PorFabián Bosoer
Son más apasionantes y verosímiles los sucesos extraordinarios que las biografías de quienes hicieron la historia. No hubo “grandes hombres” sino personas a quienes les tocó protagonizar grandes momentos. Y esos grandes momentos, como los que inauguraron la historia de nuestra nación, no fueron resultado inevitable de la voluntad de un grupo de hombres esclarecidos ni el triunfo del bando de “los buenos” sobre el bando “de los malos” sino la consecuencia de una multiplicidad de situaciones contradictorias y contingencias inesperadas, en las cuales se abrieron camino experiencias nuevas.
Así prefiere entender y explicar el pasado Ricardo De Titto, autor de numerosos libros de historia argentina, director de la colección Claves del Bicentenario y compilador de los textos de los catorce volúmenes de la serie Pensamiento político argentino (El Ateneo). También autor del reciente “Hombres de Mayo” (Norma), De Titto es un interlocutor apropiado para hacer un primer balance de las celebraciones de la revolución de 1810, doscientos años más tarde.
¿Con qué rasgos característicos de continuidades y cambios nos encuentra la política argentina en este Bicentenario? Creo que estamos en un período de replanteo profundo de la estructura económica y política del país. Sin embargo, en el discurso circulante hay una continuidad que es de lamentar, que es la presentación de la realidad en niveles de polarización extrema que nos hace recordar a viejas dicotomías como la de federales y unitarios, morenistas y antimorenistas, peronistas y antiperonistas. Dicotomías que, por lo general, de tanto simplificar la realidad se convierten en falsas, no explican bien nuestra historia ni ayudan a nuestra vida política. Expresan rasgos de continuidad que son representativos de expresiones tradicionales que persisten; poco republicanas y escasamente democráticas. Pero esta polarización aparece como forzada frente a una gran parte de la población que no se siente representada ni reflejada ni atraída por esas contradicciones y modos de agrupar a las grandes identidades y corrientes políticas.
¿Es posible traspolar los debates de los siglos XIX y XX a la realidad actual de la Argentina? Bueno, se suele decir que la lucha por la historia es una lucha por la política. Y lamentablemente en la Argentina esto se ha instalado casi como un modus operandi. Para criticar la historiografía liberal de Mitre nació el revisionismo y acuñó un modelo muy similar sólo que cambiando las dicotomías: quienes eran buenos para unos pasaban a ser malos para los otros, pero en un sentido concreto fue nada más que un cambio de figuritas. Los malos de antes pasaban a ser buenos y viceversa. Rosas, por ejemplo, que cuando yo era joven era mostrado como un tirano oscurantista y sanguinario en la historia escolar, y luego Mitre o Roca, condenado por llevar sobre sus espaldas la responsabilidad de la Conquista del Desierto, cosa que además es completamente exagerada, porque fue precisamente Rosas quien inició estas campañas. Traer esos estereotipos a la realidad presente es generar esta idea maniquea de lo bueno y lo malo. Y este esquema es falso. La realidad es muchísimo más compleja, está llena de grises, además de trasladar un esquema que en realidad sólo rige en las guerras.
Amigos o enemigos, conmigo o contra mí. ¿No está esto inscripto en la historia de todos los países? Importa distinguir, en todo caso, de qué modo lo está. La mayoría de los países vivieron guerras civiles en su historia, pero esas divisiones se saldaron de algún modo en una visión compartida de país. En las guerras efectivamente hay campos, las balas salen de un lado y son rebatidas desde el otro. Entonces es indispensable, a menos que uno se mantenga al margen de la disputa, estar de un lado o del otro. Pero esa teoría aplicada a la política, que genera campos progresistas y campos reaccionarios, o campos populares versus campos antinacionales, es nefasta, porque la política cotidiana, práctica y concreta no se establece en los términos de una guerra. Plantearlo en esos términos lleva a que nuevamente se vuelva al esquema de antagonismos falsos. Siempre en la política hay terceras, cuartas o quintas opciones, no hay sólo dos.
Hay un eslogan muy argentino: “hoy como ayer”, como si la lucha fuera siempre la misma y se repitiera con distintos actores.
La Argentina tiene problemas pendientes de muchos años. Su relación con las metrópolis o la inserción externa. El caudillismo, el corporativismo y la política elitista concentrada en el puerto siguen siendo rasgos de nuestra cultura política. Ahora, que “hoy como ayer” signifique que todos los problemas de la realidad actual están planteados en los mismos términos que 50 u 80 años atrás, es un disparate.
¿Cuáles son los desafíos actuales que esa visión simplificada de la historia no ayuda a ver? ¿Existe realmente un país federal? ¿Tenemos un país republicano? ¿Existe verdaderamente la división e independencia de los poderes? ¿La Argentina ha hecho culto de la democracia? Estas son las preguntas que debemos responder. Entonces, hoy como ayer podemos decir “miremos para atrás” pero para hacernos estas preguntas. La estructura institucional, a pesar o con la convención constituyente de 1994, ¿ha saldado los temas pendientes en cuanto a modernizar la república? Es evidente la disconformidad -y el alejamiento de la gente- hacia la política, que se expresa desde 2001. Un tema que no se suele mencionar es el 20 o 25% de abstencionismo en todas las elecciones, y esto no era así por lo menos en la década de 1970, en que la participación política tenía canales mucho más vivos. Y también en la movilidad del voto. Estas dos cuestiones están diciendo que algo hay que está mal en el Estado argentino.
Vayamos a nuestro “momento mítico fundacional” y los modos de abordarlo. ¿Qué fue, entonces, la Revolución de Mayo? Una visión muy en boga, a pesar de distanciarse de la versión oficial “mitrista”, coincide esencialmente en el enfoque fundamental de plantear la Revolución como una estrategia ideológica de un grupo de dirigentes. Esta versión, que coloca a Moreno en el centro de los acontecimientos, es como mínimo sesgada. La Revolución de Mayo no la hicieron Moreno, Castelli, con un Belgrano acompañando por atrás y un Monteagudo que ni siquiera estaba en Buenos Aires. Es decir, lo que sería el ala jacobina que, embebida de las ideas de Rousseau, planteó hacer una revolución social. Este enfoque, aun reconociendo el extraordinario papel de Mariano Moreno, Castelli y Belgrano, presenta la realidad de una forma parcial, en la que la ideología está por delante de los hechos, con lo cual el historiador se aparta de su trabajo de investigación para guiarse por conclusiones definidas de antemano.
¿Cómo contar ese Mayo de 1810 de otro modo, entonces? La Revolución se hizo porque el imperio español, que era una enorme monarquía, propietaria de toda la América hispana, sencillamente pierde el poder a manos de Napoleón y se produce un vacío de poder. En toda América, y no sólo en Buenos Aires, así como en España, se constituyen Juntas de gobierno, a falta de un poder real. En este proceso, Buenos Aires tiene un rasgo distintivo: había derrotado al mejor ejército del mundo tres años antes. Y entonces tenía una población armada, lo que la distinguió de otras poblaciones. Pero hubo también Juntas en Montevideo, Quito, Chuquisaca, La Paz, Santiago de Chile. La Revolución de Mayo es la confluencia de una serie de factores y de ideologías, un verdadero “caos de intrigas” que, ante el desmoronamiento de un imperio, se conjuran para asumir el poder. Nunca el surgimiento de algo nuevo es la consecuencia de un solo elemento, sino de la combinación de elementos que se desarrollan en forma desigual. Muchos curas participaron de la revolución y algunos jugaron un papel fundamental, como el Deán Funes en 1811. Aunque fueran del ala conservadora allí estaban, venían de un reformismo en sus ideas que distanciaba a los curas criollos de los españoles. El presidente de la Primera Junta fue Cornelio Saavedra porque tenía 2.500 personas armadas esperando en los destacamentos y los regimientos una orden. Si Cisneros no aceptaba renunciar, los patricios asumían el poder.
La confluencia de factores es evidente, pero ¿no fueron decisivas las ideas revolucionarias de Moreno y Castelli? Se puede decir que fue el ala más decidida del proceso revolucionario. Pero la revolución, repito, fue un conjunto de fenómenos que confluyeron y no estaban determinados de antemano, no fueron el resultado de un plan preestablecido. Los vericuetos de esa historia son un poco más complicados que Saavedra versus Moreno. Por eso creo que todavía no terminamos de entender lo que fue la Revolución de Mayo y es importante recordar esos matices y circunstancias históricas para poder hacer lo propio en la comprensión del presente.
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