jueves, 10 de junio de 2010

"JESUCRISTO FUE EL PRIMER FEMINISTA DE LA HISTORIA"


“El Código Canónico contempla numerosas excepciones para la excomunión por el aborto y esas consideraciones cobijan a todas las mujeres que tienen aborto en América latina”, afirma la mexicana Mejía Piñeiros, quien ha recibido numerosos premios internacionales por la defensa de los derechos humanos de la mujer.


Por Mariana Carbajal

–¿Cómo puede ser católica y feminista?


–Jesucristo fue el primer feminista de la historia.


–¿Cómo dice?


–Cuando indagás un poco y quitás la costra de la intolerancia que la jerarquía católica ha construido sobre el mensaje básico de Jesús y de los Evangelios, te das cuenta de que hay otras cosas. Por ejemplo, Jesús mostró en su vida pública que las mujeres para él eran importantes. Rompió con muchos estereotipos de su época. Por ejemplo, se acercó a la hemorroísa, la mujer que sufría de flujos de sangre desde hacía doce años y la curó. En aquel entonces la menstruación era un signo total de impureza. Las mujeres menstruando no podían ir al templo. Había toda una serie de tradiciones en relación con eso. Jesucristo rompió con todo eso y estableció un diálogo con la hemorroísa. Se acercó también a las prostitutas. Pero digo que fue el primer feminista de la historia sobre todo porque tenía un mensaje de misericordia, de compasión, de bondad, de igualdad. Desde Católicas por el Derecho a Decidir encontramos esa raigambre y luego nos damos cuenta de que hay postulados de la Iglesia Católica como el de la libertad de conciencia y los juntamos con los postulados básicos del feminismo y concluimos que, si como dice la misma doctrina, fuimos creadas a imagen y semejanza de Dios, con capacidad para discernir y para el libre albedrío, no estamos hablando de personas que no tengan la posibilidad de tomar los derechos que defiende el feminismo. Feminismo y catolicismo obviamente son una mezcla explosiva porque desde el feminismo estamos cuestionando muchas cosas que se están planteando como si fueran las únicas posibles en la Iglesia Católica, cuando no se trata de doctrina.


–¿En base a qué argumentos pueden los católicos convencerse de que no son malos creyentes si apoyan la despenalización del aborto?


–El argumento fundamental es la confianza en la autoridad moral de las mujeres para tomar esas decisiones y el convencimiento de que la maternidad tiene que ser voluntaria, que la violencia y la desigualdad están causando embarazos que las mujeres no buscan, no quieren, no planean. Y que una mirada misericordiosa y caritativa de la vida tiene que permitirles por lo menos decidir si quieren traer una criatura al mundo o si tienen derecho a interrumpir un embarazo que no buscaron. Hay otros argumentos al interior de la misma doctrina como por ejemplo que el Código de Derecho Canónico, que es la ley interna de la Iglesia, establece eximentes de culpabilidad a la máxima pena que aplica el mismo Código. El Código de Derecho Canónico solamente considera dos crímenes que son sujetos de la aplicación de la pena de excomunión inmediata: el intento de matar al Papa y el aborto. Pero en los cánones 13.23, 13.24 y 13.25 dice que ante determinadas circunstancias esa pena no se aplica: de plano deja de considerar el aborto como delito y el intento de matar al Papa, cuando la persona era menor de 16 años, cuando actuó por miedo, por culpa o porque pensaba que con esa acción prevenía un mal mayor, cuando ignoraba que estaba infringiendo una ley. Estas consideraciones cobijan todos los abortos que tienen las mujeres por lo menos en América latina. Esa situación que la gente no conoce, porque la jerarquía se ha encargado de que no sea tan público, es un argumento bastante convincente para tomadores de decisiones. Hay que recordar que no hay dogma en las enseñanzas morales, y que la misma doctrina católica contempla la libertad de conciencia y el probabilismo.


–¿Qué es el probabilismo?


–Es un principio que se desarrolló cuando la reforma de Lutero. Por entonces se generó un movimiento al interior de la Iglesia, que es tan grave y tan delicado como el que está habiendo ahora con el tema del abuso sexual, y no había ninguna certeza. Ese principio dice: cuando hay duda frente a las enseñanzas morales, hay libertad. No se pueden imponer los preceptos morales. Es muy importante tomar en cuenta lo que fue el Concilio Vaticano II. Nosotras surgimos un poco por eso: es un llamado al laicado para que participe más en los designios de la Iglesia, es un reconocimiento de que la ciencia tiene un papel que jugar, que la teología no lo resuelve todo, es una aceptación de que no solamente la Iglesia Católica es la vía de la salvación. El Concilio Vaticano II también da una base para hablar del derecho a decidir de las mujeres católicas a interrumpir un embarazo.


–¿Qué es la Red Latinoamericana de Católicas por el Derecho?


–Es una coordinación de agrupaciones, oficinas, grupos y voces católicas que hay en este momento presentes en diez países de América latina, Bolivia, Brasil, Colombia, Argentina, Chile, El Salvador, México, Nicaragua, Paraguay y Perú. Se fundó en 1989 bajo el liderazgo de Cristina Grela, médica sexóloga uruguaya, con el apoyo y la mentoría de Frances Kissling, presidenta de Catholics for a Free Choice en ese momento.


–¿Cuál es su propuesta?


–Entre las razones más importantes que impulsaron a las fundadoras de la Red estaban la inmensa distancia que observábamos entre las enseñanzas morales de la jerarquía eclesiástica y las opiniones y prácticas de la feligresía; la tragedia de la morbilidad y mortalidad materna ocasionadas por abortos practicados en condiciones de inseguridad y la miseria sexual que vive la mayoría de las mujeres en esta región. No es necesario recurrir a las estadísticas, ni limitarse a quienes no tienen acceso a la educación y a la información adecuada, para darse cuenta del drama en el que se ha convertido la sexualidad para las mujeres latinoamericanas. Con sólo mirar a nuestro alrededor, podemos constatar cómo a pesar del nivel económico y del nivel educativo alcanzado, muchas mujeres siguen viviendo cautiverios e insatisfacciones en lo que a las expresiones de su sexualidad se refiere. Al mismo tiempo tuvimos la oportunidad de conocer las investigaciones históricas que había publicado Catholics for a Free Choice, de Estados Unidos, en los ’80, que demostraban que en la historia de la Iglesia Católica ha habido y sigue habiendo diversas posiciones sobre la moral sexual.


–¿A qué se refiere?


–Aprendimos y entendimos que en moral sexual no hay dogma. Que no ha habido hasta ahora ninguna declaración ex profeso dirigida a establecer la obligatoriedad de las enseñanzas morales. Nos documentamos y entendimos, por consiguiente, el valor que la doctrina católica tradicional le confiere a la libertad de conciencia, base de la dignidad humana: la primacía de la conciencia sobre las enseñanzas del magisterio eclesial es parte esencial de la doctrina. El papa Juan Pablo II y el papa Benedicto XVI lo expresaron en diversas ocasiones: quien no obedece los dictados de su conciencia, no puede responsabilizarse de sus actos. Aunque parezca mentira, en la Iglesia Católica ha habido posiciones diversas sobre moral sexual y sobre la condición de las mujeres en la Iglesia; más aún, el Concilio Vaticano II reafirmó la primacía de la conciencia y el valor de la libertad para la dignidad humana. Ahora bien, el reto más importante desde nuestro punto de vista es que todas las personas puedan ejercer sus derechos, las mujeres su derecho a decidir y todas y todos el derecho a disfrutar del placer, del erotismo, de su sexualidad como un don, como otra manera de expresar su espiritualidad.


–¿El lugar de las mujeres siempre fue secundario para la Iglesia Católica?


–De acuerdo con los viejos y quebradizos papeles que sostienen la doctrina tradicional, las mujeres estamos sometidas a Dios, como toda criatura, pero no de manera directa, sino mediante la sumisión a nuestro esposo, a nuestro padre o a algún personaje masculino subordinado a su vez a Cristo. La filosofía aristotélica, por su parte, tuvo gran influencia en los conceptos de esta Iglesia respecto de las mujeres; Aristóteles postulaba la inferioridad de las mujeres refiriéndose a ellas como “hombres mutilados”. De este modo, una visión misógina y sexista, definió de manera radical la posición de las mujeres no sólo en la Iglesia sino también en la sociedad; estrechamente ligada a esta concepción está la idea vigente hasta el siglo XVII de que las mujeres eran hombres incompletos, mutilados, como pensaba Aristóteles. Por eso entendimos desde Católicas por el Derecho a Decidir la importancia de rescatar el mensaje de Jesucristo, para defender los derechos de las mujeres al interior de esta Iglesia y reclamar congruencia, igualdad, justicia.


–¿Siempre se negó el placer sexual?


–Sí. Ahí influyó San Agustín. El se rebeló contra lo que fue su propia vida: fue un disoluto, un “pecador”, que usó y abusó de los licores y de la vida disoluta en esa época y cuando decidió romper con todo eso y volverse místico, sacerdote y profeta, rompió de una manera muy fuerte y casi que decidió adoptar lo contrario. Recuerdo que hay planteamientos de él que decían que si se pudiera encontrar una manera diferente para la reproducción que no fuera la relación sexual, ellos estarían muy contentos. Ahora nos encontramos con que la jerarquía católica también condena la fertilización artificial.


–La escuché en la conferencia que dio en el V Congreso Latinoamericano sobre salud y derechos sexuales y reproductivos en Guatemala. Uno de los tramos más aplaudidos fue cuando advirtió sobre las incongruencias de la doctrina católica que niega el placer sexual y no puede explicar por qué Dios diseñó a las mujeres con clítoris, un órgano que solamente sirve para el placer.


–Esas son aportaciones de las teóricas feministas. La doctrina católica dice basarse en la “Ley Natural” para hablar de la complementariedad entre los sexos, o de la sexualidad sólo para la reproducción, negando el placer sexual. Pero luego nadie explica por qué tenemos clítoris, que no tiene ninguna otra función más que el placer. Si Dios nos creó a su imagen y semejanza, con capacidad de decisión, con voluntad, con raciocinio y con clítoris, dónde está la razón para negar el placer sexual: está en la necesidad de controlar la vida de las mujeres. Para una institución que está basada en el dominio absoluto de los hombres sobre las mujeres, la autonomía de las mujeres es inaceptable. Hay un movimiento interesante al interior de las órdenes religiosas, las religiosas cada vez menos tienen disposición de acatar de manera silenciosa este tipo de planteamiento y tratamiento.


–También dijo en su conferencia que observa con preocupación un retorno al integrismo fundamentalista.


–En América latina y el Caribe estamos viviendo momentos de cambios muy importantes. En medio de la profundización de las brechas de desigualdad, de los coletazos de la crisis financiera internacional, la mayoría de los gobiernos cambió cualitativamente en la última década, confiriendo un carácter más progresista, más democrático a la región. Con algunas excepciones. Esto no quiere decir necesariamente que los derechos humanos de las mujeres y los derechos sexuales y reproductivos hayan ganado espacios más propicios para su desarrollo. En contados casos así fue, pero la cruzada fundamentalista impulsada por la jerarquía conservadora de la Iglesia Católica, en alianza con los gobiernos mal llamados “de izquierda”, en contra de los derechos de las mujeres y los derechos sexuales y reproductivos, avanza con renovado ímpetu proveniente de la falsa creencia por parte de políticos y gobernantes, de que la jerarquía eclesiástica representa a quien dice representar. Nada más lejos de la realidad. Estamos viviendo en estos momentos un retorno del integrismo fundamentalista en todo el mundo por parte de las religiones, pero de un integrismo que utiliza el lenguaje de la democracia, de las libertades y de los derechos humanos y civiles. Desde que el Vaticano fracasó en sus intentos de imponer su agenda moral conservadora en los Programas de Acción de las Conferencias Internacionales de Cairo y Beijing y por ende en las políticas y programas relacionados con estos temas, emprendió una cruzada convocando a los obispos y cardenales, especialmente a los de América latina y el Caribe a ser proactivos en la defensa de los modelos culturales tradicionales que emergen de la ideología judeocristiana: el modelo de familia heterosexual, nuclear, la sexualidad restringida a la reproducción, el cumplimiento del deber ser basado en estereotipos de género estáticos, sacralizados por la ideología conservadora de la Iglesia Católica y la obstaculización de los derechos individuales, específicamente de los derecho sexuales y reproductivos. Tenemos la obligación de detener esta cruzada oscurantista que nos quiere llevar a la época medieval, cuando se daban instrucciones a las parejas casadas acerca de cuándo era lícito tener relaciones sexuales.


–¿Cómo deberían reaccionar los gobiernos frente a los avances conservadores en América latina?


–Hace poco el doctor Julio Frenk, quien fue ministro de salud de México durante la presidencia de Vicente Fox, decía que la ciencia es el antídoto contra el oscurantismo. Nosotras decimos que los gobiernos deben basarse en la evidencia científica, tienen que respetar la pluralidad de opiniones que hay en cada país y evitar que la religión se meta en las políticas públicas, mucho más cuando tiene que ver con temas de salud. Te imaginas si un gobierno se guía por planteamientos como el que mencionaba el cardenal colombiano Alfonso López Trujillo, presidente desde 1990 hasta su fallecimiento en 2008 del Pontificio Consejo para la Familia en el Vaticano, de que los condones tienen unos hoyitos por los cuales pasa el virus del sida y por lo tanto no puede promoverse su uso, porque así se está promoviendo la expansión del VIH. Es necesario establecer que hay ámbitos de competencia que no se pueden mezclar. En México se dio una discusión sobre la incorporación de anticoncepción de emergencia en el programa de salud entre el ministro de Gobierno, que era del Opus Dei, y Frenk, ministro de Salud. En cualquier democracia tiene que aceptar lo que dice el ministro de Salud y no el de gobierno, que pone sus creencias religiosas por encima de su función pública y que quiere meterse en un tema que no es de su especialidad. Para quienes nos hemos atrevido a cuestionar supuestos dogmas anclados en visiones atávicas que constriñen la autonomía de las mujeres, que hablan de que la dignidad de las mujeres está basada en el hecho de ser madres, o que las mujeres no podemos ocupar las mismas posiciones que los hombres en la Iglesia y en la sociedad, las condiciones de posibilidad que provee la laicidad del Estado son imprescindibles para la reafirmación de nuestra autoridad moral y para la garantía y el respeto a nuestros derechos humanos y específicamente a nuestros derechos sexuales y reproductivos.


–¿Qué piensan las mujeres y los varones católicos sobre la despenalización del aborto en el distrito federal?


Acabamos de tener los resultados de una encuesta nacional que incluyó 3000 entrevistas cara a cara entre la población católica de todas las regiones del país. Seis de cada diez católicas y católicos considera que una persona puede seguir siendo buen o buena católica si apoya a una mujer que aborta. Un poco más de la mitad de la feligresía reconoce que una mujer que aborta puede continuar siendo una buena católica. Una de las principales conclusiones que emergen de los resultados de la esta encuesta es el crecimiento de una corriente de formación de nuevas identidades católicas, de nuevas formas de ser católica o católico. Nuevas identidades representadas por feligreses que no piensan dejar su iglesia, pero que viven un catolicismo más cercano a sus necesidades y deseos, más flexible en el marco de constantes cambios culturales y políticos. Para un 33 por ciento de los entrevistados la característica más sobresaliente de una persona católica es estar bautizada, mientras que sólo para el 24 por ciento el rasgo más importante es creer en Dios, y para el 22 por ciento, cumplir con los Diez Mandamientos. Y apenas un 13 por ciento considera que ir a misa es una característica de identidad católica.

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