El documental El Garrafa, una película de fulbo recorre la vida de José Luis Sánchez, un futbolista que fue grande porque privilegió el placer de divertirse por sobre cualquier otra cosa.
Por Christian Rémoli
Una cámara casera llega hasta la cucheta de una pieza de una casa modesta en un barrio del conurbano bonaerense. Hay una persona tapada, que se despierta sobresaltada. Se baja de la cama y empieza a cambiarse, es José Luis Garrafa Sánchez todavía con pelo. Es el material inédito del comienzo del documental El Garrafa, una película de fulbo, dirigido por Sergio Mercurio.
El Loco. Dios pagano para algunos, buen jugador para otros, un vago para unos tantos, José Luis Sánchez fue un jugador de potrero que nunca llegó a metamorfosearse para camuflar su manera de sentir el juego aún siendo profesional. Contemporáneo a un fútbol marcado a fuego por las estrellas que brillan en el firmamento del marketing deportivo, donde los jugadores se suponen cracks mucho antes de serlo, inclusive donde hacen concesiones como las de cambiar de puesto para llegar a primera, la figura del ex número diez de Laferrère recupera un eslabón perdido entre quienes añoran a aquel Bochini y los que paladean este Riquelme.
“¿Quién es este viejo?”, le preguntó El Muñeco Gallardo a Ricardo Calabria cuando el ex árbitro dirigía El Porvenir. Según cuentan en el documental quienes presenciaron la práctica, Garrafa le había dado un baile interminable a la selección que dirigía Daniel Passarella antes del Mundial ’98. Es que con poco más de 25 años se estaba quedando pelado, y por su estirpe de crack parecía veterano. Además –y en esto su similitud con Bochini– no tenía ninguna característica física para ser crack: no era rápido, no tenía tranco largo, no pateaba de afuera, no era lindo, pero con la pelota en los pies, era difícil de igualar.
Es que Garrafa había sufrido antes de llegar a Primera una lesión en su rodilla derecha que –aseguran sus hermanos– le quitó velocidad, lo que a su vez le sacó movilidad y algo de arranque. En el docu, se advierte a las claras las zonas que mejor manejaba y que más cómodas le quedaban, a pesar de la lesión. Por ejemplo, cuando agarraba la pelota entrando al área grande, pegado a la raya de fondo, era muy difícil robársela. En línea con esto, se puede advertir una cuestión que fue enmarcada como una catástrofe de buena parte a este tiempo, el gusto que tienen este tipo de jugadores de gambetear por gambetear. No está claro por qué la gambeta debe ser solamente utilitaria. Se escucha: “Debe ser para adelante, si no es fulbito”. Pues bien, el señor Sánchez fue el último gambeteador por gusto en el fútbol argentino y acaso en el fútbol mundial. Lo que lo reivindica. Eso de pasar una vez a un jugador y esperarlo para volverlo a pasar, o de sacar a pasear a un arquero por el sólo hecho de verlo gatear en el área, es una actitud irresponsable para los que hicieron del fútbol algo rentable antes que algo lindo.
“¿Quién es este viejo?”, le preguntó El Muñeco Gallardo a Ricardo Calabria cuando el ex árbitro dirigía El Porvenir. Según cuentan en el documental quienes presenciaron la práctica, Garrafa le había dado un baile interminable a la selección que dirigía Daniel Passarella antes del Mundial ’98. Es que con poco más de 25 años se estaba quedando pelado, y por su estirpe de crack parecía veterano. Además –y en esto su similitud con Bochini– no tenía ninguna característica física para ser crack: no era rápido, no tenía tranco largo, no pateaba de afuera, no era lindo, pero con la pelota en los pies, era difícil de igualar.
Es que Garrafa había sufrido antes de llegar a Primera una lesión en su rodilla derecha que –aseguran sus hermanos– le quitó velocidad, lo que a su vez le sacó movilidad y algo de arranque. En el docu, se advierte a las claras las zonas que mejor manejaba y que más cómodas le quedaban, a pesar de la lesión. Por ejemplo, cuando agarraba la pelota entrando al área grande, pegado a la raya de fondo, era muy difícil robársela. En línea con esto, se puede advertir una cuestión que fue enmarcada como una catástrofe de buena parte a este tiempo, el gusto que tienen este tipo de jugadores de gambetear por gambetear. No está claro por qué la gambeta debe ser solamente utilitaria. Se escucha: “Debe ser para adelante, si no es fulbito”. Pues bien, el señor Sánchez fue el último gambeteador por gusto en el fútbol argentino y acaso en el fútbol mundial. Lo que lo reivindica. Eso de pasar una vez a un jugador y esperarlo para volverlo a pasar, o de sacar a pasear a un arquero por el sólo hecho de verlo gatear en el área, es una actitud irresponsable para los que hicieron del fútbol algo rentable antes que algo lindo.
Nostalgia. Del otro lado, están los admiradores de Garrafa, aquellos que extrañan escuchar los partidos por radio, comer maní en la cancha, los campeonatos largos, sacar la silla en el verano a la calle para tomar mate. Extrañan esa vida de cuando el tiempo pasaba más lento, la pelota corría más y los jugadores menos; días en que los campitos estallaban de pibitos sedientos por jugar hasta la puesta del sol y no querían ser como Cristiano Ronaldo, más bien querían parecerse a ídolos de carne y hueso.
El Garrafa, una película de fulbo rescata ese espíritu, ese sello de crack barrial, que en la peli sale de su casa, no en un descapotable, sino en un Fiat Uno usado, con un amigo de toda la vida. El mismo que largó todo y volvió de Uruguay en 2000 porque su padre padecía una enfermedad terminal, el que pateaba penales por dinero, el que gozaba con jugar a las bochas con los viejos de su barrio, el loco que andaba a 200 por hora en su moto y no era capaz de recibir un papel del psicólogo del equipo de El Porvenir porque le decía al profesional que “era una mentira caminando”, y luego se lo pedía cuando se habían ido todos sus compañeros. Un día le dijo al profesional: “¿Sabés por qué no largo la pelota? Porque tengo miedo de que no me la devuelvan”.
Este documental, estrenado en la cancha de Banfield, Laferrère, El Porvenir y en TyC Sports, hace justicia con Garrafa y con buena parte de futboleros que creen sencillamente que al fútbol también se puede jugarlo sólo por el placer de hacerlo.
El Garrafa, una película de fulbo rescata ese espíritu, ese sello de crack barrial, que en la peli sale de su casa, no en un descapotable, sino en un Fiat Uno usado, con un amigo de toda la vida. El mismo que largó todo y volvió de Uruguay en 2000 porque su padre padecía una enfermedad terminal, el que pateaba penales por dinero, el que gozaba con jugar a las bochas con los viejos de su barrio, el loco que andaba a 200 por hora en su moto y no era capaz de recibir un papel del psicólogo del equipo de El Porvenir porque le decía al profesional que “era una mentira caminando”, y luego se lo pedía cuando se habían ido todos sus compañeros. Un día le dijo al profesional: “¿Sabés por qué no largo la pelota? Porque tengo miedo de que no me la devuelvan”.
Este documental, estrenado en la cancha de Banfield, Laferrère, El Porvenir y en TyC Sports, hace justicia con Garrafa y con buena parte de futboleros que creen sencillamente que al fútbol también se puede jugarlo sólo por el placer de hacerlo.
Fuente: Miradas al Sur
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