martes, 2 de abril de 2013

"CON NUESTRA TAREA DESTERRAMOS LA TEORIA DEL SALVESE QUIEN PUEDA"

Un día en La Matanza junto a los miembros de la cooperativa Reciclando Sueños, la primera experiencia nacional de transformación en recolección de residuos sólidos. Cuáles fueron las claves para insertarse en la comunidad.
 
Por Soledad Lofredo
         
Desde 2006, en La Matanza, la cooperativa Reciclando Sueños está dando el ejemplo: es parte de la primera experiencia de trabajo y transformación, aplicando la recolección diferenciada de residuos sólidos, y esperando su reconocimiento como servicio público.
Reciclando Sueños tiene dos centros en Isidro Casanova: al primero llegan los desechos que los vecinos juntan para entregar a los recolectores; allí se separan para ser trasladados al segundo centro, en donde se procesan y enfardan para su posterior venta. El trabajo no es simple, requiere de horas y paciencia. El dinero que pueden juntar no es inmediato, sino que el material tiene que esperar un comprador, y para ello debe haber mucho volumen. Hablar con los vecinos sobre la finalidad de reciclar, también ocupa a la cooperativa. Allí empieza y termina todo: concientización.
A las 8 de la mañana, los recicladores salen con sus carritos –fabricados por ellos mismos– de a uno o de a dos, dependiendo las zonas y las cantidades que recogerán. Calle por calle, casa por casa, tocan el timbre o baten las palmas para llamar al dueño de casa, quien entrega las bolsas de cartones, botellas, papeles y plásticos, todo bien diferenciados. Son los vecinos quienes separan los residuos.
“Cuando empezamos, no teníamos idea del cuidado del medio ambiente”, cuenta Marcelo Loto, presidente de la cooperativa. “Fuimos investigando, y nos concientizamos de que éramos un eslabón muy importante en ese cuidado. Y se lo contamos a los vecinos. Había que asociarse para separar en origen, para ayudarnos a nosotros, porque sino esa basura va directo al relleno sanitario de La Matanza, de los Ceamse, y lo cierto es que está colapsado”, dice Loto. “Se generan dos mil toneladas de basura diaria. No hay tanto presupuesto desde la Municipalidad, pero ahora hay un monton de cambios, ahora es ley. Cuando empezamos con esto, nos decían que era un delito, que estábamos locos”, recuerda. “Basura Cero” es el nombre por el que se conoce la Ley de Gestión Integral de Residuos Sólidos Urbanos, que permite que los recuperadores tengan garantizada la prioridad e inclusión en los procesos de recolección de residuos secos y en la administración de los centros de selección.
“Apostamos a que cada uno de los integrantes de la cooperativa no fuera sólo a pedir que le separen la basura y nada más –cuenta Sebastián Carenzo, antropólogo del Conicet, de la Universidad de Buenos Aires–, sino que pueda explicar al vecino cómo están contribuyendo a la mejora de la sociedad, qué están haciendo por el ambiente. Entonces, empezamos a hacer talleres de formación entre nosotros mismos para ver cómo hay que encarar al vecino, qué decirles, despejarles las dudas que puedan tener”, cuenta. “Es importante el vínculo, la cuestión cotidiana. Cuando se hacen programas así nunca se apuesta al cara a cara con el vecino, sino a que separen, a que el ‘cartonero’ pase y recolecte de un tacho. Es importante que se note que no es una cuestión individual sino un esfuerzo colectivo. Cada uno tiene sus formas de relacionarse con la basura: hay gente que la saca toda junta, otros que la van guardando para separar y entregar. Esa flexibilidad permite darse cuenta de que la gente va tomando conciencia de a poco, y superó las expectativas que teníamos. Incluso la experiencia con los comerciantes salió muy bien”, enfatiza.
El recolector está en la calle, cargando su carro, prestando atención, por si encuentra botellas de vidrio, papeles. El laburo del recolector es múltiple. “Reciclando basura recuperamos trabajo”, reza el chaleco que lo distingue. El gesto es de disfrutar de lo que hace. No va escuchando música porque para en cada casa, y en cada casa charla con el vecino, y al vecino también se lo nota orgulloso de poder dar una mano con algo tan simple. Y además, claro, ayuda al barrio, al país, al planeta.
Cuando termina la recolección del día, el camión los espera en un punto del barrio para cargar todo. Bolsas y bolsas de basura diferenciada. Luego, directo al centro para la segunda fase del trabajo.
El centro es un galpón techado por la mitad. Mientras unos se encargan de separar el cartón, aplastarlo y limpiarlo, otros se meten con el plástico, la chatarra y los envases. Marcelo cuenta que le preocupa que ahora todo venga en bolsas y plásticos: “Se está vendiendo un envase más que un contenido”. Hay sillas rotas y mesas a la vista, apiladas a un costado, para que no ocupen tanto espacio. En algunos países “desarrollados” podría ser una exposición de arte vanguardista. Aquí, es la realidad y dignidad cotidiana.
“Tenemos también materiales que tienen menos salida, como el telgopor: hay que juntar mucho volumen para hacer algo. Diarios, papel blanco, cartón de segunda, separamos todo; el film lo sacudimos, lo secamos; las botellas de vidrio se reutilizan”, dicen los recicladores. En ningún momento se sacan los guantes. Tampoco dejan de mirar a los ojos cuando hablan y cuentan qué hacen y cómo. “Todo lo que es plástico lo enfardamos o lo procesamos, también el tetrapack”, dicen. Aquí hay historias de todo tipo: la mamá sostén de la familia que sale temprano de la casa, los que se quedaron sin laburo hace más de diez años y eligieron el camino piquetero en un principio, pero después de un tiempo volvieron a elegir y se quedaron en la cooperativa, los compañeros que además son marido y mujer.
“La cooperativa desterró la idea del sálvese quien pueda”, explica Marcelo, el presidente. “Antes mirábamos una caja de cartón y pensábamos: de esa caja depende mi familia. Pero ahora, pensamos que de esa caja depende mi familia, tu familia y la familia de todos los compañeros”, aclara.
Una vez que los desechos se diferenciaron en distintos bolsones, todo vuelve al camión. Allí empieza la tercer etapa: el reciclaje.
En el otro centro, otros trabajadores están prensando los envases tetrapak. Un recolector tira pedazos de plástico dentro de una máquina tipo embudo que pica y muele. Caen pedacitos de todos colores, pesos y medidas dentro de un piletón lleno de agua y sal. Así se distinguen los pláticos; algunos flotan, otros quedan en el fondo. Hay una prueba que asombra: un vasito descartable, típico de cumpleaños, y un envase de yogur se tiran al piletón. El último, que parece más pesado, es el que flota; el primero, se hunde. “Esa fue una de las primeras enseñanzas al trabajar con plástico”, cuenta Marcelo.
Luego llega la etapa de la limpieza, y otra vez todo a los bolsones, que tienen que multiplicarse para poder ser comercializados. Al igual que los fardos de cartón y envases. A pesar de las máquinas, la fuerza de los trabajadores sigue siendo lo más importante durante todos los procesos.
Este galpón sufrió incendios y robos –entre ellos, el de una computadora que guardaba toda la información de los métodos que utilizaban, las investigaciones y los registros de lo que se reciclaba y vendía. “Eligieron fechas importantes para hacerlo”, cuenta Marcelo. “Navidades, días del trabajador. El último golpe fue tres días después de que recibieramos el visto bueno de la Municipalidad para seguir laburando”, dice.
Con el tiempo, se capacitaron para fabricar y reacondicionar las prensas. También aprendieron formas para ganar en electricidad, para utilizarla bien, al igual que la fuerza de trabajo. Es por eso que esperan a tener un buen botín de cartones y envases para poder prensarlo y no malgastar energía. Pero todavía hay necesidades que no pueden costear: “Para completar el trabajo y entregarlo en forma, necesitamos una máquina que homogeiniza y filtra el plástico”, cuentan. La donación es el camino: un incendio quemó una prensadora, y ahora usan la que les dio una empresa de gaseosas.
“Estamos subsidiando a los ricos. La gente ahora separa la basura, pero tuvimos que convencerlos. Había quienes nos decían: el Gobierno tiene que gastar en educación. Y nosotros les preguntábamos: hablando de educación, ¿vos separás la basura en tu casa? Hay que cambiar esa cuestión cultural de que la basura se esconda debajo de la alfombra. Es muy caro todo lo que nosotros hacemos. El camión de recolección de basura cobra por pasarla a retirar y cobra por enterrarla; nosotros no cobramos ni por recolectarla, ni por tratarla. Con la mayoría de lo que nosotros recolectamos, por ejemplo una tonelada de cartón, se evita que se corten veinte árboles, y todo eso es para el país, y a nosotros nos cuesta que nos reconozcan”, cuenta Marcelo. “Por eso necesitamos el reconocimiento, porque estamos prestando un servicio, y como todo servicio, debe ser remunerado.” .
 
Fuente: Miradas al Sur

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