jueves, 25 de abril de 2013

"¿COMO PUEDE ESTAR TRANQUILO, CON SANGRE DE LAS SECUESTRADAS EN SU CONCIENCIA?"

La historia de Guillermo Pérez Roisinblit, el nieto recuperado nacido en la ESMA tras un parto clandestino atendido por el médico genocida Jorge Luis Magnacco. Tiene 34 años, pero dice que nació otra vez a los 21, cuando su hermana Mariana se le apareció donde trabajaba y le dijo que sus padres se llamaban José y Patricia. Ella le contó que después de secuestrarlos, la dictadura obligó a Patricia a parir en cautiverio. Y que lo hizo con la "asistencia" del condenado Magnacco, quien días atrás fue visto caminando por la calle.    
 
Por Daniel Enzetti.
 
 
Disney atenta permanentemente contra la psiquis de los nietos restituidos", dice Guillermo Pérez Roisinblit. Se ríe, y explica que hace un tiempo jugaba con sus hijos –Cinthia, de 2 años, e Ignacio, de 5–, hasta que el varón lo acorraló con preguntas incómodas. "¿Dónde están el abuelo José y la abuela Pati?" La respuesta fue, claro, en el cielo. "¿Quién los mató?" Hay gente buena y gente mala. A los abuelos los mató gente mala. "Ah, pero yo quiero verlos. ¿Me llevás afuera?" No se puede, Nacho, le dijo Guillermo. "Sí que se puede –convencido, segurísimo–, ayer vi El Rey León, y Simba lo vio a Mufasa en una nube. ¡Estuvieron hablando! A lo mejor los abuelos están en una estrella y los veo. ¿Me llevás?"
José Manuel Pérez Rojo y su mujer Patricia Roisinblit militaban en Montoneros y fueron secuestrados por una patota de la Fuerza Aérea en octubre de 1978. La pareja ya tenía una hija, Mariana, y otro que esperaba en la panza de Patricia, que dio a luz a Guillermo el 15 de noviembre de ese año en la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). "Atendida" por el médico genocida Jorge Luis Magnacco, descubierto hace algunos días por la agrupación HIJOS mientras paseaba por la calle junto a su esposa, a pesar de cumplir con una condena de prisión domiciliaria hoy convertida en cárcel común.
"Traté de acercarme a Magnacco cuando estaba detenido en Prefectura –cuenta–, pero no lo hice. Quería preguntarle dos cosas: qué recordaba de mi mamá, y a qué hora nací. Cuando lo vi libre no lo podía creer. Su cabeza está llena de sangre de las embarazadas que asistía. ¿De qué manera puede dormir con todo eso encima?"
Después del parto de Patricia, Guillermo fue apropiado por un civil que trabajaba para los aviadores. Y recuperó su identidad en el 2001, gracias a dos denuncias anónimas recibidas en Abuelas de Plaza de Mayo y al trabajo que la entidad motorizó a partir de ese momento. Su abuela paterna, Argentina, fue vocal de Abuelas y falleció en el 2005. Pero Guillermo todavía la tiene a Rosa, vicepresidenta de la entidad, con la que se "peleó" como manera de expresar la lucha que tenía contra sí mismo al enterarse que llegaba 21 años tarde a su verdadera familia. Y a la que después de un proceso que le llevó años, se pegó como todo nieto a su abuela. Para recuperar el tiempo que le hicieron perder los criminales.
–La "salida" de Magnacco te debe haber llevado a repasar varias cosas.
–Sobre todo las dos décadas en las que viví en un mundo totalmente distinto al real. En el 2000 yo trabajaba en un patio de comidas frente a la plaza de San Miguel, y el 27 de abril aparecieron dos chicas con un bebé en brazos. Cuando me acerqué para atenderlas, una, que resultó ser mi hermana Mariana, me preguntó si era Guillermo Gómez, y si podía dejarme una carta. Imaginate que a los 21 años, mi única preocupación era tener un sueldo para bailar los sábados y salir con amigos. Y de repente llegan dos mujeres de la nada, con una criatura en brazos. Lo primero que pensé es "me quieren encajar el pibe, ¿tan borracho estaba que no me acuerdo que a una de estas la dejé embarazada?" (se ríe). Le contesté que no podía hablar, y que si consumían, no había problemas para quedarse. Así, en ese tono. Mariana insistió. Se puso a escribir algo, agarró un libro, puso el papel adentro y me lo dio en una bolsa. Se pararon, pero yo no aguanté. Las primeras líneas decían: "Mi nombre es Mariana Eva Pérez, soy hija de desaparecidos, estoy buscando a mi hermano…" Y el mensaje marcaba la página 175. Era una de las ediciones de un libro de Abuelas, con los casos resueltos y que faltaban resolver. La página resaltaba fotos de dos jóvenes, y un recuadro gris donde debía estar el rostro del bebé que les habían secuestrado. El hombre era yo, era mi propia foto en blanco y negro. Se me nubló todo. Al rato ellas se fueron, y me senté a comer con Osvaldo, que además de "jefe" era un gran amigo. Alcanzó a ver a Mariana, y no dudó: "Che, esa es tu hermana, son dos gotas de agua. ¿Podrías seguir tu vida dudando de si tenés una hermana o no?"
–Te hizo caer.
–La pregunta fue terminante, directa, y no lo dudé. Ese mismo día a las 6 de la tarde estaba en la oficina de Abuelas. Recuerdo que me recibió Abel Madariaga, mis abuelas Argentina y Rosa, y estaba Estela (Carlotto). Mi abuela Argentina me acercó un café y le temblaban las manos. Imagino lo impresionante que debe haber sido para ella tener parado enfrente al que se suponía era el hijo de su hijo. Así, de golpe.
–¿Qué dijeron? ¿Nunca te habías cuestionado nada?
–Después de los saludos, la charla vino por el lado de lo que hacían, de los otros casos. Me contaron que habían llegado a mí por dos denuncias anónimas, después de investigar bastante. Y que para comprobar lo que se sospechaba, contábamos con dos caminos: un análisis de ADN supervisado por la justicia en el Hospital Durand, o algo similar en un banco genético que Abuelas tenía en Estados Unidos. Opté por el primero, y los resultados llegaron a los pocos días, el 2 de junio. Ahí se comprobó que era hijo de desaparecidos. En lo particular, nunca sospeché que no era hijo de mi apropiadora, pero sí dudé de mi apropiador, un tipo que mide 1,72, es moreno, y calza 42. Yo calzo 46, mido 1,86 y mi nariz no se parecía en nada a la de ellos. No sé, eran una especie de pantallazos que a uno lo hacían dudar, pero no al punto de imaginarme lo que vendría después. Además, lo único que me había "acercado" a la dictadura era haber visto La noche de los Lápices en Canal 9. Me asombraba ver centros de estudiantes en las escuelas, y para colmo venía de cursar la secundaria en la I Brigada Aérea de El Palomar, donde Historia no llegaba ni siquiera al primer gobierno peronista. Ellos se separaron cuando yo cumplí cuatro años, y el divorcio llegó al tener ocho. Él era violento, la golpeaba, y más de una vez la dejó en el hospital. Era un hombre que no me tenía en cuenta para nada, lo que me hacía suponer dos cosas: o yo era un muy mal hijo, o a él no le interesaba para nada cumplir su rol de padre. Con el tiempo se comprobó la segunda opción, porque esencialmente no era mi padre.
–Contabas que te acercaste a Abuelas el mismo día en que te habló Mariana. Pero sin embargo, meterte dentro de tu verdadera historia te costó años.
–Sí, porque fue un proceso transitado de a poco. Lo que más me importaba era saber si Mariana era mi hermana. Mientras esperaba los resultados nos juntamos varias veces, pero en realidad, yo no tenía dudas después de aquella foto. La distancia te hace poner el foco en cosas que vivías, pero en las que no prestabas atención. La función de padre de mi apropiador se limitaba a traer una asignación familiar una vez por mes impuesta por el juez, 230 pesos. E invitarnos a comer el día de mi cumpleaños. Una semana después de aquel 27 de octubre nos juntamos en una parrilla de Morón, y en un momento, los dos en el baño, le pregunté si yo era su hijo. "Mirame bien y mirate vos, ¿sos mi papá?" Le conté lo del libro, la carta, el encuentro con Mariana. Salió con que eran pavadas, con que alguien del barrio me tenía envidia y quería joderme. A los dos días llamó para verme, y otra vez la misma charla. Y una vez más a la otra semana. En la última íbamos con el auto y se largó a llorar, casi mata a un pibe en bicicleta al cruzar la esquina. Yo agarré el volante, ni siquiera tenía registro, y después que reconoció todo, le dije: "Buscate un abogado, porque te robaste al nieto de la vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo."
–¿Intentó alguna explicación?
–Dijo que yo era hijo extramatrimonial de un oficial, y que para guardar las "formas", ese oficial le había entregado el bebé para que él lo criara. Mientras, la cabeza me funcionaba a los saltos. Es como te decía antes, empezás a recordar instantes, caras, chispazos de tu vida.
–Tu infancia con ellos.
–Claro, y sobre todo el tiempo que pasé en la RIBA (Regional de Inteligencia de la Provincia de Buenos Aires), un edificio de la Fuerza Aérea donde trabajaba mi apropiador. Ese lugar lo conozco de memoria, él me llevaba cuando era chico. Fue Mariana la que me contó que a mis viejos los secuestró una patota de la Fuerza Aérea, y eso me sirvió para atar cabos. De la RIBA recuerdo hasta su número de teléfono. Francisco me llevaba siempre. Me prestaban un revólver 32 vacío para jugar a los pistoleros. En el primer piso había un casino de oficiales, y una reja que lo separaba de la cocina. Me sentaban en una heladera antigua, enorme, para tomar gaseosas. Y en la segunda planta existía algo impresionante para la época: una construcción tipo central de comunicaciones, con computadoras, aparatos telefónicos, antenas. Su papel era encargado del sector de maestranza. Pero independientemente de eso, pudo ser que en algún momento haya aportado gente para los grupos de tareas, y que lo hayan usado. Mi apropiadora recuerda una comisión de servicios por la que él viajó a Mar del Plata en pleno mundial de fútbol, con un arma encima. En la casa tenía una carabina.
–Dijiste que tu propio proceso interno, desde que te enteraste de tu origen, fue lento. ¿Cómo resumirías ese tránsito que se da entre la manera de pensar del 2000 y la actual, estando con Rosa, habiéndola conocido a Argentina, y comprometiéndote hoy tanto con el reclamo de las Abuelas?
–Al principio sentí una puja muy grande entre la historia de lucha de mi familia y mi apropiadora. Porque en definitiva, ella me había criado sola, y nunca tuvimos mala relación, más allá de los problemas de todo adolescente. En esos años me despertaba llorando, no sabía quién era. Tenía un anillo con mis iniciales, y para dormir necesitaba verlas. Mirá, si hace cinco años me preguntabas cómo estaba, yo te hubiera contestado: "No se quiere lo que no se conoce." Pero ahora soy otro, crecí.
–¿De qué manera "empezaste" a querer a Argentina y a Rosa? ¿Te parece que la pregunta está bien?
–Sí, claro (se ríe). Crecí con una ausencia absoluta de la figura paterna, y fue sencillo querer a mi abuela Argentina, porque estaba más cerca del estereotipo de la "abuelita". Lo mismo me pasó con Mariana. Yo "no tenía" hermanos, y que surgiera uno era bienvenido. Aparecieron los juegos, los chistes, la complicidad. Pero con mi abuela Rosa, la cosa fue distinta. Me costó mucho acercarme. Rosa era nada menos que la mamá de mi mamá, y esa figura, la de "madre", yo sí la tenía en mi cabeza. Para peor, pude conocer a la madre de mi apropiadora, y cuando falleció la lloré mucho. En ese cambio de mentalidad hubo un momento clave: 6 de febrero del 2004, cuando la causa de mi apropiación cayó en el juzgado de Jorge Luis Ballesteros. Mientras había transcurrido en las oficinas de (María) Servini de Cubría, sufrí mucho por aquella puja de la que hablábamos antes. El 8 de febrero del 2001 lo detienen a Francisco; en marzo, a ella; me quedo sin trabajo; entran a mi casa y desvalijan todo. Fue una época muy convulsionada. Sentía que en esa pelea, me obligaban a mí a ponerme en contra de mi apropiadora. Pero con Ballesteros, el tema se modificó radicalmente para mejor. Me empieza a ver como a una víctima, me da el trato que me corresponde. Cuando me pidió un ADN, lo que le transmití era algo así como "no me obligues a mí a ponerme en contra de ella, a ser el responsable de lo que le ocurra". Y en el juzgado lo entendieron. ¿Sabés cómo? Muy simple: investigando, analizando otra vez cada una de las cosas. Empezaron a ver para atrás, y encontraron que el 20 de marzo del 2001, mi apropiadora había declarado que yo no era su hijo biológico. El delito ya estaba, existía una confesión, falsificación de documentos públicos, retención de un menor de diez años. Entonces sí tenía sentido pedirme después el análisis, porque no era un disparador, sino una forma de confirmar lo que ya se sabía. Eso llegó el 23 de abril del 2004. Ese día me saqué de encima la mochila más grande que tenía. Ballesteros, en pocos días, pudo resolver lo que antes había tomado años. Otro clic que tuve en la cabeza fue en el 2005, cuando murió mi abuela Argentina. En el velorio me dije: "qué cagada, no la pude disfrutar, me la perdí." Juré que con Rosa no me pasaría lo mismo. Y acá estoy.
–¿Volviste a encontrarte con tu apropiador?
–Fue condenado y cumplió la pena hasta su libertad en el 2007, y ella salió en el 2004. La última vez que nos vimos fue cuando lo visité el 23 de diciembre del 2003, mientras estaba detenido en la Compañía Histórica de las Fuerzas Armadas, ahí detrás del Planetario. Custodiado por sus propios compañeros, tomando vino y comiendo asado todos los días. Se emborrachó, y me dijo: "Falta un tiempo, pero guardo algunas balas reservadas para cuando salga. Una para vos, otra para tu hermana, y dos para tus abuelas." Le caí encima, me tuvieron que parar.
–¿Cómo son Patricia y José en tu cabeza?
–Eternos, inmóviles. Los veo sufriendo y muriendo, soñando por algo. No sé, trato de no idealizarlos. Es increíble, hace años pensaba: "estaban locos, ¿cómo pudieron ser tan irresponsables, con una hija y otro en la panza?" Tenía una negación tremenda, no entendía muchas cosas que hoy sí las comprendo. Y las Abuelas, todas, fueron la pieza que me faltaba para ese crecimiento. ¿Te das cuenta de la esperanza y la fuerza que tienen estas mujeres, las Abuelas? Piden desde hace 35 años, uno más que mi edad. Y piden sin querer revancha, sin resentimiento. Por eso es importante que la pelea siga, por todos los nietos que faltan. «
"Camina con ellos, burlándose de todo"
"Me molestó mucho verlo en la calle –dice Guillermo de Jorge Luis Magnacco–, pero la bronca llegó cuando supe que la mujer con la que iba era su esposa. Tengo 34 años, hace 13 que recuperé mi verdadera identidad, y te puedo asegurar que todavía estoy conociendo familiares nuevos. Este tipo no sabe quién es su familia. Y encima camina con ellos, burlándose de todo." El médico represor, que asistió a Patricia Roisinblit en el parto donde nació Guillermo, fue descubierto por HIJOS mientras caminaba por la vía pública, a pesar de purgar una condena de arresto domiciliario, hoy convertido en cárcel común. "Le dijo a mi mamá que se había portado bien –cuenta–, y ella le contestó algo memorable, que pintaba su valentía: 'Me porté mejor en el parto anterior, cuando estaba en libertad', haciendo referencia a Mariana, mi hermana mayor”.
"Increíblemente –finaliza–, Magnacco sigue declarando que lo suyo fue aislado, que no tuvo nada que ver con el Estado asesino. No entiendo cómo hace para apoyar su cabeza sobre la almohada, y verse las manos manchadas por la sangre de esas mujeres."
Patricia y José
 La RIBA (Regional de Inteligencia de Buenos Aires), una enorme casona de 800 metros cuadrados en dos plantas que ocupa la esquina de San Martín y Entre Ríos, en Morón, era uno de los Centros Clandestinos de Detención que junto con Mansión Seré controlaba la Fuerza Aérea en el oeste bonaerense. Entre otros secuestrados, en ese lugar permaneció detenida algunos días Patricia Roisinblit, hija de Rosa, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo, antes de ser trasladada para dar a luz a su hijo Guillermo en la ESMA.
Patricia y José Manuel Pérez Rojo fueron secuestrados por efectivos de esa Fuerza el 6 de octubre de 1978, y ambos estuvieron cautivos en la Regional. Después del parto ocurrido el 15 de noviembre, y en el que intervino personalmente el médico genocida Jorge Luis Magnacco –auxiliado por dos detenidas que luego recuperaron la libertad, Sara Solarz de Osatinsky y Amalia Larralde–, se cree que Patricia estuvo en el “Pozo” de la Aeronáutica.
A pocos días del nacimiento, Francisco Gómez, un jardinero que trabajaba en la RIBA, le confió a un efectivo del lugar el problema que tenía: su mujer, Teodora Jofré, no podía quedar embarazada, y estaba desesperada por tener un hijo. Según constaba en la causa “A-178: Gómez Francisco y otros/sustracción de menores de 10 años”, por el que el empleado fue a prisión por apropiación de aquel bebé, el que le habría entregado a Rodolfo Pérez Roisinblit –al inscribirlo, Gómez lo había llamado “Guillermo”– fue el comodoro Roberto Oscar Sende, que nunca pudo contradecirlo porque sencillamente había muerto antes de que se destapara el caso.
Durante el juicio que lo condenó, Gómez intentó ablandar al Tribunal declarando que “yo lo anoté porque creía que podía ser un chico abandonado, de bien el día de mañana, y Sende me dio todo servido”, y dijo que nunca se había enterado, a pesar de trabajar allí y ver aparatos de comunicación y movimientos de todo tipo, que en la casona funcionara una central de inteligencia. En las audiencias que terminaron por llevar a la cárcel al apropiador también declararon otros empleados de la Regional, como Juan Manuel Taboada, Esperanza Sánchez, el médico Pedro Canela y el ex jefe de División Central del Grupo de Vigilancia Aéreo, Carlos Solís.
Fue Mariana Pérez, la nieta de Rosa, que trabaja en Abuelas, la que recibió dos denuncias anónimas que permitieron abrir el camino para que el organismo llegara a la verdadera identidad de su hermano. Mariana tenía 15 meses de edad en el momento del secuestro de su mamá.
En el juicio que determinó a fines de 2008 la responsabilidad directa de la FA en los secuestros de Mansión Seré, el suboficial mayor retirado Jorge Angel Cóceres admitió que dentro de la RIBA trabajó como parte de la División de Inteligencia, y que allí también funcionaba la División de Contrainteligencia y el Departamento de Búsquedas “que averiguaba direcciones de personas”.
Entre las obligaciones de la Regional, Cóceres precisó que se reunían con los interventores de los municipios de Moreno, Merlo y Morón para enviar “el parte de información” al Edificio Cóndor sobre las protestas o actos públicos contrarios a las administraciones locales.
Otros agentes de la Regional fueron Carlos Omar Moizo y René Omar Bustos. El primero confeccionaba planos y “estudios de seguridad”, además de “nutrir” al Estado Mayor sobre “lo que estaba pasando en el ámbito educacional, religioso y subversivo”. Mientras que Bustos también llevaba permanentemente al Edificio Cóndor documentación “cerrada en una valija con candado”.
Con la venia de los brigadieres Hipólito Rafael Mariani y César Miguel Comes, responsables de la Subzona 16, la RIBA también formó parte del sistema instaurado por los militares de reparto de criaturas recién nacidas. Sobre todo manteniendo contacto con la maternidad clandestina que en la ESMA comandaba el médico Magnacco. Gracias a las recomendaciones del ginecólogo del Hospital Naval, los represores ubicaban en distintas familias de militares o de civiles empleados por la dictadura a los bebés de embarazadas en cautiverio.
 
Fuente: Tiempo Argentino.

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