Eva Schloss es la hermanastra de Ana Frank. Sobrevivió a Auschwitz y ha trabajado durante los últimos tres decenios para mantener viva la memoria de su media hermana.
En el living de su pequeño departamento londinense, Eva Schloss, de 83 años, recuerda su infancia. Judía austríaca, su familia sufrió a manos de los nazis durante la Segunda Guerra Mundial. Su hermano mayor y sus padres fueron enviados a Auschwitz-Birkenau, Eva, cuando tenía 15 años, y sólo su madre y ella salieron. Si bien Eva es una más entre los numerosos sobrevivientes del Holocausto, hay, no obstante, un elemento en su historia que la hace única: su madre se casó años después con el padre de Ana Frank, lo cual la convirtió, para un mundo permanentemente curioso, en la hermanastra póstuma de una de las víctimas más famosas de la guerra. “Era un hombre muy bueno, maravilloso, y un padrastro afectuoso”, dice Eva refiriéndose a Otto Frank. “Pero seguía estando muy involucrado emocionalmente con Ana y la preservación de su memoria. La presencia de Ana consumía todo el tiempo disponible en nuestras vidas”. Fue por momentos una obsesión sofocante, admite. “Hablaba sobre ella continuamente y me ponía un poco celosa”. Como les pasó a sus hijos décadas más tarde. “Mis hijas querían saber por qué su abuelo siempre hablaba de otra, del mismo modo que yo me enojaba cuando me presentaban como la hermanastra. Decía: ‘¡También soy una persona!’ Pero me daba cuenta de que es imposible estar enfadado con alguien que ya no vive”. Eva llevó una vida plena y durante cuatro decenios no habló de sus experiencias en un campo de concentración. Sólo después de la muerte de Otto, en 1980, se sintió obligada a asumir la responsabilidad de mantener vivo el nombre de Ana Frank. Dio charlas, visitó escuelas y escribió libros: La Historia de Eva en 1988, La promesa en 2006 y ahora Después de Auschwitz. “Antes había escrito sobre la vida en los campos, pero después nunca más. Tal vez suene ridículo, pero la vida real me resultó mucho más difícil. Me llevó un tiempo larguísimo encontrar paz”. Si bien gran parte del nuevo libro se detiene en su lucha por dejar atrás el pasado, también aborda a la hermanastra que apenas conoció en vida. Nacida un mes antes que Ana, las dos niñas compartían un círculo de amigos con edades de 11 a 13 años en su Amsterdam de adopción. El retrato que pinta es el de una niña precoz y segura de sí misma, interesada en los varones, la ropa, los peinados y los actores de cine. ¿Le caía bien? “No especialmente. Yo era machona y ella era mucho más sofisticada. No compartíamos los mismos intereses”. Luego sobrevino la guerra y ella y Ana nunca volvieron a verse. En 1942, su hermano y su padre recibieron órdenes de reportarse en un “campo de trabajos” alemán, lo cual obligó a Eva y su madre a ocultarse. Durante dos años, vivieron en medio del terror de ser descubiertas. En mayo de 1944, poco antes de trasladarse a su séptimo escondite en Holanda, una enfermera holandesa las traicionó denunciándolas a la Gestapo. “La vida estaba llena de horror y miedo”, escribe en Después de Auschwitz. “Piense en el hambre. Trate de pensar en la suciedad”. A los ocho meses, cuando ya Alemania enfrentaba la derrota, fueron liberadas y comenzó el largo viaje de regreso. En junio, con la guerra concluida, llegaron a Ámsterdam. Volvieron a encontrarse con Otto Frank, cuya familia también había sido destruida. Unidos en el duelo, la madre de Eva y Otto iniciaron una vida en común, trabajando en tándem para poder publicar el diario de Ana. “Mi madre y Otto tuvieron un matrimonio muy feliz. Eran inseparables y por momentos me resultaba muy difícil”, dice Eva. “Nunca la tuve para mí sola y al principio no podía entender cómo ella podía ser tan feliz con alguien que no era el padre de sus hijos. En muchos sentidos, agrega, creo que superé mi sufrimiento en Auschwitz bastante rápido. Pero la pérdida de mis familiares, eso nunca pude aceptarlo del todo, ni entonces ni ahora”.
El Diario de Ana Frank se convirtió en un éxito global y poco a poco una curiosa especie de notoriedad fue acoplándose a Eva. Naturalmente, ella lo leyó. “Me daba cuenta, por supuesto, del atractivo que tenía. En los años 50 y 60, se empezaba a mostrar interés por lo que había sucedido en la guerra, pero no quería recordar todos los horrores. El libro de Ana no tenía que ver con el Holocausto. Hablaba de esconderse. Para mí no era ninguna novedad. También había estado escondida en la guerra hasta que nos capturaron. Pero nadie quería oír mi historia”. Para cuando su madre y Otto Frank se casaron en 1953, Eva se había mudado a Londres. Y fue allí donde conoció a su marido, Zvi Schloss, un judío alemán cuya familia había escapado de la reclusión huyendo a Palestina. En su nuevo hogar, Eva estaba desesperada por formar una familia y por una razón específica. Cuando su hermano Heinz tenía 12 años empezó a sentir terror ante la idea de morir. Su padre le explicó que no tenía nada que temer: cuando se tienen hijos, se vive a través de ellos. “¿Pero, y si no vivimos para tener hijos?” respondió él. Heinz murió en Auschwitz. Eva tuvo tres hijas. Y tiene cinco nietos.
Fuente: Clarin
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