Andy Goldstein, fotógrafo. Recorrió 14 países de América latina para retratar asentamientos, para lo cual trabajó en conjunto con una ONG. De esa experiencia surgió un libro, Vivir en la Tierra. La estigmatización de la pobreza y los prejuicios de la clase media.
Por Leandro Filozof
Cada una de las imágenes obliga a detenerse, al menos, unos segundos. Si bien con cada vuelta de página se abre la puerta a una nueva familia y una nueva historia, hay una sensación de algo que se repite y se profundiza. Tal vez sea la repetición de la similitud de lo diferente o el diálogo que propone la sucesión de fotos que interpela a quien lo esté mirando a, por un instante, soltar el libro, no porque aburra o canse, sino porque pesa, duele.
Vivir en la Tierra es un libro de Andy Goldstein –fotógrafo profesional y fundador y director de la Escuela de Fotografía Creativa–, que cuenta: “Empezó con una experiencia muy similar a esta, es una continuación, con 25 años de procesos sociales, políticos, culturales y personales, con mi otro libro, Gente en su casa. Ahí trabajé con distintos grupos sociales y uno era un asentamiento cerca de Rosario. Me quedó la idea de desarrollar esa línea pero pensaba que tenía que ser en toda Latinoamérica, no podía ser sólo en la Argentina”. Pero para desarrollar el libro, Goldstein se enfrentaba con una barrera: “Uno no puede entrar así y decir ‘buen día’. Necesitaba encontrar un canal de acceso que sea conocido y tranquilizador para la gente de un determinado lugar. Ahí surgió la organización ‘Techo’ y me di cuenta de que esa era la llave de acceso”. Con ellos, Andy recorrió 14 países de Latinoamérica –Argentina, Perú, Brasil, Colombia, Honduras, Haití, Nicaragua, México, entre otros– y retrató distintos asentamientos en cada lugar que visitó. El trabajo duró dos años, con pausas, dice, que fueron necesarias para procesar las fotos pero también para asimilar lo que él sentía.
Mientras en una silla en su departamento, Goldstein posa para las fotos, cuenta el proceso de producción. Cómo realizaba una secuencia de fotografías que luego juntaba con un software especial. Que la familia elegía el lugar donde quería posar en la casa y que él lo único que hacía, a partir de ahí, era emplazar la cámara y pedirles que se quedaran unos segundos quietos para que la foto no saliera movida: “Les pedía colaboración a los voluntarios de Techo, para poder hacer el trabajo en conjunto con ellos; como conocían a las familias, les pedía que ellos conversaran, yo mientras escuchaba. Les preguntaban cosas para tratar de tener un dato de primera mano, datos que están en el libro. Por ejemplo, a una mujer que tenía una de las casillas más pobres y minúsculas de las que fotografié, le entraba agua, con una cantidad mínima de elementos. Ella vivía con sus dos hijos y decía que estaba haciendo muchos esfuerzos para dejar la casilla en condiciones para cuando se muriese, era la herencia que tenía para esos dos chicos que tenía abrazados”.
En el libro, algunos textos introducen, cuenta o analizan el proceso. En uno de ellos, Goldstein explica la elección del título: “Los nombres no son inocentes, y esta serie de fotos escogió para sí el de Vivir en la Tierra porque –entonces yo aún no lo sabía– desde cada uno de sus encuadres nos miran personas que viven en el planeta Tierra; en hogares con pisos de pobre y humilde tierra; que, desterradas de la sociedad del derroche, habitan sin derechos en una tierra que nos pertenece a todos confiando en que la Madre Tierra les proveerá”.
Durante el proceso, Andy cuenta que en la mayoría de los países la gente le decía que ir al asentamiento era ir al lugar más peligroso de la región: “Que no me metiera ahí”, pero que en realidad “son fantasías construidas por los bienpensantes de turno, que ubican el mal, el demonio y el diablo en los asentamientos como en los que estuve trabajando, siempre era el lugar más peligroso de todos. Y la verdad, no te voy a decir que no hay delincuencia y drogas, pero no me sentía, desde luego, más inseguro que caminando por la vereda del superhotel en medio de Bogotá”. Pero la exclusión y la violencia no están sólo arraigadas en los comentarios: “Me acuerdo de una de las fotos que fui a sacar, aunque sucedió en varios asentamientos, que íbamos con el coche, por una carretera que está muy cerca del centro de la capital y, de repente, me dicen ‘es acá’. Y paran el coche en el medio de la carretera, no había dónde parar y a los costados estaban las barandas de protección. No me quería bajar, los coches pasaban a altas velocidades, no paraban y era una curva peligrosísima. Me dijeron los chicos de Techo: ‘Viven acá, si querés hacer la foto nos tenemos que bajar’. Y me gritaron: ‘¡Dale, ahora!’ Entonces me bajé aterrado y fui a sacar la foto. Adentro la mujer de la familia contó que el marido murió atropellado ahí y un año después también el hijo mayor. Todo el asentamiento está hace años pidiendo que les pongan un puente al otro lado, que es donde hay un supermercado. Pero el gobierno ni loco les va a poner un puente para que pasen del otro lado, porque percibido desde la clase media y qué sé yo, creen que los invaden los pobres de la villa”.
Describir o narrar lo que muestran las imágenes sería redundante. Hablan por sí solas, cuentan muchas historias, pero también repiten una: “A tal punto que si uno mezcla las fotos es imposible saber de qué país son. Eso me impresionó, es que la pobreza es una sola”.
Fuente: Revista Veintitres
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