La ONU asegura que en el mundo hay unos 150 millones de "niños de la calle", viviendo en la mendicidad, víctimas muchas veces de la droga y la prostitución: un mal conocido y en ascenso. Ninguna región del orbe está exenta del drama diario de los menores abandonados a su suerte. Para el año 2020 podrían llegar a 800 millones, alertan los expertos.
Por María Julia Mayoral. *
Pese a compromisos internacionales, legislaciones específicas y a la labor de diversas instituciones, incluidas organizaciones no gubernamentales, el problema se agrava, y los niños de la calle constituyen uno de los rostros más visibles del conflicto. Diversos proyectos gubernamentales responden con frecuencia a esquemas aislados de protección a la infancia en extrema pobreza o a decisiones de asistencia directa mediante la entrega de comida, ropa, medicamentos u otros bienes de supervivencia. Pocas veces aparecen visiones integradoras que planteen cambiar el status quo generador y reproductor de la exclusión social. Nada avala que pueda haber mejorías sensibles si la humanidad continúa sometida a la lógica del capital; sólo por los canales financieros y comerciales los países ricos trasladan con fuerza los impactos de la presente crisis a las naciones subdesarrolladas.
De acuerdo con estudios internacionales, dentro del Tercer Mundo van en picada las inversiones extranjeras directas y la entrada de remesas, mientras continúa la transferencia neta de recursos al Norte desarrollado por medio de los pagos de la deuda externa. A causa de la crisis y condicionados por los entes financieros internacionales, muchos gobiernos tienen hoy las arcas mermadas y acuden a recortes en los presupuestos, entre ellos los dedicados a aliviar problemas sociales de larga data. Instituciones no gubernamentales que trabajan en el rescate de menores y adolescentes de la calle tampoco exhiben una situación favorable; enfrentan la falta de solvencia financiera para continuar sus programas. Vistas esas condiciones en conjunto, ¿cómo esperar mejor destino para los niños de la calle? A priori podría pensarse que el conflicto radica en la falta absoluta de recursos, pero la realidad ilustra lo contrario; solamente en 2008 los gastos mundiales en armamentos militares crecieron un cuatro por ciento, al elevarse las erogaciones a 1,46 billones de dólares. En su informe sobre el tema, el Instituto Internacional de Estudios para La Paz también alertó que la cifra equivale al 2,4 por ciento del Producto Interno Bruto en el planeta (217 dólares por cada habitante).
Mientras tanto, sigue creciendo de manera exponencial el número de personas con menos de un dólar diario para su sustento. Estadistas como el líder cubano Fidel Castro aseguran que el cobro de una tasa de apenas el uno por ciento a las operaciones especulativas en el planeta bastaría para financiar el desarrollo de todo el Tercer Mundo. Para UNICEF, "la continuada marginación económica y social de los más pobres esta privando a un número creciente de niños y niñas del tipo de infancia que les permitiría convertirse en parte de las soluciones de mañana en vez de pasar a engrosar los problemas". Cambios en América Latina durante los años más recientes indican la posibilidad de proveer bienestar a los más humildes a partir de afianzar el papel del Estado, renacionalizar recursos naturales en función de los intereses del país y diseñar políticas de beneficio social con participación ciudadana. Reconocida internacionalmente por instituciones como UNICEF, la experiencia cubana en la atención a la infancia ofrece referentes a tener en cuenta. Con la desaparición del campo socialista y la Unión Soviética, la nación caribeña perdió más del 70 por ciento de sus importaciones; la población padeció disímiles penurias, pero ningún niño fue lanzado a vivir en la calle.
No hay fórmulas prediseñadas para lograr soluciones, cada nación podría tener las suyas propias; pero el drama de los niños de la calle invita a observar con mirada crítica la lógica del capital, porque duele tanto desamparo durante tanto tiempo.
* reconocida periodista cubana.
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