Entrevista a Pepe Di Paola, Willy Torres y Gustavo Carrara, curas villeros. "El paco y el abandono del secundario van de la mano”. “La villa no es símbolo
sino víctima de narcotráfico”. “Necesitamos crear líderes positivos”.“Deberíamos
mirar con tristeza en lugar de venganza”. “Son los pobres los que más sufren la
violencia”.
INVESTIGACIÓN: J L / Luciana Geuna / Jesica Bossi
Señor, perdóname por haberme acostumbrado a ver que los chicos, que parecen tener ocho años, tengan trece.Señor, perdóname por haberme acostumbrado a chapotear por el barro; yo me puedo ir, ellos no.Señor, perdóname por haber aprendido a soportar el olor de las aguas servidas de las que me puedo ir y ellos no.Señor, perdóname por encender la luz y olvidarme de que ellos no pueden hacerlo.Señor, yo puedo hacer huelga de hambre y ellos no: porque nadie hace huelga con su hambre.Señor, perdóname por decirles no sólo del pan vive el hombre y no luchar con todo para que rescaten su pan.Señor, quiero quererlos por ellos y no por mí. Ayúdame.Señor, sueño con morir por ellos: ayúdame a vivir para ellos.Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz. Ayúdame.Oración del padre Mugica, “Meditación en la villa”.
La gente se droga porque le duele el
mundo. Cada dolor es distinto, como cada mundo lo es: la señora de clase media
se droga con Lexotanil; el broker con cocaína, dinero fácil o anabólicos; el
político con el poder; la chica de la disco con speed y bicho; los abuelitos con
Viagra y licor; los niños con televisión y video games; casi todos con alcohol;
todos con café, y en las villas con paco. Los dolores son de distinta
intensidad, pero duelen sonando en la misma nota: el vacío, la angustia, la
soledad, el futuro. Las drogas son como las vacunas: inoculan veneno hasta que
después no hacen nada. En la noche eso se llama “shot”. Ese microsegundo,
durante el shot, el mundo desaparece. Y deja de doler. Lo demás es una cacería
hasta el próximo shot. El paco ha hecho verdadera la peor pesadilla de los que
lucran con los tratamientos de desintoxicación: te quema la cabeza. Te quema la
cabeza, mal. Y rápido. Te taladra el cerebro como ninguna otra cosa. El paco es
pasta base, restos, lo que queda de la basura después de barrer con cuidado, la
sub-basura, mezclada con acetona, vidrio molido, fructosa y mierda. Dicen que la
patada es fuerte, pero mínima: dedos en el enchufe. Y el adicto se declara tal
en una semana o dos. Según el Observatorio de Drogas del gobierno porteño, diez
chicos por día son internados en esta ciudad por intoxicación con paco. Según la
Red de Madres contra el Paco, sólo en Lomas de Zamora hay cuatrocientos chicos
internados en rehabilitación, con un promedio de cuatro por día. Y entre ocho y
diez mueren cada semana por sobredosis. El paco arrasa las villas, el 5,7% de la
población de Buenos Aires, 170.397 personas con una edad promedio de 24 años y
de los cuales cuatro de cada diez son niños menores de diez años. Está más
vinculada con el paco la deserción escolar que el delito: muchos adolescentes
que dejan el secundario terminan en el paco y sólo el 6% del total de los
delitos son cometidos por menores. El “Mensaje de los sacerdotes para las villas
de emergencia”, conocido el pasado 25 de marzo, tuvo una repercusión inusual:
comenzó como un documento interno para “Noticlero”, una especie de correo
electrónico intercuras, y terminó en la tapa de los diarios a partir de que
algunos de sus autores fueron amenazados por el narcotráfico. “JP” es José María
“Pepe” Di Paola, que vive hace trece años en la villa 21, tiene pelo largo, un
poco desaliñado y aspecto de apóstol de una película de romanos. “GC” es un
vecino reciente de la villa 1-11-14, adonde llegó desde Villa Fátima, en
Soldati. Es alto y delgado, lleva gafas de Lennon o de abuelito y parece un
investigador del Conicet. Cuando recuerdan al padre Ricciardelli, o a Mugica, o
a Vernazza, o a Daniel de la Sierra, dicen sentirse parados en las espaldas del
gigante. “GT” lleva diez años en la villa 31, aquella de las casas de varios
pisos, es retacón y bien podría pasar por un cura del bosque de Sherwood
esperando la llegada de Robin Hood. Los tres pelean esta pelea del lado de Dios.
–¿Cuándo fue la primera vez que viste a un chico consumiendo paco? JP:
–No me acuerdo, pero si miro para atrás, la villa en un momento hace un crac por
el paco. Habrá sido alrededor de 2001.
–¿Cómo te diste cuenta? ¿Qué
veías? JP: –Lo que vi fue un grado de adicción mucho más grande, menos
autocontrol. GC: –“Esto es revicioso, padre”, es lo que te dicen. “La otra droga
era distinta”. JP: –Y ves cómo rompe la familia, la madre pierde todo porque el
hijo le vende lo que tiene. Es un drama familiar que se produce en torno de la
vida del chico. Hay muchos chicos “en situación de pasillo”, como decimos ahora,
no de calle, que ni siquiera son del barrio. Por ahí dejaron su casa en el Gran
Buenos Aires, tomaron un tren, se bajaron donde pudieron y organizan su vida y
su ranchada.
–¿Y dónde duermen? JP: –En las calles. No todos
los chicos de la calle, cuando uno los ve en la villa, tiene que pensar que son
de ahí, que nacieron ahí. Para nuestro trabajo, es una diferencia. Un pibe del
barrio tiene algún vínculo con la capilla: o tomó la comunión, o jugó al fútbol
en el patio de la parroquia, o conocemos a la familia. Entonces, resulta más
fácil darle una mano. En cambio, el pibe que no es del barrio nos es más difícil
de ayudar, no tiene ningún vínculo anterior.
–Uno a veces escucha a los
padres diciendo que no pueden manejar a los pibes. Es el argumento típico de los
padres de chicos con problemas. GC: –Y más cuando son adictos. Una
madre me dijo el otro día que mientras encuentra lugar para ponerlo en
tratamiento, trató de retenerlo. Y el hijo se tiró del segundo piso. La
compulsión por consumir hace que, por ejemplo, lo encierren y el chico rompa
todo, busque salir.
–¿El tratamiento compulsivo sirve para algo si el
chico no está convencido? GC: –Nosotros siempre apelamos a la libertad.
Me parece que el tratamiento compulsivo dura lo que dura el encierro… JP: –En
algunos casos, puede servir. Tenemos casos extremos, cuando el pibe está a punto
de hacer cualquier cosa, cuando peligra su vida, cuando son muy chicos –de 14,
15 años– y no podés esperar a que sea mayor de edad. En esos casos, tiene que
intervenir el Estado como protección. Como sería en el caso de una persona que
intentó suicidarse varias veces, un cuidado de la sociedad adulta. Ahora, si es
sólo encerrarlos para que no molesten, es otra cosa.
–¿Los dealers viven en la villa? GC: (Silencio) –Los que venden
viven en la villa, viven ahí; los dealers chicos y los narcos viven acá a la
vuelta. (Se refiere a Retiro. Risas). JP: –Es difícil, lo que podemos afirmar es
que la villa no es símbolo de narcotráfico. Estamos todo el día con casos de
pibes, ayudando, organizando campamentos, actividades, centrando la mirada en
algo positivo. Y dejamos esos temas para otros. GC: –Claro, nuestra mirada no
es la del servicio de inteligencia. JP: –Además, ponemos todo el énfasis en
esto. Por ejemplo, ayudar a dos familias te puede llevar todo el día. Es uno por
uno. Nosotros tenemos un pequeño grupo que es una especie de centro de atención
de día, una granjita hecha por los hombres de la villa donde hay ocho chicos en
proceso de desintoxicación, y vamos a ver cómo nos va con una casa de medio
camino dentro del barrio. A ver si les podemos aportar algo antes de que vuelvan
a su casa para que tengan proyectos de vida. Es muy difícil, recién estamos
iniciándonos, con mucho para aprender, pero lo lindo es que la comunidad se
metió en esto. El lema es “cuidemos a nuestros pibes”.
–¿Por qué creen
que los chicos se drogan? GC: –La adicción, en el fondo, es una
enfermedad espiritual. No me refiero a que vayan a misa o no (risas).
–Están reclutando… GC: –No, no, no. JP: –No somos la Iglesia
Universal (risas). GC: –La adicción tiene un componente psicológico, biológico,
pero también espiritual. Me refiero a encontrarle sentido a la vida, para qué
vivo, hacia dónde voy. El horizonte en la villa se acorta, no hay posibilidad de
estudiar, de conseguir un laburo, un lugar donde recrearse. Estamos iniciando en
la capilla lo que se llama “el patio de la Virgen”. Uno de los curas que lo está
coordinando se asombraba de cómo los chicos se habían enganchado con los juegos
de mesa medio rotos, rompecabezas incompletos. Pero los chicos estuvieron ahí
tres horas jugando. A veces son cosas muy elementales y básicas. También la
identificación, todos crecemos mirando a alguien, por lo menos a mí me pasó. Por
eso, tratamos de generar en nuestros barrios (esto Pepe lo ha trabajado) líderes
positivos. Que el pibe vea a un joven más grande que lo lleva de campamento, que
hace cosas, y no que sólo tenga presente al que afanó más, al matón. Son cosas
muy elementales. GT: –El otro día, en misa, apareció un pibe que estuvo
internado y se está recuperando muy bien; lo empezaron a dejar salir los fines
de semana. La mamá, una mujer grande, lo trajo a la misa. Nosotros no podíamos
creer lo bien que estaba. Se me ocurrió decir al final de la misa: “¿Se acuerdan
de Matías? Bueno, ahí está”. La gente se quedó helada. “Y vos, ¿qué le dirías a
la gente”, le dije yo. “Que se puede”. Dio su testimonio, estaban todos
llorando, y fue como una inyección de ánimo para los que están desesperados. GC:
–Además mandamos el mensaje (y creo que el chico lo capta) de que existe. Un
pibe de 16 años y mucho consumo me dijo en un momento: “Pero, padre, ¿usted no
tiene algo más importante que hacer que hablar conmigo?”. Eso me quedó, porque
es eso mismo lo que buscamos transmitir: “Sos valioso, sos importante”.
–Y con el colegio ¿qué pasa? JP: –Una de las causas que puede
incidir mucho en el consumo de paco es la deserción escolar a nivel del
secundario, es decir, preadolescencia o adolescencia. El chico que deserta es un
candidato, un caldo de cultivo. Tenemos muchos docentes que van a esos barrios
porque tienen un compromiso social fuerte con los pibes. Pero hace falta un
compromiso de todos, por eso apelamos al mundo adulto. Si tenés un club cerca de
la villa, tenés que tener responsabilidad con ese lugar; si tenés una parroquia,
lo mismo. No se trata de tirarle el fardo al otro. Éste no es sólo un problema
de los chicos, sino un problema nuestro. Cuando un chico está en horario de
clase en la calle, hay un montón de gente que lo ve: maestros, policía, el que
le vende café. Ninguno de los grandes nos hacemos cargo. Es muy probable que si
el chico está mal, la familia también lo esté, son cosas que van juntas. JP: –La
sociedad argentina debería mirar con tristeza a los chicos que están con el paco
o problemas de violencia. Tristeza en lugar de venganza. Es como si fuera un
hijo o un nieto. Hay que discutir cómo mejoramos nosotros, los grandes.
–Hacia la gente de la villa, ¿hay prejuicio? ¿Se los
estigmatiza? GT: –Hay prejuicio, pero creo que no por maldad, sino por
desconocimiento. Por eso decimos (y más a los funcionarios) que vengan, caminen,
conozcan el barrio. Que vean lo que hacen, las calles que arreglan los vecinos,
cómo hicieron las cloacas, todas las mañanas los miles de chicos yendo al
colegio. Esto es un barrio obrero, no una villa miseria. Es un barrio construido
por la gente, con su propio esfuerzo, que labura en la semana y los sábado y
domingos están poniendo ladrillitos para mejorar la casa.
–¿Cómo es la
relación de la gente de la villa con la violencia? ¿La toleran? ¿Se callan la
boca? ¿La comparten? GT: –La sufren. –Ustedes podrían estar en
un lugar más cómodo, vivir mejor, trabajar menos o de otra manera. ¿No hay
momentos en los que se cansan y tienen ganas de mandar todo a la mierda, pedir
un cambio a una parroquia de Tagle y Figueroa Alcorta y bautizar a bebés
rubios? JP: (Risas) –Hay muchos rubios en la villa… La verdad es que
estamos contentos, no estamos castigados. GT: –Algunos preguntan, ¿qué hiciste
que te mandaron ahí? JP: –Al contrario, estamos a gusto. Además, son barriadas
permanentemente creativas, hay que buscar caminos, cambian los desafíos y la
gente es muy participativa. Acompañar esto… se te pasa volando. Se me pasa muy
rápido el tiempo en la 21, hay mucho para hacer. Ya con que agarremos este tema
de la droga: ¿cómo hacemos para recuperar a estos pibes?
–¿Se pueden
recuperar? JP: –Hay que poner muchas fichas. Pero por la experiencia,
sabemos que con mucha ayuda, compañía y seguimiento hay chicos que han salido.
GC: –Además, independientemente del resultado (el ideal de uno es que se
recuperen, estudien, tengan trabajo, una familia, que sean felices en la vida),
empezás a valorar las pequeñas cosas, cuando te dicen: “Padre, por primera vez
alguien se ocupó de mí”. Son pequeños logros, qué sé yo. GT: –Exacto, si no,
preguntale a Pepe. (Fue una ironía por la amenaza, todos se ríen.) GC: –El humor
hace bien. Lo que decía es que las pequeñas cosas son importantes, como decirle
a una persona que vale la pena intentarlo. JP: –Cuando uno hace una evaluación,
es como en el deporte, la diferencia entre estar cansado por no hacer nada o por
haber jugado un partido de fútbol. Es un cansancio lindo. Creo que esto igual.
Tal vez llega un momento en que te saturás porque tuviste problema tras
problema, y en un día no solucionaste nada. Éxito cero. Pero te vas a dormir
pensando “bueno, traté de darle una mano a toda esta gente”, y en ese dar,
compartir el esfuerzo, uno se va contento a dormir. GC: –Señalaría dos cosas
también. Que uno se contagia de la misma gente, no es que las capillas solas
hacen cosas. Hay mucha gente que levanta comedores, da apoyo escolar, las
señoras se reúnen a coser, el mismo barrio tiene una dinámica de querer
progresar.
–¿Qué aprendieron estando en la villa? GC: –Un montón. Uno como
cura crece en la fe a partir de la fe de la gente. La vida de uno se va
enriqueciendo. Es más lo que uno recibe que lo que puede dar. La villa tiene
muchas cosas dolorosas: la droga, la violencia, las armas, pero en sustancia es
un clima de familia, todos se conocen y hay un cariño desmedido por momentos.
JP: –Otra cosa también es la fortaleza frente a la adversidad. Es gente curtida.
Tendrán grandes problemas, a lo mejor dejaron su familia en otro país, acá no se
les hizo nada fácil, les mataron a un pariente; sin embargo, enfrentan los
problemas en forma permanente, con fe y solidaridad a la vez. No se fijan sólo
en su problema, sino en el que tiene el de al lado. GT: –Cuando muere un
vecino, se mueven todos. El funeral, la cochería, es un dineral. Sale como dos
mil pesos. Entonces, buscan servicios más baratos y la plata la ponen los
vecinos. Golpean la puerta, casa por casa, dicen “falleció tal, cuánto querés
aportar”, y así se hace. La fe la viven encarnada en la realidad, y tienen
fortaleza. Pero no es que a ellos no les pasó nada, quizá tienen dolores muy
grandes, pero sobrellevan eso fijándose en el otro. GC: –En la villa, hay un
espíritu de fiesta permanente. GT: –Por eso, podemos estar cansados, rajarnos
tres días a descansar, pero realmente estamos muy contentos. Siempre decimos que
es un privilegio estar en la villa. GC: –En eso es muy sabia la oración del
padre Mugica: “Perdón por haberme acostumbrado, yo me puedo ir y ellos no”.
Fuente. Diario Critica
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