sino que, lo que se hace en cuanto al ‘desafío del paco’ es tan desarticulado e insignificante como enfrentar a un elefante enfurecido con una gomera”. Por eso considera necesario “obligar al Estado a hacerse cargo”. De alguna manera los curas piden que copien su modelo: “Debería haber más centros como el Hogar de Cristo (el de los sacerdotes en la villa 21) en todos los barrios [...] que le den unidad a la lucha”.
Pero no sólo contra el Estado cargó el equipo de sacerdotes. Apuntó a la sociedad entera. “La exclusión se enfrenta haciendo un lugar en la sociedad. Sin lugar en el mundo no hay recuperación posible”, reza el documento. Por eso, dice el texto, “estamos convencidos de que es necesario un exhaustivo examen de conciencia en todos los niveles”.
En la lectura del documento, Di Paola remarcó que el paco es diferente en la villa que en la clase media, a donde “no es tan así” que llegó. “En nuestros barrios es mucho más [...], lo más terrible es que hace explotar la marginalidad. El paco es el nuevo rostro de la exclusión, el más sangriento”.
Durante el encuentro de ayer se proyectó un video documental de 14 minutos, producido por los propios curas, en el que las víctimas del paco (adictos y familiares) narran la devastación que provoca esta droga: desde el recurso casi inevitable de salir a robar hasta la situación de calle, madres que venden a sus hijos para comprar más paco y también las enfermedades que sufren los adictos, entre las que sobresale y crece la tuberculosis . En el documento se expresa crudamente: “En los volquetes de la villa, entre la basura, hay chiquitos de diez, o tal vez menos años, consumiendo paco. Hay nenas de catorce años prostituyéndose por la misma causa”.
Al final de la jornada, entre abrazos y saludos que lo ponen en el lugar del héroe, Di Paola le comentó a Clarín : “El tema del paco es un desafío para este Bicentenario, lo que hay no alcanza para resolverlo y tenemos que intentar que no quede como un tema más. Es necesario reconocer que no hay medios para luchar y diseñar un nuevo camino de prevención y recuperación”. Y consideró fundamental para todo esto “escuchar a los pobres”.
A propósito, el documento hace hincapié en este punto. “La escucha es apertura”, resalta. También aclara que ningún tratamiento de recuperación puede solucionar el problema y avisa: “Para que se recuperen estos chicos hay que cambiar también el mundo a su alrededor. Reconocer el fracaso es la puerta de la salvación”.
EDUARDO, CRISTIAN Y JONATHAN: DEL INFIERNO A LA LUCHA POR RECUPERARSE.
Las historias de Jonathan, Eduardo y Cristian podrían ser una sola. Los tres, criados en el mismo barrio –la villa 21–, padecieron las mismas escenas desgarradoras, brutales, a las que los llevó la adicción al paco. Los tres tocaron fondo y también gozaron de la iluminación de intentar rescatarse y vivir.
“Yo era un chico en el medio de una jungla donde todos se matan. Empecé con el paco a los 14”, se presenta Jonathan, 22 años y un hijo, la razón que lo llevó al click, a decidir entrar a la granja de recuperación que manejan los curas villeros en General Rodríguez y salir limpio, aunque como él mismo dice “siempre sos un adicto en recuperación”.
Como si la abstinencia nunca desapareciera, Eduardo y Cristian son cautelosos con su momento de limpieza. Ambos atraviesan la etapa final del proceso de recuperación, están internados y hace meses que no tocan una pipa de paco, algo que tiempo atrás parecía imposible.
Eduardo (20) se había resistido muchas veces a tratarse. Hasta que, admite, su vida se transformó en algo peor que un infierno. “No me perdonaba hacerle mal a mi mamá, le robaba todo, hacía cualquier cosa”, relata. Eso no lo llevó a buscar ayuda sino a querer matarse. “Probé con todo, tengo seis operaciones por clavarme destornilladores, por comer vidrio”, relata. Pero fue un lío con un transa lo que le hizo ver la puerta de salida. El lío y la muerte: a Eduardo le pegaron tres tiros que lo tuvieron tres meses al borde de la muerte. El pibe lo cuenta y Jonathan lo abraza. “Lo único que me iba a parar la desesperación era la muerte”, resume Eduardo.
“El barrio es muy difícil para salir. La droga está en todos lados, todos saben quién la vende. Todos. No hacen nada porque no quieren y así los transas ganan territorio”, cuenta uno de los chicos. “Por eso lo que hacen los curas es muy bueno, pero necesitamos más ayuda, más lugares como los del padre Pepe”.
Cristian (24) fue uno de los primeros en probar el paco en la villa, allá por el 96. El y sus compañeros reconocen que han hecho de todo para consumir paco, obviamente robar también. Hay historias de balas, de persecuciones. “El paco te llama, te pide que te mandes el moco”, cuenta ahora. Su click para cambiar fue, como en el caso de Jonathan, la paternidad. “Me estaba convirtiendo en un padre ausente. Me iba tres o cuatro días de gira, no podía parar, estaba re gato ”, admite.
Ahora los chicos están bien, aunque, como ellos dicen, nunca recuperados. Por eso, cuentan, evitan tener plata. Eduardo y a Cristian, por estar en tratamiento lo tienen prohibido. Pero Jonathan, a pesar de sentirse limpio, mantiene el mismo rigor. “Con un billete de 10 estoy bien”, aclara. “Tenés un billete y en la primera de cambio buscás un transa ”, explica Cristian. Eduardo sonríe y calla.
Tal vez los tres sepan que esta es una nueva oportunidad. “El paco te dobla, te quita la vida. Pero acá estamos”, sonríe Jonathan.
DE VERDUGOS Y COMPROMISOS.
Por Sergio Rubin
Los desafíos cambian, pero el compromiso social inspirado en el Evangelio sigue siendo el mismo. Los llamados “curas villeros”, que en sus orígenes, a fines de los ’60 y comienzos de los ’70, eran –con su palabra y su testimonio– la avanzada de la prédica de la Iglesia contra la pobreza, hoy suman a su lucha una urgencia: contribuir a evitar que los niños y jóvenes de las villas mueran como moscas debido a la droga de los pobres: el paco.
Los riesgos que corren también persisten, aunque hayan cambiado los potenciales verdugos. Antes, era la banda ultraderechista Triple A, que asesinó a la principal figura de los “curas villeros”, el padre Carlos Mugica. Y los “grupos de tareas” de la dictadura, que en sus “rastrillajes” por las villas se cargaron a varios de ellos. Hoy son las mafias de la droga, que el año pasado amenazaron de muerte a la actual cabeza del grupo, el padre Pepe Di Paola.
Como antes, ahora tampoco los “curas villeros” están dispuestos a amilanarse. Porque, desde que el año pasado iniciaron su ofensiva contra el paco diciendo que “la droga está despenalizada de hecho” en las villas, siguen con sus llamados a toda la sociedad y sobre todo al Estado para que tomen cartas en el asunto y frenen un exterminio silencioso. ¿Serán escuchados esta vez?
CONSUMO PERSONAL: DESESTIMAN CAUSAS.
El 99% de los jueces federales porteños desestima las causas penales realizadas a aquellas personas que son descubiertas con una pequeña cantidad de drogas, mientras que el 1% restante prosigue con el trámite judicial y dispone medidas curativas o educativas.
Esa es la conclusión de un relevamiento realizado por el Observatorio Argentino de Drogas para la Secretaría de Programación para la Prevención de las Adicciones y Lucha contra el Narcotráfico (Sedronar) entre el 2007 y el 2009, que fue presentado ayer por el titular de ese organismo, José Granero, en el Senado.
El tema también fue abordado ayer durante la Jornada Internacional sobre Salud Mental, Familia y Adicciones, en la Facultad de Derecho de la UBA. Mónica Cuñarro, secretaria de la Comisión Coordinadora sobre Tráfico de Estupefacientes, Delincuencia y Corrupción, destacó la necesidad de dejar de lado la visión que considera al adicto un “adicto-traficante” y reclamó encarar un “modelo social” en estas cuestiones “abandonando definitivamente el modelo tutelar”.
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