lunes, 7 de junio de 2010

VIOLENCIA ES MENTIR


La violencia. La violencia que separa barrios o asentamientos que no pueden cruzarse, las guerras privadas, la violencia del género “salida de boliche” en Moreno o San Miguel, filmada por América 2, esa violencia que no sabemos medir, que no sabemos dónde tiene su límite, que se retroalimenta en esa especie de fantasía y realidad, la violencia individual, copiada de la tele o de los video games, la violencia filmada en celulares en escuelas normales contra la “pelotuda de la profesora”, la violencia de bandas donde actúan modos aprendidos de la violencia policial (hay chorros que torturan, y una pregunta podría ser: ¿la tortura no era un monopolio del Estado?), todas esas violencias tienen de fondo la cancioncilla de que la autoridad del Estado democrático no alcanza, por sus mediaciones y sus interrupciones. Una lentitud encubre –entonces- la velocidad de otros poderes más bajos, más territoriales, a los que ha derivado incluso el mismo accionar policial delictivo y justiciero, y entonces la violencia (y la sensación) engendra una forma automática de respuesta que corta de raíz: la muerte.


Matar al ladrón, al violador, al secuestrador. Se supone que como nación adherimos a principios éticos que nos inhiben de pensar esto de manera general, porque firmamos pactos internacionales y juzgamos la violación de Derechos Humanos, pero cada vez más, sólo se supone. Y de repente estamos hablando de vida o muerte. Cada uno vive con miedo. Y si encima la democracia no ha llevado a muchos barrios, cloacas o viviendas… Cada uno vive rodeado de lo que compone su mundo, su vida, sus redes, sus kilómetros cuadrados, el paisaje de sus recorridos en colectivo o tren. La tragedia de estos años de democracia es la pérdida del Estado. No de todo el Estado, sino de esa parte del Estado que ayudó a integrar. Nadie espera que se coma, se viva o se eduque sino, quizás, simplemente, que no te maten o que no violen a tu nena cuando viene de la escuela. Se ha instalado ese discurso agónico. ¡Quiero defender mi vida y la de los míos! El discurso de la inseguridad es el último discurso que queda. Es un discurso urgente, que sale en vivo. Y la “popularidad” de un justiciero pone en crisis nuestras ideas progresistas. Pensemos a través de hechos. Tarde en el barrio Ramón Carrillo de Villa Soldati, dentro del barrio hay una escuela. Asaltan a la maestra y casi se produce una pueblada reclamando mayor seguridad. Se cortó toda la mañana la calle Mariano Acosta y el Premetro. La tajearon a la maestra en el cuello. A la maestra, la que camina por ese pasillo todas las mañanas con su guardapolvo blanco. (El círculo se cierra si encima fue un joven ex alumno al que ella le enseñó a leer y escribir.) Si aparecía un Malevo Ferreyra con la promesa de que iba a patrullar las calles se robaba la escena. Debajo de eso parece haber una inocencia perdida: ¿también con la maestra?


¿Qué es la inseguridad? ¿De dónde sale La Violencia? ¿Mas policía, mas cárceles, más patrulleros, como pregona Mauricio Macri, ese “Malevo fino” que engendró la UCEP, y que está por estrenar su propia policía? Que todos digan algo, echemos luz sobre la tiniebla que envuelve a la palabra inseguridad. Por lo pronto, varias miradas al respecto.


Mujeres en acción


Rosa y Virginia forman parte de una organización que lleva casi diez años en el barrio Fátima (la villa 3 del barrio de Villa Soldati). “Mujeres Unidas en Acción”, se llama el refugio que intenta contener a muchas mujeres (“de distintas nacionalidades”) que sufren, por empezar, la violencia doméstica. El modo en que accionan es simple y contundente: defienden a estas mujeres, y esa defensa significa todo, incluso la violencia. Han ido a rescatar por denuncias a mujeres que estaban siendo golpeadas, o que habían sido golpeadas una noche antes. Y les dan refugio. Además, nos cuenta Virginia, se organizan “para resolver el problema de la vivienda, del trabajo, nuestros Derechos Humanos”. “Promovemos las relaciones de confianza entre las compañeros para que acudan acá cuando tengan un problema, queremos que el Refugio sea un espacio de referencia para ellas. Y organizamos atención primaria de salud, atención psicológica, asesoramiento legal, apoyo escolar.”


Rosa, la referente histórica del Refugio, comparte esta charla sobre la “inseguridad” y toma la posta pintando un cuadro duro:



“Tenemos no sólo los chicos enfermos por drogas, sino los que venden. Y los pibes están todos enfermos: roban, secuestran, de todo un poco. Muchas veces uno no puede echarle tanto la culpa a estos pibes que están perdidos.”


Se le nota la familiaridad con esos pibes, a muchos los vio crecer, fueron compañeros de escuela de alguno de sus hijos. “Hay que hablar con los pibes que están enfermos, y que son peligrosos, y salen a robar y todo eso. La policía entra al barrio, pero no está en el barrio. Hicimos montón de denuncias y marchas por la inseguridad, y no pasa nada. Los vecinos piden más policías. Hay esquinas en el barrio que le roban sobre todo a la gente boliviana, que no tiene nada, les llevan el celular o la comida para el trabajo, les sacan todo, les pegan, les rompen la cabeza. Nosotros reclamamos que haya un patrullero desde las 4 de la mañana hasta las 8 y media. Y también a la tarde cuando vienen de trabajar, y nunca se logró nada.” Las razones de tanta impotencia y abandono las tiene bien claras. Rosa distingue que el reclamo de la seguridad no es indiferente a la posición de clase. “Porque vivimos en la villa tampoco es que somos todos delincuentes, como ellos ven. Para ellos somos ‘todos negros’, y porque vivimos en la villa no necesitamos seguridad. Y cuando reclamamos seguridad el comisario directamente se nos ríe. No vivimos en un barrio residencial como para pedir seguridad, piensan. Somos todos iguales porque vivimos adentro de la villa.”



Rosa hace 24 años que está en el barrio. Y desde el principio empezó a luchar por la vivienda, los derechos de las mujeres y los jóvenes. Está convencida de que la razón por la que los chicos roban es por la droga. “Ellos salen a robar, le roban a un vecino, o a su mamá, un termo, un pantalón. Y van directamente y venden y compran con esa plata. Y capaz en la esquina los agarra un patrullero y les saca todo. La policía persigue a esos pibes, pero no a los narcotraficantes. Y eso termina obligando a que el pibe vaya a robar más, porque ese pibe necesita esa droga, ¿me entendés?” No hay sosiego en la escena que pinta Rosa. “Hay que buscar un cambio, pero no sé qué cambio sería… que venga un ángel y que nos salve de la droga.”


Progresistas


Un nuevo episodio ha sucedido en estos días, luctuoso, violento, con víctimas que quedan ahí al borde, con pibes armados hasta los dientes, inexpertos, asustados, que tiran porque sí, con autos superlujosos barrenando entre las villas del Conurbano, con la escena montada para que la tele arme su show. Estamos en el hospital de la zona, desvencijado, pobre de toda pobreza, el intendente tiene cara de circunstancia, el gobernador pone tono férreo, promete dureza, helicópteros, miles de patrulleros, inteligencia satelital codificada, submarinos nucleares caza negros. Promete guerra. Se muestra decidido. Dice combate, dice asesinos, dice que tiene fe. La tele hace la guardia del morbo: el último parte, “la familia destrozada” y la catarata de lo común. Ya no se puede vivir, estamos rehenes de los delincuentes, donde están los derechos humanos, “el único derecho humano es la vida” dice el conductor megarating.



La derecha, la lógica discursiva y cultural de la derecha, se apropia de la escena, la seguridad es la cancha donde mejor juega.
¿Será posible decir algo respecto al tema desde otro lugar, intervenir con un discurso progresista en este debate?



Hablamos con Alberto Binder, Director del Instituto Latinoamericano sobre Seguridad y Democracia (Ilsed), jurista y co autor, junto con Carlos Arslanián, de la reforma sobre la Policía Bonaerense que lenta y persistentemente el Gobierno de Scioli está deshaciendo.



“El problema de la política de seguridad es que se discute sobre la solución cuando se produce un crimen que sacude a la opinión pública, es decir, justamente cuando no hay solución.”


“Es como ir a preguntarle a un economista sobre política económica con una persona muerta de hambre adelante. Obviamente en ese contexto no se puede hablar de economía.” En materia de seguridad esta realidad espasmódica marca, según Binder “El escaso desarrollo de política sobre criminalidad que hay en el país”.



Y sigue: “Que el pensamiento progresista frente al problema de la inseguridad se recluya en el discurso de que la solución es la remoción de la las causas sociales del delito es un error. Lo que hay que plantear claramente son políticas de control sobre la criminalidad y poner el debate en ese lugar, esto es plantear que se deben orientar los recursos hacia la desarticulación de los mercados y las mafias que los manejan, lo que significa poner en el centro la relación entre delito y política. Todos sabemos que el robo automotor, por poner sólo un ejemplo, es una actividad claramente amparada por la policía y la política, y que lo pibes que roban son el eslabón más débil de la cadena. Entonces, la decisión de meter presos a los pibes o de desarticular la estructura mafiosa tiene que ver con diferencias ideológicas en cuanto a cómo pensar la seguridad, entre el neoterrorismo de Estado soft que propone el discurso de la mano dura de la derecha, y la articulación eficaz de un política de desarticulación del delito. Ahí está el debate.”



Y aclara, por si hiciera falta más. “Lo que funciona es la teoría del doble pacto: la dirigencia pacta con la policía, y la policía a su vez pacta con la redes de delito. En este esquema, los pibes son los soldaditos reclutados en un régimen de precarización laboral, pero a escala de la criminalidad. Este esquema sólo se rompe si se construye un nuevo gobierno sobre el sistema de seguridad.


Inseguridad y exclusión


Shila Vilker, es docente e investigadora de la UBA, autora de Truculencia. la prensa policial popular entre el terrorismo de estado y la inseguridad, pero sobre todo una de las voces más lúcidas para pensar “el tema de la inseguridad”. Hablamos con ella, estas son sus respuestas.
“La inseguridad fue el modo discursivo en que hemos procesado la miseria y la exclusión; esto significa que tendimos a percibir en la desigualdad y la miseria una amenaza capaz de herir todo el cuerpo social. No hemos visto en la exclusión el escándalo moral de la pobreza ni la indignidad de las condiciones de vida de amplios sectores de la población, sino el modo en que eso puede revertirse contra la propia sociedad que lo produce. En este sentido, es casi una verdad de Perogrullo que los casos de inseguridad enfrentan, en una especie de combate agónico, a victimarios de los sectores más desfavorecidos con los sectores aún integrados de nuestra sociedad. Y esta es la “guerra” que imaginariamente se libra cada vez que se activan los tópicos vinculados a la inseguridad.”



“Hoy el discurso de endurecimiento punitivo, antes que potestad del Estado, es parte de un reclamo de amplias franjas de la población. Si la miseria se ha procesado como amenaza y no de otro modo, es casi lógico llegar a esta conclusión. Creo que a partir de las marchas de Blumberg se puso en evidencia que, la más de las veces, el Estado va detrás de los reclamos más duros de nuestra sociedad.”



“No es cierto que haya política capaz de resolver en lo inmediato el problema de la inseguridad ciudadana. Porque, además, aún cuando pueda bajar el índice delictivo puede permanecer estable la sensación de inseguridad y de miedo al delito. En este sentido, hay que saber que no es posible una sociedad sin delito. El tema es el umbral de tolerancia que estamos socialmente dispuestos a asumir.”



“La mano dura no es la única forma de referirse y luchar contra la inseguridad; pero sí es un mecanismo que se deja oír estridentemente. El reclamo punitivo se centra en una voz privilegiada en nuestros días: la voz de la víctima. Sin embargo, no se puede gestionar la seguridad sólo guiados por el ritmo que dicta el paradigma de la victimización. Es cierto que los sectores medios bajos y bajos integrados llevan mayormente adelante reclamos de endurecimiento. También es cierto que ellos son las principales víctimas de la inseguridad. Los sectores más acomodados siempre cuentan con la posibilidad de la seguridad privada. Entonces, resulta lógica, desde su perspectiva, la demanda. Finalmente: no podemos correr el riesgo de descartar el reclamo por categorizarlo como “un reclamo de la derecha”. Bajo ningún punto de vista: el reclamo de la seguridad es un reclamo legítimo y sensato pues es muy difícil hacer comunidad en un mundo de incertidumbre, imprevisibilidad e inseguridad. Por eso, lo peor que podríamos hacer es descartar esa voz social.

No hay comentarios:

Publicar un comentario