En haberse jugado por su forma de pensar es donde la banda liderada por Germán Daffunchio, Las Pelotas, cree que radica la credibilidad que tiene entre el público. “En el mundo del espectáculo todos quieren caer bien, hacer canciones bonitas, y eso es imposible”, dicen.
Por Mario Yannoulas
El sol entra a cuentagotas al living de la sala de Hurlin-gham, y mientras alguien del staff revisa minuciosamente las cuerdas de una Gibson SG roja, el politburó de Las Pelotas está reunido en círculo. Gabriela Martínez, que empuña un fibrón, pasa los folios de una carpeta como buscando algo: “No vamos a terminar de definir la lista ahora, todavía estamos discutiendo el primer tema”. “Tenemos una especie de archivo de listas de canciones: estas carpetas –aporta el tecladista Sebastián Schachtel–. Hay lugares que no visitamos hace un tiempo, entonces verificamos qué tocamos la última vez allá, como para no repetirnos.” Este trabajo metódico hace de Las Pelotas una banda hiperprofesional, de costumbres rayanas con lo obsesivo. “Lo más difícil es seguir agregando canciones en los shows, hilvanar tantos años de cosas distintas.” El guitarrista y cantante Germán Daffunchio se refiere al repertorio de Cerca de las nubes, su noveno trabajo de estudio –publicado en agosto de 2012, el segundo desde la salida de Alejandro Sokol.
Veinticinco años pasaron desde la primera presentación de Las Pelotas, con los ex Sumo Superman Troglio en batería y Sokol en la voz, quien se apartara del grupo en 2008 y falleciera un año después. Daffunchio –otro ex Sumo– revela su clave para mantener el buen ánimo: “Me aíslo de todo. En el mundo las cosas están para el carajo... Evito contaminarme, trato de no mirar televisión, escuchar radio o leer los diarios”. Y da un ejemplo bizarro, entre la irritación y la ironía: “El otro día me dijeron que Ricardo Fort estaba grave, y yo les contesté: ‘Si no se muere, era mentira’. Es todo un gran cuento”.
–Da la impresión de que este disco es a Despierta lo que ¿Para qué? fue a Amor seco. Pasaron de un tono algo provocador a un registro más reflexivo o introspectivo...
Germán Daffunchio: –Puede ser. En Amor seco teníamos cosas como “Chupa-Chupa”, eso de gritar “¡Hijos de puta!”, y después nos preguntamos: “¿Para qué hacer todo eso?”. Lo más gracioso es que escuchábamos “Ella está muerta”, donde yo cantaba “No se me para” y decíamos “¡Qué hit!”, pero nadie le dio bola (risas). En esa época todos los cantantes melódicos se habían dejado el pelo largo tipo Bono, y se sabe que muchos de ellos son gays –esto dicho sin ningún tipo de historia–. Nos imaginábamos que les venía el suero de la verdad y en lugar de hablar del amor a una mina decían: “No se me para”. Un chiste interno que no entendió nadie.
–¿Toman en cuenta las nuevas formas de escuchar música cuando graban?
Sebastián Schachtel: –No. Grabamos para que suene buenísimo y nos guste a nosotros.
G. D.: –Es como un viaje y lo disfrutamos. A tal punto que nos transformamos en una especie de enfermos mentales obsesivos, y ahí entra el trabajo de grupo: cuando uno ya está completamente loco, viene un compañero y te dice: “Che, son las cinco y media, ¿por qué no te vas a dormir?”. Nos reímos, pero es verdad. Está bueno trabajar en algo y dejarlo un tiempo, a veces te obsesionás con una cosa y después resulta una porquería. Envidiamos a los músicos que hacen cinco discos por año, venden de a miles y mueven multitudes cada semana.
–Sólo ustedes participaron de todas las ediciones del Cosquín Rock. ¿Por qué creen que, después de doce años, las bandas locales importantes siguen siendo prácticamente las mismas?
S. S.: –No se ve un recambio, y cuando parece que va a haberlo, no termina de pasar porque se ve impostado. Todavía siguen siendo clásicas las bandas con mucho recorrido, la gente cree en esos grupos que tienen mucha verdad y mucha historia.
G. D.: –Hay que situarse en el país y el hemisferio en el que estamos. También hay una consecuencia social de todo lo que se viene haciendo. En estos programas de tele que buscan estrellas hay melódicos que hacen de rockeros, entonces el rock ya está mezclado con todo. A eso se suma la necesidad de poder sobrevivir con esto y así hay mucha gente que quiere agarrar el camino más corto. El camino del rock, el que vivimos todos estos grupos, es el del trabajo constante de noche a noche y año tras año, por eso todavía estamos vivos. Ese no es un problema de nuestra generación.
–¿El concepto general del rock cambió en este tiempo?
G. D.: –Por eso digo que hay que situarse en la época del país. En los ’80, el rock argentino emergía de la represión y la oscuridad, todavía había operativos policiales en los shows y seguían llevándote preso. En los ’90 fue otra cosa y en los 2000 también. El rock siempre está vinculado con lo que pasa en el mundo exterior, pero con Las Pelotas nunca hicimos música para una generación, siempre quisimos decir lo que sentíamos para todo el mundo. Después si los pendejos nos toman como referentes, está bueno, y uno tiene que manejar ese poder. Eso lo viví en la época de Sumo y aprendí una lección que me sirvió hasta hoy. Pero entre nosotros nadie puede elevarse demasiado, no tenemos esa personalidad.
S. S.: –Hay mucha copia y repetición en el rock. Demasiadas fórmulas.
G. D.: –Vos tenés que jugarte a una actitud determinada. Cuando hacés música decís esto, hacés esto y sos esto, y tenés que bancártela. En general, en el mundo del espectáculo todos quieren ser agradables con todo el mundo, caer bien, hacer canciones bonitas, y eso es imposible. El ser consecuente y decir lo que sentís muchas veces no es comercial o no es algo que la gente quiera oír, y eso tiene consecuencias. Lo difícil para las generaciones actuales es que nadie se quiere jugar demasiado. Sienten que se exponen a fracasar rotundamente.
Fuente: Pagina/12
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