Roberto Gómez Bolaños, "Chespirito". Cómo pasó de una infancia infeliz a convirtirse en un ícono latinoamericano. El triángulo amoroso con Quico y Doña Florinda y su batalla legal con la Chilindrina.
Por Denise Tempone
El pequeño Roberto Gómez Bolaños sentía pavor. Pavor a los monstruos, a los "diablitos debajo de la cama", a la oscuridad, a los ruidos y hasta los duendes. Era chico, pero los enfrentaba. Los enfrentaba caminando por la casa con palos, buscándolos para terminar con ellos. De tan miedoso que era se había convertido en un "peleón" como respuesta maniática a esa conmoción interna. Primero peleó con los monstruos, luego, con sus compañeros de colegio, que se reían de su corta estatura. Ese ímpetu "camorrero" lo llevó a practicar boxeo y también a buscarse un protagonismo entre las chicas, mostrando que sabía hacer chistes, crear sketchs e inventarse historias que involucraran a todo el vecindario. Parecía duro, pero por dentro, estaba roto. Su padre, un "bon vivant" del México de los ’20, prestigioso ilustrador y retratista, había muerto cuando él tenía seis años, producto de una vida de excesos. Francisco había sido un mujeriego empedernido aficionado al ajenjo. "Recuerdo que cuando me dijeron que murió no lo creí. Me senté en la ventana a esperar que llegara. Estuve días sentado en la ventana, no podían moverme. Nunca llegó y empecé a entenderlo. Desde entonces siempre sueño que estamos hablando y él me interrumpe y apurado me dice que se tiene que ir. Y ya nunca más lo veo", confiesa hoy a sus 83 años con lágrimas en sus ojos.
Recuperado del shock inicial, del modo en que se puede recuperar un nene de seis años, insuficiente, Roberto aprendió de su madre Elsa a ser fuerte, una secretaria bilingüe que había logrado abrirse paso con tres chicos, a lo Frida Khalo: mujer poderosa, aun cuando el ultramachismo la quería condenar a la pasividad de su hogar y, por lo tanto, a la pobreza. "Ella fue mi inspiración y la razón por la cual no temía mostrarle al mundo que si quería, podía hacer mucho ruido", observa. Aún era muy chico para saberlo, pero ese impulso bravucón, picante, sería el leitmotiv que lo guiaría a través de su vida y su carrera, para dejar su marca en el mundo. El 21 de febrero Roberto o "Chespirito", como fue apodado por su estatura, cumplirá 83 años, como un homenaje a este ícono latinoamericano, ese mismo día, el canal de cable Bio estrenará su biografía, donde cuenta con su gracia innata las cosas buenas y no tan buenas que le tocó vivir.
Cambio de ruta. "Voy a ser arquitecto", concluyó un día en el que el sentido común le decía que lo mejor era aprovechar su habilidad para las matemáticas y los dibujos. Por culpa del aviso de un diario que buscaba gente que quisiera incursionar en la publicidad, esa carrera quedó inconclusa. "Llegué a la dirección del aviso y era una agencia de publicidad, de esas primeras que hubo. Vi que la cola para productores era demasiado larga, entonces me metí en la otra, en la de escritores. A decir verdad, no sabía la diferencia. Me preguntaron si podía escribir a máquina y dije que no recordaba bien porque hacía mucho que no lo hacía. No lo había hecho nunca, pero éramos tan pocos los que queríamos escribir que terminaron por tomarme", recuerda. Su primera mujer, Graciela Fernández, a quien había conocido en un baile del barrio recuerda lo que sucedió cuando consiguió el trabajo. "Escribía durante horas, se la pasaba doce horas escribiendo, intentando mejorar, aprender, estaba entusiasmado", y sus seis hijos se peleaban por espiarlo por la mirilla de la puerta para ver sus caras cuando tenía una ocurrencia. Durante esa época obtuvo sus mejores armas y se sirvió de ellas para hacer reír, primero a sus compañeros de agencia, luego a las personas que leían los avisos gráficos que armaba para promocionar productos intrascendentes y recién después, a millones.
Jugada del destino. Alguien pensó que en radio ese talento se luciría un poco más. Un micro cómico de 15 minutos de aire fue extendido a una hora completa. Sus situaciones desopilantes acaparaban a cada vez a más oyentes. Entonces, cuando nadie dudaba de que su cabeza era diferente, le propusieron que entrara a la televisión. Su innegable ductilidad no tardó en entender el nuevo código y así definió una fórmula que aún puede aplicarse hoy: "Tenía que haber menos diálogo y más acción, más gestos y menos palabras, más movimientos y muchos chistes. Velocidad". Trabajaba mucho, merecía el éxito y el destino hizo su parte el día que, en plena época de TV en vivo, faltó uno de los actores y tuvo que salir, como suele decirse, a "torear". Ese día quedó claro que no era sólo un guionista, que su agilidad de ex boxeador lo hacía ideal para caerse, saltar, girar al suelo y hacerle sentir a los televidentes una extraña mezcla entre admiración y lástima. Para ese entonces este hombrecito no sólo tenía la autoría de los dos programas más vistos de la televisión mexicana, también tenía el talento y la materia para crear clásicos. Un día, simplemente le dijeron: "Tenés el horario, hacé lo que quieras". Y entonces nació su personalidad pública: Chespirito, de la mano de sus múltiples creaciones, hoy memorables.
Síganme los buenos. "Si Superman es capaz de detener en vuelo en el espacio un asteroide que va a chocar con la Tierra, no es un héroe. Quien puede hacer eso puede hacer lo que quiera, puede enfrentarse al problema físico que quiera. Ése no es un héroe. Es una caricatura de un ser inexistente e imposible. El Chapulín, en cambio, es un ser humano que enfrenta todas las crisis, incluyendo el más humano de todos los problemas: el miedo", con esta claridad comenzó a definir el carácter de sus personajes. La idea ya no era solo hacer reír, había que decir algo. "El Chapulín siente un temor enorme, pavor a todo, pero lo vence. Derrota su miedo y ahí se convierte en héroe. No es héroe el que carece de miedo. Lo es quien lo siente, lo enfrenta y lo supera. En ocasiones, tiene que enfrentarse a poderes muy grandes y lo hace, pero no siempre gana, porque los seres humanos a veces ganan y a veces pierden", explicó. Y como a veces se gana y a veces se pierde, mientras su popularidad crecía con sus creaciones, su vida personal comenzaba a sufrir una crisis.
¿Qué bonita vecindad? Todo comenzó cuando, horror de los horrores, El Chavo se enamoró de Doña Florinda. Durante años fue una especie de secreto inviolable. Los directivos del Canal 8 sospechaban que la noticia podría interpretarse por el público, incapaz de separar la vida privada de la mediática, como una suerte de incesto público. Lo que sucedía detrás del set era diferente. Durante cinco años Roberto persiguió a Florinda Meza, quien era 20 años menor, por cielo y tierra, adelantándose a los lugares que frecuentaba dejando antes una flor, a escondidas de su mujer. El approach debía ser paulatino, sutil, según explica él. ‘‘Sí, con Florinda me costó un trabajo porque era yo su jefe. Se me revolvía el estómago de pensar que alguien podía sospechar que yo utilizaría esa situación para algo. ¡Hijo, es sangriento! Yo no podía hacerlo’’. Había otro problema, ella era la novia de Quico, encarnado por Carlos Villagrán, quien recuerda aún indignado, "Florinda era mi novia y Roberto me pidió que terminara la relación porque la cadena no veía bien los romances entre los artistas de una misma serie y corríamos peligro de ser expulsados. Después me enteré de que ellos tenían un amorío". Finalmente, Florinda cayó bajo los encantos de Roberto que decidió separarse de su mujer durante décadas para comenzar un romance que aún hoy da que hablar. Pero el conflicto con Quico no fue el único. María Antonieta Nieves, la Chilindrina, aún se ve envuelta en una batalla legal con él por la creación del personaje, ella asegura que debería tener parte de los derechos de propiedad intelectual por ser la mujer que encarnó e hizo a su medida durante los 25 años que duró el ciclo.
Los enredos del backstage de "El Chavo" aún hoy resultan demasiado traumáticos para las numerosas generaciones que se criaron mirándolos. Ellos eran los invitados a la casa de millones de chicos todos los días, en horas de la tarde. Llegaban solos. Hacían reír a todos. Entraban sin que nadie les abriera la puerta y se marchaban sin que doliera su ausencia. Hoy, esos "ex chicos" recuerdan a Roberto Gómez Bolaño, muchas veces sin saber su verdadero nombre, con un amor incondicional. Muchos de esos "ex chicos" hoy lo siguen a Roberto en la Web, o a su vez a través de sus hijos y hasta nietos. Él, a sus 83 años twittea a diario y hace twitcams para dialogar con ellos sobres las novedades en su vida y sus proyectos artísticos. Y sí, sube fotos de su Doña Florinda, pero de antes, de como era cuando se conocieron, nada actual, porque asegura: "Ella dice que está vieja y fea, aunque yo ni me enteré".
Recuperado del shock inicial, del modo en que se puede recuperar un nene de seis años, insuficiente, Roberto aprendió de su madre Elsa a ser fuerte, una secretaria bilingüe que había logrado abrirse paso con tres chicos, a lo Frida Khalo: mujer poderosa, aun cuando el ultramachismo la quería condenar a la pasividad de su hogar y, por lo tanto, a la pobreza. "Ella fue mi inspiración y la razón por la cual no temía mostrarle al mundo que si quería, podía hacer mucho ruido", observa. Aún era muy chico para saberlo, pero ese impulso bravucón, picante, sería el leitmotiv que lo guiaría a través de su vida y su carrera, para dejar su marca en el mundo. El 21 de febrero Roberto o "Chespirito", como fue apodado por su estatura, cumplirá 83 años, como un homenaje a este ícono latinoamericano, ese mismo día, el canal de cable Bio estrenará su biografía, donde cuenta con su gracia innata las cosas buenas y no tan buenas que le tocó vivir.
Cambio de ruta. "Voy a ser arquitecto", concluyó un día en el que el sentido común le decía que lo mejor era aprovechar su habilidad para las matemáticas y los dibujos. Por culpa del aviso de un diario que buscaba gente que quisiera incursionar en la publicidad, esa carrera quedó inconclusa. "Llegué a la dirección del aviso y era una agencia de publicidad, de esas primeras que hubo. Vi que la cola para productores era demasiado larga, entonces me metí en la otra, en la de escritores. A decir verdad, no sabía la diferencia. Me preguntaron si podía escribir a máquina y dije que no recordaba bien porque hacía mucho que no lo hacía. No lo había hecho nunca, pero éramos tan pocos los que queríamos escribir que terminaron por tomarme", recuerda. Su primera mujer, Graciela Fernández, a quien había conocido en un baile del barrio recuerda lo que sucedió cuando consiguió el trabajo. "Escribía durante horas, se la pasaba doce horas escribiendo, intentando mejorar, aprender, estaba entusiasmado", y sus seis hijos se peleaban por espiarlo por la mirilla de la puerta para ver sus caras cuando tenía una ocurrencia. Durante esa época obtuvo sus mejores armas y se sirvió de ellas para hacer reír, primero a sus compañeros de agencia, luego a las personas que leían los avisos gráficos que armaba para promocionar productos intrascendentes y recién después, a millones.
Jugada del destino. Alguien pensó que en radio ese talento se luciría un poco más. Un micro cómico de 15 minutos de aire fue extendido a una hora completa. Sus situaciones desopilantes acaparaban a cada vez a más oyentes. Entonces, cuando nadie dudaba de que su cabeza era diferente, le propusieron que entrara a la televisión. Su innegable ductilidad no tardó en entender el nuevo código y así definió una fórmula que aún puede aplicarse hoy: "Tenía que haber menos diálogo y más acción, más gestos y menos palabras, más movimientos y muchos chistes. Velocidad". Trabajaba mucho, merecía el éxito y el destino hizo su parte el día que, en plena época de TV en vivo, faltó uno de los actores y tuvo que salir, como suele decirse, a "torear". Ese día quedó claro que no era sólo un guionista, que su agilidad de ex boxeador lo hacía ideal para caerse, saltar, girar al suelo y hacerle sentir a los televidentes una extraña mezcla entre admiración y lástima. Para ese entonces este hombrecito no sólo tenía la autoría de los dos programas más vistos de la televisión mexicana, también tenía el talento y la materia para crear clásicos. Un día, simplemente le dijeron: "Tenés el horario, hacé lo que quieras". Y entonces nació su personalidad pública: Chespirito, de la mano de sus múltiples creaciones, hoy memorables.
Síganme los buenos. "Si Superman es capaz de detener en vuelo en el espacio un asteroide que va a chocar con la Tierra, no es un héroe. Quien puede hacer eso puede hacer lo que quiera, puede enfrentarse al problema físico que quiera. Ése no es un héroe. Es una caricatura de un ser inexistente e imposible. El Chapulín, en cambio, es un ser humano que enfrenta todas las crisis, incluyendo el más humano de todos los problemas: el miedo", con esta claridad comenzó a definir el carácter de sus personajes. La idea ya no era solo hacer reír, había que decir algo. "El Chapulín siente un temor enorme, pavor a todo, pero lo vence. Derrota su miedo y ahí se convierte en héroe. No es héroe el que carece de miedo. Lo es quien lo siente, lo enfrenta y lo supera. En ocasiones, tiene que enfrentarse a poderes muy grandes y lo hace, pero no siempre gana, porque los seres humanos a veces ganan y a veces pierden", explicó. Y como a veces se gana y a veces se pierde, mientras su popularidad crecía con sus creaciones, su vida personal comenzaba a sufrir una crisis.
¿Qué bonita vecindad? Todo comenzó cuando, horror de los horrores, El Chavo se enamoró de Doña Florinda. Durante años fue una especie de secreto inviolable. Los directivos del Canal 8 sospechaban que la noticia podría interpretarse por el público, incapaz de separar la vida privada de la mediática, como una suerte de incesto público. Lo que sucedía detrás del set era diferente. Durante cinco años Roberto persiguió a Florinda Meza, quien era 20 años menor, por cielo y tierra, adelantándose a los lugares que frecuentaba dejando antes una flor, a escondidas de su mujer. El approach debía ser paulatino, sutil, según explica él. ‘‘Sí, con Florinda me costó un trabajo porque era yo su jefe. Se me revolvía el estómago de pensar que alguien podía sospechar que yo utilizaría esa situación para algo. ¡Hijo, es sangriento! Yo no podía hacerlo’’. Había otro problema, ella era la novia de Quico, encarnado por Carlos Villagrán, quien recuerda aún indignado, "Florinda era mi novia y Roberto me pidió que terminara la relación porque la cadena no veía bien los romances entre los artistas de una misma serie y corríamos peligro de ser expulsados. Después me enteré de que ellos tenían un amorío". Finalmente, Florinda cayó bajo los encantos de Roberto que decidió separarse de su mujer durante décadas para comenzar un romance que aún hoy da que hablar. Pero el conflicto con Quico no fue el único. María Antonieta Nieves, la Chilindrina, aún se ve envuelta en una batalla legal con él por la creación del personaje, ella asegura que debería tener parte de los derechos de propiedad intelectual por ser la mujer que encarnó e hizo a su medida durante los 25 años que duró el ciclo.
Los enredos del backstage de "El Chavo" aún hoy resultan demasiado traumáticos para las numerosas generaciones que se criaron mirándolos. Ellos eran los invitados a la casa de millones de chicos todos los días, en horas de la tarde. Llegaban solos. Hacían reír a todos. Entraban sin que nadie les abriera la puerta y se marchaban sin que doliera su ausencia. Hoy, esos "ex chicos" recuerdan a Roberto Gómez Bolaño, muchas veces sin saber su verdadero nombre, con un amor incondicional. Muchos de esos "ex chicos" hoy lo siguen a Roberto en la Web, o a su vez a través de sus hijos y hasta nietos. Él, a sus 83 años twittea a diario y hace twitcams para dialogar con ellos sobres las novedades en su vida y sus proyectos artísticos. Y sí, sube fotos de su Doña Florinda, pero de antes, de como era cuando se conocieron, nada actual, porque asegura: "Ella dice que está vieja y fea, aunque yo ni me enteré".
Fuente: Diagonales.com
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