martes, 16 de abril de 2013

"LA MURGA ES SENTIMIENTO DE RABIA Y ORGULLO PORTEÑO"

Ariel Prat, música ciudadana y carnaval. Afirma que las comparsas en la Argentina tienen una "función social" y son el "reservorio de la negritud".
 
Por Ramiro Barreiro.
 
La vida de Ariel Prat tiene que ver con los colores. El rosa y negro de los Elegantes de Palermo, su primera murga, el blanco y rojo de River Plate, su pasión futbolera. Pero por sobre todos los matices, Ariel siempre se embanderó en la negritud. Como exacerbación de un concepto que entiende, va más allá de lo artístico, y resulta clave para terminar de conformar esa escurridiza identidad argentina.
El acercamiento al género del bombo y platillo de este artista cuya obra se identifica plenamente con estos "días locos" de Carnaval, se dio cuando vivía en un barrio con cero tradición murguera. "Cuando nos mudamos a los monoblocks de Villa Soldati nos exiliamos en la propia Buenos Aires, arranca Ariel, entonces me tiré para Palermo." En el elegante barrio, la murga homónima lo cobijó y, según explica, fue el primero de los distritos que acercó el género al Rock cuando se fundó, entre varios muchachos, los "Herederos de Palermo", a fines de los '80.
"Las primeras cosas que hice aparte de disfrazarme para los carnavales, fue nuestra propia murguita con los pibes. Allí inventábamos nuestros cantitos para salir a manguear por la cuadra", recuerda el Juglar y cuenta que en los Elegantes "salí disfrazado, llevé estandartes, me hice de abajo". El pibe se hizo hombre y el arrabal siguió acompañando: "Con los años empezó el Ariel Prat artista: el pibe de barrio que acercaba a la murga su propia visión de la vida. Eso, luego, pasó a la música: "hay un tema de mi primer disco que lo cantábamos con la murga y se llamaba 'El apetito sexual', aunque era muy raro en esa época escuchar canciones propias".
–¿Por qué no hay nombres propios en las murgas?
–No se conocen pero hay muchos y grandes poetas. Hace unos años falleció Quique Manzini, y también están Fito Bompart, Teté Aguirre y el Loco Mingo en los Fantoches de Villa Urquiza, gran poeta de la crítica y el repentismo que suena mucho en el fútbol y en la política, por citar dos ejemplos. La murga aportó el bombo a estas expresiones y por eso hubo grandes poetas en el tablón como el propio Loco en River o el Gallego Espiño en Huracán.
–¿Qué pasa cuando no hay nada para criticar?
–Nada, porque para criticar hay siempre. Podemos criticar la terrible infamia de la oposición política que sigue los dictados del multimedio; se puede criticar la política del Gobierno de la Ciudad con respecto a ignorar a la murga, a ningunearla. O con respecto a no pagar lo que tienen que pagar para viviendas, no pagar los centros sociales y asistenciales y no dar presupuesto a la murga. También se puede elogiar dentro de la crítica, la murga también sabe reconocer las cosas buenas. Durante muchos años la murga ocupó el muy importante papel de criticar lo que había pasado durante el año pero hoy tiene un enemigo fundamental que son los medios de comunicación y su inmediatez. Van cambiando las maneras y tiempos y la murga tiene que actualizarse y tener la pluma encendida, no te podes quedar porque las cosas pasan muy rápido y la información llega muy rápido.
–¿Hay un cambio desde lo musical?
–La murga adoleció no tener la parte musical garantizada por los propios integrantes porque está basada en lo popular, para que a la gente le entre más rápido. Pero hay murgas que están componiendo y lo están haciendo muy bien, como Atrevidos por Costumbre. Para mi lo más importante de la murga porteña es el ritmo, el reservorio de negritud. El baile es el eslabón perdido entre el compadrito y el negro porque el murguero, en las piernas y en la cadera, lleva ese cruce entre lo que era el baile del negro en su candombe y el compadrito tirando los primeros pasos para su milonga. Es maravilloso porque los europeos no sabían que el porteño se movía así.
–¿Sufrimos un vacío cultural por no tener negros?
–Los afroargentinos han desaparecido de las manifestaciones en la calle. Primero la comparsa, que luego se blanquea y son los propios blancos los que hacen la sorna de los negros. Luego llegaron los otros negros, el imaginario de nuestra negritud, los cabecitas negras, los descendientes de los indígenas, de los indoamericanos y de los afroargentinos. Además de eso, Buenos Aires es una ciudad muy grande y hay una cantidad enorme de murgueros y de gente que toca tambores y no son uruguayos. La comunidad afroargentina quedó muy metida hacia adentro por muchos factores y recién ahora esta explotando y, además de la negritud que la murga interpreta, están también los propios grupos afroargentinos que están saliendo a la luz a tocar y hasta bailando en la festividad de la calle. Hasta hace poco no lo hacía. Todo esto es producto de una intención y una necesidad interna de expresarse, sin pruritos y sin esa salamería de que somos 'la París latina'. Porque hay gente a la que le da vergüenza que seamos afroargentinos e indoamericanos; hay gente –incluso progre y de izquierda– que en Europa dice que somos la Europa de América Latina. Estamos trabajando contra toda esa mentalidad y precisamente recuperando ese cacho de negritud.
Ariel se fue a recorrer el Viejo Continente y, al instante, se recibió de embajador murguero en tierras donde la festividad callejera se representa arrojándose comida o corriendo delante de un toro.
–¿Cuál fue la reacción de los europeos?
–A los europeos les asombra lo inclusivo de la murga argentina, porque bailan los gordos, los flacos, hasta los rengos y eso es algo que pasa en la murga porteña, no en otras agrupaciones de otros lugares. La segunda reacción también es positiva porque las mismas agrupaciones te cuentan que los turistas luego vienen acá a buscar una murga y filmarla. En París está Juan Carlos Cáceres que está haciendo un trabajo importante con su música. El dice hacer música de salón y yo digo que hago tango milonga de corte murguero. Cuando nos juntamos y nos presentamos el 19 de marzo de 2003, fue la primera vez que sonó el bombo murguero en esa ciudad. Fue algo muy bizarro y muy íntimo, pero grato. Yo era como un mono frente a la academia. También hay un musicólogo que da clases en La Sorbona y tiene un trabajo muy importante sobre el género del tango y la murga. Se llama Michel Plisson. A través de él y otros buenos amigos en París, fuimos invitados no sólo a tocar sino también a hablar sobre el género. Lo denominamos charla ilustrada e incluye a veces hasta una muestra de baile para los milongueros porque el baile de murga le da al milonguero mucha tierra y empiezan a trabajar mas sueltos con el cuerpo. Es un placer enorme que eso pase y que en algunos lugares parisinos haya fiestas a la noche en algunas casas y pongan temas míos o de Cáceres. Podemos decir que los franceses, en la intimidad, bailan murga aparte de milonga y tango.
–¿Por qué crees que nosotros no le damos ese valor a nuestra murga?
–El argentino puede pensar lo que quiera, sobre todo el argentino tilingo, la gran mierda de nuestro medio pelo, el 'poblado de zonceras' como dijo el querido Jauretche. Pero eso a nosotros nos pone las pilas para hacer las cosas cada vez mejor y en las murgas, trabajar para no darles de comer a esa mirada encendida que es un taladro de rayos x de la gran careteada nacional. Esto significa cuidar más el escenario, pero no ser profesional como la murga uruguaya porque nuestra murga tiene un factor social, de esquina. Funciona todo el año y está en todos lados, está en un centro cultural, en un colegio, en un taller de chicos con discapacidad, está la murga de los chicos de Cromañon (Los que nunca callaran) que sale del dolor. La murga es una expresión muy nuestra que la disfruta la gente con mucha libertad y hay que defender esa libertad sin transformarla necesariamente en algo profesional.
–¿Cómo funciona ese trabajo social?
–Está lleno de murgas que laburan el costado social. En La Plata están los Garabatos de la Aceitera, por ejemplo. Estuve en lugares donde la murga es el barrio y aglutinan esa actividad. Los Soñadores de Munro, los Reyes del Movimiento, Elegidos de Dios Momo, La gloriosa de Boedo, Los Herederos del mate (Chaco), son otras agrupaciones que tienen un perfil social. El pibe se mantiene ocupado ensayando y practicando los pasos, cantando, ocupándose por tener buena pilcha y las zapatillas bien y es un trabajo que dura todo el año porque la murga ya excedió los cuatro días locos. En el Palermo que olía a puchero y hoy huele a Channel los pibes a veces van a ensayar en patas. Yo bauticé a la murga como 'sentimiento de rabia y orgullo porteño que se baila'. Y con cada carnaval estoy más seguro de que es así". «
Un atuendo característico
La levita murguera es tradición de Buenos Aires pero, al igual que el baile, tiene origen en características que pocos conocen. “Al principio era de arpillera o de lo que sea y era la conjugación de un montón de costumbres de la gente a la que servían los afroargentinos. Muchos de ellos, incluso, adquirieron las costumbres de los patrones y siguieron viviendo en sus casas, por eso hubo muchos que tocaban el tambor pero otros tocaban el piano”. “El baile recibió influencias de la tarantela y nuestros tres saltos vienen de la escenificación de la rotura de la cadena de los pies y el temblequeo es el calambre de la milonga negra”. Por la parte musical, “el toque de nuestro candombe tiene que ver con el guariló, es un toque más a tierra que el uruguayo y es como la milonga candombe que se escuchaba en las orquestas. Mi apreciación es que se trata de nuestra conga, nuestra rumba”.
 
Fuente: Tiempo Argentino.

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