martes, 8 de junio de 2010

TELOS: HISTORIA DE UN INVENTO ARGENTINO


Un repaso a aquellos amueblados creados en los "60" y de los actuales hiperfuncionales. Los albergues transitorios dibujan la fisonomía y son lugares habituales para amantes, y parejas cansadas de la rutina entre sábanas.



A los más veteranos se ls escuchará decir con nostalgia el término "amueblado'... En cambio, los que se ajustan a la corrección hasta cuando van al baño algunas veces dirán "hoteles alojamientos" y otras "albergues transitorios".



Pero absolutamente todos, sin distinción de edad, nivel socio-cultural o afiliación política, sabrán de lo que hablamos cuando pronunciamos la palabra telo. Más que una licencia propia del lunfardo o un regionalismo socialmente aceptado, telo significa para los argentinos una costumbre tan sana como el mate o el asado. Un capítulo esencial del manual de estilo criollo que perdura inoxidable a través del tiempo y se muestra al mundo con orgullo.






"En América fuimos los primeros en abrirlos y en Europa directamente no hay", afirma con el pecho inflado Juan José Tapia, socio de O'Tello, el clásico del amor por turnos de Villa Devoto. Uno de los tantos que ayudaron, con sus luces de colores sugestivos y canteros que intentan disimular la entrada, a dibujar la fisonomía de la ciudad.

Una historia de restricciones. Según datos aportados por la Cámara de Propietarios de Alojamientos (Capral), sólo en Buenos Aires existen 176 albergues transitorios. Los hay económicos y con pocas pretensiones, como los que merodean las grandes terminales urbanas (los de Plaza Once o Constitución están en su mayoría asociados lucrativamente con prostitutas o travestís que trabajan por la zona) o superexclusivos y de lujo (generalmente ubicados en zonas más alejadas del centro).

En total se calcula que la industria del telo en Capital Federal da trabajo, directa o indirectamente, a cinco mil personas, incluyendo recepcionistas, mucamas, lavadoras, cocineros o personal de seguridad.

El 8 de agosto de 1960 una ordenanza municipal equiparó a los alojamientos por horas con el resto de los hoteles. Recién en ese momento los dueños pudieron dejar de lado el embarazoso trámite de pedirles a sus clientes los documentos al ingresar.

Pero el supuesto avance no fue tal. Entre 1960 y 1961 el comisario Luis Margaride, por entonces jefe de la División Seguridad Personal de la Policía Federal, comandó más de 700 operativos en albergues transitorios porteños en una autodenominada campaña de moralidad. El resultado: miles de parejas fueron sacadas violentamente de debajo de las sábanas y detenidas por no estar casadas.

El primero de octubre de 1962 una nueva ordenanza, la 14.730, aclaró que las habitaciones de los hoteles se alquilaban "con la finalidad de la cohabitación". Un eufemismo que puede competir entre los más feos de la historia.

Pero si hablamos de la era del hielo del amor por turnos, la referencia obligada es La Cigarra, una institución del pernocte y el frigobar.

Ubicado al 2800 de Godoy Cruz, en Palermo, fue el primer albergue transitorio de la ciudad que colocó televisores en sus habitaciones (hoy cuesta imaginar un cuarto sin un aparato sintonizado en Venus) y, como si eso fuera poco, impuso también la decoración de los espejos alrededor de la cama (sí, las alegrías que le deparó el que va en el techo se la debe a ellos). Tanta novedad junta llamó la atención del propio Daniel Tinayre, eminencia del cine nacional, quien utilizó las instalaciones del hotel para filmar en 1963 "La Cigarra no es un bicho". El éxito del film fue inmediato y cuatro años después se volvió a reincidir con "La Cigarra está que arde", otro escándalo para la época.

Sin embargo, 40 años más tarde, la del telo sigue siendo una "actividad tolerada, no honorable ni reconocidamente útil", de acuerdo con las ordenanzas 33.266 y 35.561, aún vigentes, dictadas el 22 de febrero de 1980 por el intendente de facto, Osvaldo Cacciatore.

"La gente no sabe todas las restricciones que padecemos. Por ejemplo, no podemos trabajar a menos de cien metros de colegios o iglesias y lo más importante: si vos queres abrir un telo no podes. Ya no se dan más permisos. Tenes que comprar uno viejo y refaccionarlo", cuenta algo indignado Tapia, quien admite que el negocio no es tan rentable como parece: "El punto en una sociedad puede estar entre diez mil y cien mil dólares, en el caso de los más lujosos. ¿Cuántas veces hay que alquilar una habitación para recuperar esa plata?", se pregunta, aunque sabe que cualquier respuesta es inútil.

La clave del éxito. En los años '60 comenzaron como un refugio furtivo para el amor clandestino. A partir de la década del 70, la clase media descubrió los beneficios de reavivar el fuego de la pareja fuera de casa y su uso se popularizó hasta protagonizar una especie de revolución sexual sin hippies ni música psicodélica.

"A fines de los ochenta y principios de los noventa, la novedad era el hidromasaje. Hoy, lo último es brindar servicio de Wi-Fi en la habitación", avisa Tapia, aunque lo que importa es siempre una cosa: la discreción. "La clave es tener una buena cochera individual", revela.
Pero deshilachemos la mala fama de los lugares de amor express. "Lo de las trampas era cierto hace 20 años, cuando el 80 % de las parejas que entraban a los hoteles iban con sus amantes. Ahora, en cambio, es un 60 de trampa y un 40 de parejas consolidadas. Los infieles son extremistas; o eligen hoteles que queden en la otra punta de sus casas o los que están a la vuelta del trabajo. A más de uno la hora del almuerzo le alcanza y le sobra", explica picaro Tapia.

Sin dudas, la atracción de los últimos tiempos fueron las habitaciones temáticas. El aula de un colegio, un cuartel de bomberos o hasta la baticueva son algunas de las puestas en escena armadas para los más imaginativos.

"Nosotros empezamos con eso en el Faraón -recuerda Tapia-, hace unos años. Hacíamos encuestas a nuestros clientes y les preguntábamos cuales eran sus fantasías. Como les daba vergüenza responder teníamos que regalarles turnos gratis para incentivarlos."

Sin embargo, los más exigentes cuentan con la última novedad del mercado: Los telos cinco estrellas. En el límite de la Capital se encuentran los únicos dos: El General Paz y el Dissors Hotel. Dos gigantes del placer cronometrado que entre sus múltiples servicios brindan proyectores de video con televisión satelital, cortinas automáticas con ajuste gradual de la luz, jardín privado con piscina y hasta sushi y champagne sin cargo. Todo, por supuesto, si puede pagar los 400 pesos promedio que cuesta el turno.

Profesión de riesgo. De acuerdo con la última recomposición salarial, el sueldo promedio de una mucama de hotel alojamiento rondará a partir de mayo los 2.100 pesos. A eso hay que sumarle el porcentual por antigüedad, aunque de todas formas sabe a poco si se tiene en cuenta que son ellas las encargadas de limpiar los restos de la pasión.

"Todas las cosas más asquerosas que te puedas imaginar nosotras las vemos todos los días, pero es nuestro trabajo y lo sabíamos antes de entrar", resalta Clara, que pese a cualquier previsión, jamás sospechó lo que iba a protagonizar un día en su turno de dos a diez.

"Yo estaba haciendo una habitación cuando me llama el gerente a la recepción. Me explica que un hombre estaba en la puerta queriendo entrar porque había visto a su socio entrar al hotel con su esposa. Como era cierto y no lo podían calmar me pidieron que me hiciera pasar por la mujer del socio y saliera con él en el auto.



Cuando salimos el hombre estaba furioso y me apuntó con un arma. Por suerte se dio cuenta antes de disparar", dice y uno por fin cree que existen cosas peores que lidiar con las sábanas ajenas

Hacia la Lley que permita la fiesta.

Hasta la ordenanza 51.674 del año 1997, en la ciudad de Buenos Aires regía una norma de la dictadura que prohibía el ingreso de dos personas del mismo sexo a albergues transitorios.

Sin embargo, la misma reglamentación establece en uno de sus artículos que "las habitaciones no podrán ser utilizadas en forma simultánea por más de dos personas". Una limitación que parece ir a contramano de los tiempos que corren. "Es muy común que vengan de a tres o cuatro personas. A la gente le gusta la fiesta", resalta Tapia, quien reconoce que se pierde un número importante de clientes por esta prohibición: "En el 70 5 de los casos recibimos consultas telefónicas, pero el resto vienen directamente y se van enojados cuando se les dice que no pueden ingresar. Igual no son pocos los que intentan sobornar al conserje o esconder a alguien en el asiento trasero del coche. Lo que más se ven son los casos de dos mujeres con un hombre, o dos muchachos con tres o cuatro chicas", explica.

Algunos se tomaron la censura al quilombo muy en serio, como el legislador porteño por Encuentro Progresista Raúl Fernández, quien ya presentó una reforma a la norma vigente aunque no tuvo éxito. Sin embargo, planea volver a insistir con el tema.

"El proyecto sobre la modificación de la norma todavía no se presentó, estamos terminándolo, además hay que modificar el código de habilitaciones, en el cual los hoteles alojamiento se encuentran en un capítulo titulado 'Actividad tolerada'. Esto ya demuestra que hay un pensamiento retrógrado al respecto. Debe entenderse que la sociedad cambió, y eso la legislación, en muchas ocasiones, no lo contempla", argumentó.

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