sábado, 12 de junio de 2010

"HAY QUE MATARLOS A TODOS"


La cuestión da vueltas hace muchos años. Puede ser planteada de diferentes maneras pero la formulación más frecuente suele ser: “¿Los medios reflejan la realidad o la inventan?”. Así planteado, el asunto resulta complicado, sino imposible de resolver. Ocurre que la pregunta parte de un supuesto erróneo.


Los medios y eso que simplificamos con la locución “la realidad”, no son, como es notorio, entes diferentes, ubicados uno frente al otro en un escenario imaginario. Por el contrario, los medios son parte de “la realidad”, están incluidos en ella, son uno de los elementos que la constituyen. Al no estar “frente” a la realidad sino “dentro” de ella los medios no pueden “reflejarla”, sólo pueden “relatarla”, y ni siquiera toda, desde el particular punto de vista que les permite su ubicación relativa en el conjunto.


Aquí tenemos entonces una primera distorsión: la realidad relatada nunca podrá ser más que la realidad percibida. Otras distorsiones provendrán, inevitable e inconscientemente, de la subjetividad del relator. Es así que el relato no puede sino modificar, transformar y re-crear la realidad percibida.


A esto hay que sumar además las distorsiones que en el relato de los medios provocan su condición de empresas con fines de lucro, sus alianzas con, o su sumisión a, los factores de poder con los que se encuentran relacionados y el proyecto político en que se encuentren embarcados.


Todo esto dicho a cuento de las, muchas, muertes violentas
ocurridas en las últimas semanas. Muertes que son, sin dudas, un dato “duro” de la realidad.


Lo particular del caso es que aunque todas esas muertes violentas deberían ser sólo eso, muertes violentas, y por lo tanto esencialmente iguales, el tratamiento que los medios les dieron fue muy diferente y diferente fue entonces la significación de esas muertes.


Así, de algunos muertos hemos conocido las condiciones de sus asesinatos con detalle abrumador. Conocimos sus nombres, sus edades y sus profesiones, las familias que dejan, la vida que llevaron, sus dolores y hasta sus proyectos.


Supimos que una era catequista, otra bioquímica y que otra, maestra, había debido luchar mucho para quedar embarazada. El trabajo de la prensa los mostró como lo que sin dudas fueron, víctimas de la inseguridad, y los convirtió en íconos de un justo reclamo de justicia. Otras muertes tuvieron en cambio un tratamiento distante.


Un tratamiento que habla del desprecio y de la desvalorización que sufren ciertos muertos en ciertos medios. Medios que apenas nos informaron acerca de un grupo de detenidos que murieron en la Comisaría 8ª de Lomas del Mirador.


De las circunstancias sólo dijeron que fue un incendio y se limitaron a reproducir la no muy consistente versión policial. No hubo entrevistas a familiares, sólo nos mostraron muy fugazmente el rostro de alguna mujer llorando y si sus vecinos pidieron justicia no lo sabemos. No sabemos tampoco por qué estaban presos, qué familia dejan, mucho menos cuáles eran sus problemas o sus sueños.


En el colmo del ninguneo no supimos ni siquiera si los muertos fueron cuatro… o quizás cinco. Como si un muerto más o un muerto menos no importara cuando los muertos son presos. En este caso también los muertos pasaron a ser un ícono, un ícono de lo que parte de la sociedad, fogoneada por los medios, quiere para los presos: el encierro indefinido, la impiedad y, si es posible, la muerte.


Como se ve, los medios no reflejan la realidad ni la inventan, pero sí trabajan con ella y sobre ella. Toman un muerto y lo convierten en bandera de su campaña para acentuar el miedo ciudadano, la sensación de caos, el acoso al gobierno con el que confrontan por sí y por sus mandantes.


Para ello lo ponen bajo los reflectores durante días, lo desmenuzan, lo exhiben impúdicamente. Hacen encuestas callejeras y seleccionan las respuestas más duras: “Hay que matarlos a todos”. Buscan a las “estrellas” (nunca más justificadas las comillas) y las estrellas repiten, palabras más palabras menos: “Hay que matarlos a todos”. Toman otro muerto y lo ignoran como persona, lo ningunean. No tiene nombre, no tiene edad, no tiene familia, “no está, no existe”.


Era sólo un preso, un preso más. Su prédica ha contribuido a volver a la superficie rasgos autoritarios y fascistas que una parte de la sociedad había apenas disimulado. En su afán por desgastar al gobierno han terminado jugando con fuego. Han ayudado a acentuar divisiones existentes.


Todo es simple, todo es claro: hay un nosotros y un ellos, hay “víctimas puras” que nada hicieron para generar esta situación y por lo tanto nada tienen que revisar de sus conductas sociales, y hay “victimarios puros” infinitamente perversos, delincuentes por naturaleza, vagos e irrecuperables. ¿Por qué ocuparse de ellos cuando mueren estando en una cárcel? Si estaban allí es seguro que “algo habrán hecho”.

Rodolfo Luis Brardinelli
Sociólogo, Universidad Nacional de Quilmes

2 comentarios:

  1. estimado Rodolfo me gustaría contactarme con Ud., leí su nota y me pareció muy interesante, si fuera posible le dejo mi mail

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  2. perdón, por si no le llego bien la dirección anterior, mi mail es lm_velis@hotmail.com

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