lunes, 21 de junio de 2010

CONTRA LA CORRIENTE


Los casos de pedofilia, los fuertes cuestionamientos al celibato y la poca valoración del compromiso para toda la vida menguaron el reconocimiento Social del sacerdocio. Un obispo, un “cura villero” y un seminarista opinan.


Sergio Rubin







No son tiempos fáciles para los sacerdotes. Los abusos sexuales cometidos por curas, el creciente cuestionamiento en la sociedad al celibato y la falta de valoración del compromiso para toda la vida en una cultura que prioriza vivir el aquí y el ahora, los lleva a remar contra la corriente. Aún así, el obispo de Gualeguaychú, Jorge Lozano; el "cura villero", Pepe Di Paola, y el seminarista próximo a ordenarse Juan Ignacio Alonso, coinciden en que sigue habiendo mucha gente, sobre todo entre la más sencilla, que aprecia y reconoce la entrega total a Dios en el ministerio sacerdotal.




¿Creen que la entrega a Dios de por vida en el sacerdocio perdió reconocimiento en la sociedad?


Jorge Lozano: No podría generalizar. Tal vez esa pérdida se da en algunos estratos sociales no tan numerosos como influyentes. Sin embargo, en la vida de los santuarios y entre la gente sencilla de nuestro pueblo se percibe aprecio, cariños y reconocimiento. También es cierto que para valorar cabalmente la entrega a Dios es necesario creer en El, amarlo y saberse amado por El. Algunos opinan desde miradas reduccionistas, sin tener en cuenta esa dimensión trascendente.




Juan Ignacio Alonso: Yo también creo que hay muchas personas que siguen valorando la vida sacerdotal. Que son muchos los que la siguen viendo como una opción radical, de entrega a Dios y al prójimo, digna de ser valorada. No obstante, puede ser cierto que haya disminuido el reconocimiento en la sociedad, tal vez porque la opción por una vida en la que no se busca la fama, el éxito y el dinero no es tan atractiva en el mundo de hoy.




Pepe Di Paola: Convengamos que en la sociedad actual, cualquier opción de vida que signifique un compromiso para siempre entró en crisis. Creo que eso es parte de la inestabilidad que se vive en nuestra cultura. Por eso, es importante en este momento de crisis valorar las opciones de familia, sacerdocio u otro tipo de entrega que impliquen un compromiso para siempre.




— Ahora bien, precisamente por esto de que el mundo prioriza el vivir el aquí y el hora, ¿no sienten que van contra la corriente?


JIA: En cierta medida, si. Pero nosotros también estamos llamados a vivir el aquí y el ahora comprometiéndonos en la construcción de un mundo mejor. Y, en ese sentido, vale la pena jugarse la vida por los demás y por los valores como la verdad, la vida y la familia.



JL: Además, las opciones de vida "para siempre" implican reconocer la capacidad de la persona de entregarse libremente. En algunos ámbitos culturales se valora sólo este instante sin vinculación con opciones radicales. Hay un modo de vinculación emotivamente intensa, pero fugaz. En este panorama, no se comprende el compromiso estable. Como se dijo antes, el hedonismo y el narcisismo, tan comunes en este tiempo, empañan los ojos para poder mirar la riqueza de la entrega generosa.




PDP: De todas maneras, quiero subrayar que, pese a que no es una opción que se realiza comúnmente en la sociedad, en la opción sacerdotal vivida como entrega cotidiana -en mi caso en las villas- nos sentimos acompañados en las luchas y en las ilusiones de la gente y lo podemos vivir como algo muy plenificante.




— ¿Qué influencia le otorgan en esa pérdida de reconocimiento a los casos de abusos sexuales cometidos por sacerdotes?


JL: Los escándalos inciden no sólo porque muestran grave incoherencia de vida, sino también porque afectan o dañan a los más indefensos y desprotegidos. Pero creo que hay otros elementos previos a la presencia en los medios de los abusos y que inciden más en la pérdida de reconocimiento.



PDP: Si bien es cierto que los pecados de los miembros de la Iglesia lastiman mucho la credibilidad, nuestra mirada también debería ponerse en la mayoría de los sacerdotes que desde un trabajo silencioso, que muchas veces no es noticia ni es reconocido, viven de modo fecundo su ministerio.




JIA: En mi opinión, tienen una influencia importante, porque lamentablemente se mete a todos los sacerdotes en la misma bolsa.




— ¿Consideran que su opción celibataria no es comprendida y hasta severamente cuestionada?


JL: Es común que una opción celibataria no sea comprendida cabalmente por quienes no comparten una misma fe. Sin embargo, deja entrever una gran valoración por Aquel y aquellos a quienes entrego mi corazón entero. Además, pienso que en una sociedad hedonista, individualista y relativista es difícil justificar un severo cuestionamiento.



Es como si alguien dijera: "Reclamo derecho a casarme con quien quiera, a convivir omo me parezca, pero no tolero que otro opte por ser célibe". Esos cuestionamientos son minoritarios.


JIA: El celibato siempre cuestiona porque si hay alguien capaz de consagrar toda su existencia a Dios, ello revela que ése Dios existe. Además, no se puede comprender el celibato sin una mirada de fe. El fundamento principal es que somos llamados a ser otro Cristo porque fue El quien vivió así.



PDP: Por otra parte, la valoración del sacerdocio creo que se da en ejemplos concretos. Por caso, cuando vemos la figura del padre Carlos Mugica y la valoración que, en general, hace la sociedad de él como un cura entregado a su pueblo y con un compromiso que lo llevó hasta derramar su sangre.




— ¿Qué le dicen a aquellos que opinan que debería ser optativo?


JL: A decir verdad, el celibato es optativo. Cuando yo ingresé al seminario ya sabía cómo era la vida de un sacerdote y opté por aceptarla así. Lo que, en realidad, se plantea es que el matrimonio sea optativo para el sacerdote. No es un dogma que implique que siempre deba ser así, pero es la práctica de la Iglesia desde hace muchos siglos y tiene fundamentos teológicos y espirituales muy ricos. No lo considero una carga. Al contrario, es una fuente de gracia y un signo del amor en la entrega a Jesús para el servicio de su Pueblo.



JIA: Coincido. El celibato no es una carga sino una vocación. Uno elije consagrar su vida y su corazón a Dios. El celibato antes que un "no" es un "si". Un sí a Dios que nos llamó a dejarlo todo para seguirlo, que nos eligió para continuar su misión en el mundo poniendo nuestra vida al servicio de los demás.




PDP: Pero, además, vivir el celibato para nosotros significa reconocer en la propia comunidad una familia y asumir el papel de padre en la capacidad de disponibilidad, amor y entrega generosa hasta las últimas consecuencias.




— ¿Cómo viven el hecho de que muchos se manifiesten creyentes, pero que no vayan a la iglesia y prescindan de los sacerdotes?


JL: Es cierto que hay una especie de corriente o de tentación de buscar un cristianismo sin Iglesia. Esto lo vivo como un desafío muy importante para la predicación y la catequesis. Debemos tener en cuenta esta tendencia a vivir cada uno la fe a su manera, aislados de la comunidad cristiana. Una "fe" sin Iglesia, sin sacerdotes y sin sacramentos no es el modo de vida que nos enseñaron Jesús, los apóstoles, las cartas de San Pablo.



JIA: De todas maneras, debemos ser muy respetuosos de la fe de las personas y de cómo cada uno la vive y la expresa. Son muchos los que creen en Dios, pero por distintos motivos no se acercan a la Iglesia. La mayoría de ellos forma parte de la Iglesia, aún sin tener noción de ello. Por eso, en línea con lo que dice monseñor Lozano, hay que ayudar a crear la conciencia de que todos los bautizados formamos la Iglesia, que es el Pueblo de Dios, la familia de Dios.




PDP: Ahora bien personalmente valoro mucho la actitud del pueblo creyente que vive su fe en la vida cotidiana y aún cuando no siempre participe de la misa dominical se siente parte de la Iglesia al peregrinar a los santuarios. El pueblo sencillo valora al sacerdote al pedirle la bendición, al acercarse a bautizar a sus hijos.




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