sábado, 5 de junio de 2010

EL MURO DE LA MEDIA LUNA


La estrategia de la nueva derecha boliviana para cercar a Evo. El Oriente próspero le dio la espalda a la nueva Constitución. El reclamo de un nuevo pacto que les dé autonomía política y económica. Sus planes para evitar otros cinco años de gobierno para Morales.


Por Alfredo Grieco y Bavio

Cuando millones de bolivianos fueron a dormir en la noche del domingo con el dedo índice marcado con tinta púrpura indeleble, ya habían dado un Sí rotundo a la primera Constitución Política del Estado (CPE), de América Latina que procura en su articulado revertir 500 años de sometimiento político y económico de las poblaciones originarias a los descendientes de los conquistadores de 1492. Con al menos el 60 por ciento de los votos, el presidente Evo Morales Ayma, electo en 2005 con el 54 por ciento y ratificado en el 2008 con el 67 por ciento, obtuvo un nuevo éxito político. Sin embargo, como ocurre desde hace una década en Bolivia, los resultados no estaban distribuidos parejamente en los nueve departamentos que integran el territorio nacional. Si Evo triunfa en las frías tierras altas de Occidente, donde la población en su mayoría india es quechua o aymara hablante, en las tierras bajas de Oriente, que concentran la riqueza agropecuaria, petrolera y gasífera, los resultados se invierten y el No resultó victorioso. Esta oposición regional, asentada en los cuatro departamentos que forman la llamada Media Luna, reclamó un pacto social. La respuesta del oficialismo fue nítida: sólo se pactará la aplicación de la CPE votada. Entretanto, desde el Palacio Quemado, sede del gobierno en La Paz, ya preparan la campaña para las elecciones del 6 de diciembre de 2009, que asegurarán un Evo presidente por cinco años.

En contra de la violencia social que auguró y practicó el secesionismo o regionalismo blanco de Oriente, junto con la Constitución quedó ratificada la opción de la ciudadanía por las soluciones electorales: el referendo alcanzó una participación cercana al 85 por ciento, que reproduce los niveles que se han registrado desde diciembre de 2005. Los resultados demuestran la fortaleza de la base electoral del gobernante Movimiento al Socialismo (MAS), pero también los límites que ha encontrado al desplegarse su proyecto político. El análisis inmediato de los números electorales informa que si Evo gana a nivel del país, llegando incluso al 100 por ciento de los votos en algunas comunidades, no logra imponerse en el próspero departamento de Santa Cruz, ni en sus aliados o “provincias”, los amazónicos Beni y Pando y el más independiente y chaqueño Tarija.

Además de ratificar o no la Constitución de 2007, los bolivianos debían dirimir una cuestión vinculada con la reforma agraria que esta nueva Carta Magna promete. Debían definir el latifundio, decidir si bastaban cinco o diez mil hectáreas para tener uno. Parece innecesario aclarar que los bolivianos votaron la primera opción. La tenencia de la tierra es clave en la política del gobierno en Oriente, donde muchos latifundios hoy improductivos fueron concedidos como prebendas políticas durante la dictadura del cruceño Hugo Banzer Suárez a un elegido grupo de amigos y vasallos.
La campaña por el referendo Constitucional y Dirimitorio no llegó a romper el récord de ser la más sucia en la mugrienta historia electoral boliviana. Sin embargo, los ataques de la oposición oriental escalaron cumbres nuevas. La Biblia y la nueva Constitución fueron contrapuestas: vote por el Dios blanco o por el diablo indio. También amenazaron con que se destruiría la propiedad privada y se denegaría el derecho a la herencia para quien tuviese más de una casa, a pesar de que artículos constitucionales se anticipaban minuciosamente a estos ataques y establecían lo contrario. Los argumentos de la oposición hacían caso omiso de los cambios negociados en el Congreso en 2008 y planteaban enfáticamente que los sectores indígenas gozarían de privilegios sobre los mestizos y blancos.

La oposición entre Oriente y Occidente se reproduce, en el interior del altiplano, en la oposición entre las clases medias de La Paz o Cochabamba o Sucre, que toman capuchinos, estudian Ciencias Sociales, y ven tronchadas sus carreras de consultores por un gobierno que poco los consulta, y el interior rural, que se desayuna con caldo de cabeza de cordero. La nueva derecha es en Bolivia regionalista antes que partidaria. No existe una formación que pueda erigirse como representante de sus intereses, y los viejos partidos de derecha, herederos de la Revolución de 1952, o aun del banzerismo, son más afines a un diálogo menos inauténtico con el gobierno, y están menos dispuestos a defender al prefecto Rubén Costas, a las logias cruceñas, o al gran latifundista de padres croatas Branco Marinkovic.

A la oposición le conviene impedir que los acontecimientos sigan el curso pautado por la gran votación del domingo. En las elecciones nacionales, la derecha regional, con su pie en las clases urbanas de Occidente, sería derrotada por el partido de gobierno. Dicen que Mario Cossío, de Tarija, el más moderado entre los prefectos de la Media Luna, pactó con Santa Cruz votar el No a la CPE a cambio de ser candidato único para las presidenciales. En todo caso, hay que ver cómo se respeta este pacto, si existió. Un voto disgregado por la derecha, y aun por la izquierda –porque se presentará solo el dirigente aymara Felipe Quispe, ex aliado de Evo– haría que el partido del gobierno conserve en diciembre al menos ese 50 por ciento de los votos que le asegurará cinco años para continuar una obra que las trabas constitucionales le impedían llevar a buen término.

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